Miguel Ángel Aguilar, periodista

"El gusto por el desastre es una característica muy española"

  • Miguel Ángel Aguilar ha dirigido periódicos -'Diario 16' y 'El So'l- y agencias -Efe-; fue censurado durante el franquismo cuando trabajaba en el 'Diario Madrid'.

-Nuestro presidente comparece a través de una pantalla de plasma.    

-Los periodistas ni siquiera pueden certificar que lo que están viendo corresponda a la realidad. Nadie sabe si el señor Rajoy ha preparado la intervención en casa o si es el resultado de un montaje con varias tomas. Sencillamente es un abuso manifiesto y una vergüenza a la que los medios de comunicación no deberían prestarse. Lo que pasa es que tampoco los periodistas, a título individual, están en condiciones de tomar la decisión de ausentarse de semejante farsa porque trabajan en condiciones muy precarias y cumplen instrucciones.

-La precariedad no siempre es una excusa.

-Sí, falta trabajo periodístico serio, hay muchos números tomados al oído, mucho reflejo mecánico de lo que dicen unos y otros sin el trabajo de indagación necesario para contrastar eso con la realidad. Pero la precariedad está en la base. Los medios tradicionales han decidido que el periodismo es muy caro y se han abonado a la peligrosa vía del low cost. Pero en ese circuito tienen todas las de perder porque siempre hay alguien que dará el producto gratis.

-¿Hay alternativas?

-Yo no he visto a The Economist dudar de sí mismo o cambiar de fórmula; lo que le he visto es intentar mejorarla. Y  registra buenos beneficios. Eso mismo podría decirse de Die Zeit o Der Spiegel. Otros han ido directamente a la fórmula digital, por ejemplo Mediapart, el periódico francés puesto en marcha por Edwi Plenel, ex director de Le Monde. Con 70.000 suscriptores, ha conseguido ganar dinero, y además sin aceptar publicidad.

-¿Existe en España la sociedad civil?

-Claro, pero está la sociedad civil que resulta de la cooperación de los particulares, y luego la sociedad civil en plantilla, los que han montado un pequeño esquema para recibir subvenciones.

-Parece difícil que la ola de descontento popular se traduzca finalmente en una opción política a la italiana (el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo).

-Las condiciones para que irrumpan esos movimientos están igual de vigentes en España e Italia. El problema del 15-M ha sido que, imbuido de la idea de que nadie lo patrimonialice, al final ha quedado en nada. El M5S, ahora, parece que tiene en Beppe Grillo su inconveniente, aunque antes haya sido la clave. La política necesita, además de las redes sociales, una cara. Pueden editarse cientos de tratados sobre el tenis, pero sin Nadal ese deporte no sería lo mismo en España. 

-Crecen las voces que apuntan al agotamiento del sistema construido en la Transición. ¿Abrimos la democracia a la ciudadanía o seguimos con un modelo representativo?

-No soy partidario de saltos al vacío. Lo más importante no está en las leyes sino en los usos. Hay una especie de obsesión legislativa en nuestro país. Cada vez que se produce una anomalía, inmediatamente hay alguien que reclama una ley. La salud pública lo que requiere es instaurar comportamientos, desprestigiar socialmente a los que se pasan de la raya.

-El palo siempre ha funcionado aquí mejor que la zanahoria.

-¿Por qué?

-Muchos españoles, a todos los niveles, hacen trampas. Y no pasa nada salvo cuando la normativa se endurece. O cuando simplemente se aplica.

-No veo que nuestro país tenga una especial incapacidad. Vayamos al Parlamento. No hay ninguna ley que obligue al presidente del Gobierno a comparecer cada semana en las sesiones de control. Ese uso lo instaló Felipe González, y funciona bastante bien. En la UE hay quienes pretenden revisar los tratados. Con los que ya hay, se podría hacer una Unión bastante diferente. Soy más pragmático y menos totalizador.

-Con cinco años de crisis a cuestas, crece el espíritu noventayochista.

-El gusto por el desastre es una de las características españolas más acusadas. La situación es comprometida, pero hemos pasado por otras peores y las hemos superado porque había una notable diferencia en la actitud de los españoles, tanto entre quienes tenían el liderazgo como entre los que no. Hay que indagar en qué actitud estaban los españoles hace treinta años. Era una actitud de generosidad, de comprensión del adversario, de intento de establecer el diálogo como método. Todo eso creó unos resultados que podrían volver a darse. Ahora vivimos en el antagonismo cainita.

-Cuando uno lee a Krugman, todo parece muy fácil. Ni austeridad al cien por cien, ni estímulos desenfrenados.

-Los remedios tienen que aplicarse dosificadamente. No hay venenos, hay dosis, decía un amigo farmacéutico. Estamos en esa aplicación de dosis venenosas de austeridad. Los recortes, y ojo que no digo reformas, producen a partir de un umbral el empobrecimiento y el aumento del paro, llevándonos al imposible de una sociedad de consumo sin consumidores.

-Los abusadores gozan de toda clase de consideraciones, mientras que para los trabajadores y pensionistas las austeridades se aplican de modo fulminante. La frase es suya.

-Siempre que se habla en España de decisiones valientes, se está hablando en realidad de cómo imponer mayores restricciones a los trabajadores, pero curiosamente nunca es el momento de ocuparse de quienes abusan desde arriba. La valentía política no puede medirse en función de los tajos al pensionista o la supresión del salario mínimo. También podríamos poner coto a los salarios máximos. 

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