España

¿Sólo malas noticias?

El PNV de Arzalluz-Ibarretxe cantó victoria en las elecciones autonómicas de octubre de 1998 doblando en escaños (27) al PSE-EE de Redondo Terreros, que obtuvo los mismos (14) que la Euskal Herritarrok (Batasuna) de Otegi y cuatro menos que el PP de Iturgaiz, otrora segunda fuerza política del País Vasco. Ibarretxe se mantuvo luego casi once años en el poder y se consolidaba la leyenda falaz de que el destino de Euskadi era el de estar gobernado por los siglos de los siglos por los hijos del PNV, que en 30 años sólo había coqueteado una vez con la derrota, en 1986, tras la escisión de Eusko Alkartasuna. Ya han pasado 23 años y a la vista está cómo han cambiado las cosas en este país (mucho) y en el vasco (más). No hay más que repasar la magra nómina de diputados no nacionalistas en la Cámara de Vitoria en 1986: PSE, 19; AP, dos; CDS, uno. Y gracias. ETA apretaba.

Eso sí, el PNV sigue siendo el más votado, uno de los pocos argumentos respetables de Ibarretxe, aunque eso no le da derecho a colmar de sectarismo y resentimiento su adiós, que no hubiera estado de más que asumiera con algún gramo de elegancia el juego democrático de las mayorías y que eso del mesianismo identitario ya no cuela. Entre otras cosas, evidentemente, porque la Ley de Partidos liquidó a las ratas que atornillaban el batzoki al poder, ésas que le propiciaban investiduras, las que le rezongaban mientras daban pábulo a sus delirios soberanistas...

Han sido once años en el poder, en una película, la de la política vasca, en la que el único actor que había sobrevivido a las exigencias del guión era precisamente él, lo que algún mérito tendrá por su parte, así que vaya un chiquito a la salud de Ibarretxe. Pero ni uno más. Aún no se sabe bien a quién quería engañar durante la última campaña electoral, pero el caso es que toda la ansiedad excluyente e independentista de la que ha hecho gala desde que destapó sus bríos identitarios (allá por 2001, cuando presentó a bombo y platillo su plan de bye bye Spain) quedó un tanto difuminada en sus mensajes. Luego, el 1 de marzo, ganó por cuarta vez consecutiva las elecciones, pero esta vez le faltaba algo: las ratas. Y resurgió, ahíta de veneno, la arruinada cantinela de la inmarcesible primacía nacionalista, de que le derrotó una argucia del Estado español y no las urnas, y se dedicó a deslegitimar desde el minuto uno al futuro Gobierno de Patxi lópez por valerse del respaldo de un partido con el que escenifica políticamente eso del sexo sin amor precisamente en su batzoki.

Lo peor de todo es su silencio ante las amenazas de ETA al Gabinete socialista. De los labios de Ibarretxe no salió ni una palabra de solidaridad hacia los hijos del agobio.

Y ahora dice que se va, que deja la política. Parecía cantado. Se acabó la doble faz (partido-gobierno) del PNV. Casi mejor. Ese hombre en la oposición sería una bomba. En el peor y en los demás sentidos.

¿Quién dice que los periódicos sólo traen malas noticias? No será el de hoy. Adiós, agur, Ibarretxe.

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