María López-Aguilera | Historiadora y dependienta de Maquedano

“El sombrero y la gorra conviven ahora sin estereotipos”

María López-Aguilera, en la emblemática sombrerería sevillana Maquedano.

María López-Aguilera, en la emblemática sombrerería sevillana Maquedano. / Antonio Pizarro

Los pocos metros cuadrados de Maquedano, la emblemática tienda de sombreros y gorras situada en la esquina de la calle Sierpes con Rioja, dan para una extensa charla. María López-Aguilera, la historiadora y dependienta que atiende por las mañanas, trabaja desde 2008 aquí.

Llegó a Sevilla tras una larga temporada en EEUU. Su entonces marido y ella fundaron una academia de inglés en la capital andaluza. Al divorciarse, encontró trabajo en este negocio, donde su reducido espacio supone para esta catalana “una forma matemática de entender la vida”. Aboga por “tiendas pequeñas y personalizadas”. Las franquicias no le agradan: “Hacen todas las ciudades iguales”. Comenzamos la charla:

–Cuando un cliente entra en Maquedano, ¿lo primero en que usted se fija es en su cabeza?

–Lo reconozco. Es una deformación profesional. Pero más que en la cabeza, en las características de esa persona y su forma de vestir, para saber de antemano cuál es el sombrero que mejor le viene.

–¿Se dejan asesorar?

–Son muchos más los que piden consejo. Los que más información tienen al respecto son los anglosajones y los italianos. El resto necesita asesorarse.

–¿Cuántas variedades de sombrero hay?

–Aquí vendemos todas las bases de sombreros, es decir, los modelos primarios. A partir de ahí diversificamos en colorido, ancho de alas y alto de copa.

–¿Quedaron atrás los años oscuros de la gorra?

–No, en absoluto. Y no hay motivo, lo que ocurre es que ahora conviven ambos géneros sin estereotipos. Históricamente el sombrero siempre ha estado vinculado a la burguesía y la gorra, al proletariado. En su origen, había tres tipos de sombrero: el de copa, para las clases privilegiadas; el bowler, una especie de bombín que usaba la burguesía; y el canotier, que era el más popular. Los trabajadores de campo se colocaban sombreros de paja, con ala ancha, para protegerse del sol mientras realizaban las faenas agrícolas. La gorra surgió a finales del XVIII en las primeras fábricas de Inglaterra, ya que el uso del sombrero en ellas resultaba muy incómodo. Fue una de las aportaciones a la moda de la Revolución Industrial.

–¿Hay sombreros de ciudad y de playa?

–Mejor dicho, de vestimenta formal e informal. Ésta última se introdujo en el siglo XIX cuando la monarquía abandonó las casas de campo y construyó palacios en Sanlúcar de Barrameda y Santander. Comenzó entonces a vestirse con tejidos ligeros como el lino y el algodón. De complemento apareció el canotier, un sombrero de paja que tuvo mucho éxito en las playas. Para la ciudad, sin embargo, debe llevarse el Panamá, que viste más.

–¿A usted le repelen bastante las chanclas en suelo urbano?

–Son totalmente desacertadas. Es normal que con el calor la gente vista cómoda, pero nunca debe olvidar que pasea por una ciudad y no por una playa. Existen normas estéticas de convivencia que han de cumplirse. En Barcelona, mi ciudad natal, hace años el Ayuntamiento tuvo que prohibir ir sin camisetas. Tampoco entiendo que haya personas que vayan en bermudas o en chándal si no están haciendo deporte.

–¿La juventud empieza a reconciliarse con el sombrero?

–La gente joven es la que protagoniza esta recuperación. Debe tenerse en cuenta que los jóvenes de hoy vienen de una generación de padres que dejó de usar sombreros. Ellos han vuelto a reclamarlos porque han visto que se lo ponen sus cantantes de referencia o son habituales en series como Peaky Blinders, mi preferida.

–Tres virtudes que debe tener un buen Panamá.

–Ligero, que apenas se note su peso. Flexibilidad, pues su uso urbano obliga a quitárselo y ponérselo constantemente. Y que la paja que lo forma esté muy bien entrelazada, es decir, muy cerrada, pues así se evita que entren los rayos ultravioletas del sol. Tengamos en cuenta que este complemento surge durante la construcción del canal de Panamá, donde los obreros, por mucho que les pagaran, no querían trabajar, debido a que se habían registrado numerosas muertes por insolación. Se inventó este sombrero utilizando un tipo de paja autóctona capaz de soportar temperaturas extremas.

–No me extraña que digan de usted que por cada compra regala una lección de historia...

–Cierto. Me encanta explicar la génesis de cada sombrero. Como clienta también lo agradecería.

–¿En su Cataluña natal también son muy de sombreros?

–Siempre lo han sido, pero ahora menos. Lo que sí es cierto es que los hombres allí son más estilistas que las mujeres y suelen llevarlo bastante. Las catalanas se inclinan más por el tipo casual, más informal.

–Perdóneme la guasa. ¿El amarillo está entre sus colores preferidos?

–Desde pequeña he sido mucho del amarillo intenso. Pero sin connotaciones políticas. Mi condición de historiadora me impide ser independentista. Esa intención no viene al caso y es un absurdo. Primero ha de tenerse independencia económica, de la que Cataluña, mi tierra, carece.

–También estuvo en Estados Unidos antes de llegar a Sevilla. ¿Qué sombrero le aconsejaría a Trump?

–Ninguno. Le cortaría la cabeza directamente. Póngalo así en la entrevista. No tiene ni forma ni elegancia para llevar sombrero.

–¿Maquedano es una reliquia del tiempo?

–No. En absoluto. Es un negocio necesario que debe mantenerse, pero que a la par evoluciona, como lo hacen los sombreros, imprescindibles en verano.

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