Lola Pons | Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla

“En el siglo XVI, curiosamente, ya hay críticas al andaluz”

Lola Pons.

Lola Pons. / MG

La filóloga e investigadora Lola Pons (Barcelona, 1976), catedrática en la Universidad de Sevilla, es la autora de la nueva edición del ‘Diálogo de la lengua’, del humanista Juan de Valdés. La obra, publicada en la colección Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, incluye un nuevo manuscrito, un estudio didáctico y detallado –pensado para lectores y estudiosos– y un aparato crítico exhaustivo, entre otras novedades. Entusiasta del español del siglo XV –al que tantos años de estudio le ha dedicado–, colaboradora en prensa y radio, Pons nos detalla las claves de un texto renacentista crucial para la historia de nuestro idioma y para el contexto de una época.

–¿Cuál fue la contribución del ‘Diálogo de la lengua’ a la historia de la Filología?

–Su contribución ha sido la que hemos sabido descubrir fundamentalmente a partir del siglo XX, cuando lo hemos utilizado como grabadora del siglo XVI, como fuente para conocer las opiniones de una persona con sensibilidad lingüística y con conocimientos de las variedades del español de su siglo. Desgraciadamente, la obra no circuló prácticamente hasta el XVIII. Pero cuando nace el estudio acerca de la historia de nuestra lengua, Valdés se convierte en un útil opinador sobre el estado de las cosas lingüísticas de su época.

–¿Y qué debates lingüísticos y literarios había en la España del siglo XVI?

–Uno que va a recorrer toda Europa en esa época: ¿cuál era la lengua más antigua del mundo? Es decir, ¿cuál era la lengua prebabélica? Lo que da lugar a distintos posicionamientos. Valdés parece inclinarse por el griego. Una discusión completamente acientífica y muy marcada con tintes religiosos. Después, un debate que sí es más interesante –a efectos ideológicos– es la cuestión de que, una vez que se admite, a partir de la obra de Dante, que el romance es una lengua digna, ¿cuál es la lengua romance más digna, por parecerse más latín? Eso es un gran debate europeo donde el humanismo italiano juega sus cartas, y donde Valdés, desde Italia y siendo español, también intenta jugar las suyas.

–Usted señala que en el ‘Diálogo’ hay una lectura ideológica y estética. ¿A qué se refiere exactamente?

–En el siglo XVI se está construyendo un tópico de Toledo como lugar prestigioso. Un tópico muy interesante porque se construye sobre una aparente decisión de Alfonso X –aunque no sabemos hasta qué punto fue una decisión que existió de verdad–. Desde el XVI se difunde la idea de que Alfonso X había señalado que, en caso de duda lingüística e interpretación normativa, se resolviese a la manera de Toledo. Pero la realidad es que no hemos encontrado ninguna disposición legislativa alfonsí a ese respecto. Valdés se ha educado, en parte, en la corte de Toledo. Por tanto, defiende que él representa el uso toledano. Este prestigio toledano, no obstante, dura poco tiempo, porque después a Toledo le cae el baldón de ser judío… y entonces el prestigio empieza a simbolizarse en Salamanca, o en Madrid, más tarde.

–¿Podría interpretarse una pretensión sociopolítica en el ‘Diálogo’?

–Sí. Yo creo que esa interpretación del Diálogo es justa y lo hace trascender de la idea de que fue un entretenimiento lingüístico de Valdés. Observamos que es escrito en Nápoles, meses después de que a Nápoles llegara el emperador Carlos V, con personajes que tienen un trasunto real en las redes diplomática y eclesiásticas del XVI… Si tomamos todos estos apuntes, uno entiende que el Diálogo es una defensa de nuestro idioma, de una lengua posible para la administración política.

–¿Fue Juan de Valdés una figura heterodoxa?

–Quizá no en el sentido de heterodoxo frente a integrado. Pero sí es cierto que está en la posición más marginal que consiente la autoridad de su tiempo, la cual permitía unos márgenes en los que se traduce sin problema la Biblia; es decir, permite la hermenéutica religiosa. Y recordemos que muchos de los discípulos de Valdés se hacen protestantes y se dedican a imprimir en Suiza obras protestantes. En esa especie de hackeo ideológico en el que termina cayendo el erasmismo.

–Estamos en el año de Nebrija. Un autor que enfrentamos a Valdés. Pero quizá esto sea un tópico, y Valdés le deba a Nebrija más de lo que nos imaginamos.

–Valdés le debe muchísimo a Nebrija, pues este tiene un conocimiento teórico de la lengua, y por supuesto del latín y del hebrero, que Valdés no tiene. Nebrija es una figura conocida y leída por Valdés. Hay un apartado del Diálogo en el que su autor señala las palabras que le gustan y no le gustan del español. Pues bien: sabemos que ese listado se saca directamente del diccionario de Nebrija. En cualquier caso, hay que ser justos: en el Diálogo de la lengua hay una crítica al andaluz.

–¿Los prejuicios respecto del andaluz pueden tener su origen en obras como el ‘Diálogo de la lengua’?

–El Diálogo no contribuye a esos tópicos respectos del andaluz, pues el texto circula muy tardíamente. En el XVI, curiosamente, ya hay críticas al andaluz, pero también alabanzas –igualmente infundadas unas y otras–. Entre las alabanzas está la del andaluz como ejemplo de elocuencia, de lengua florida, barroca. Después, sí hay otras muy negativas, como la de Quevedo, que decía que los andaluces estábamos “cargados de patatas y de ceceos”. Yo creo que la construcción de ese tópico tan negativo del andaluz es relativamente reciente, de finales del XIX.

–¿Y cuál es su propósito con esta nueva edición?

–Me gustaría que se cerrara el libro del Diálogo asumiendo que las sensibilidades lingüísticas que tenemos eran las sensibilidades de un autor del XVI. Que la curiosidad que nosotros tenemos respecto de nuestro idioma también la tenía un autor como Juan de Valdés. Y que pensemos en todo lo que era el español en el siglo XVI. Me parece muy injusto cuando tachamos al español de una lengua imperialista, impuesta… Cuando esos son términos de política lingüística muy posteriores, muy del XIX.

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