La crisis del Coronavirus en Cataluña

El virus separatista pone la cara colorada

  • La estrafalaria actitud de Torra haciendo campaña en plena emergencia sanitaria y el tuit de Ponsati mofándose de los  madrileños retratan la bajeza moral del puente de mando del bucle secesionista 

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante una reunión con los 'consellers' de los departamentos implicados en la gestión de los efectos del 'Gloria', el pasado 22 de enero.

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante una reunión con los 'consellers' de los departamentos implicados en la gestión de los efectos del 'Gloria', el pasado 22 de enero. / Quique García (EFE)

Quim Torra es el único de los 17 presidentes autonómicos que ha intentado sacar tajada política de la epidemia, como si se tratara de un acto electoral más de la campaña de JxCat de cara a las catalanas, como si no hubiera caído en la cuenta de que lo que está en juego son vidas y no un puñado de votos, como si no se hubiera enterado de que el enemigo invisible amenaza tanto a las "bestias taradas" de los españoles como a esa "raza superior"con la que fantasea y fantasmea el presidente de la Generalitat, que tampoco se cosca de que el bucle sobre la autodeterminación en el que estábamos inmersos es un simple fideo en la sopa de una emergencia nacional que ridiculiza sus ganas de comerse la unidad de España.

Como si existieran dos cepas del mismo virus, la catalana y la madrileña, son varios los representantes políticos de la Generalitat que siguen con la venda de la estelada en los ojos y no ven más allá de sus narices, con olfato más politiquero que político, tomando posiciones entre lo caricaturesco y lo criminal. Este domingo, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez acababa de anunciar  en diferido el estado de alarma en todo el país, Torra se permitía el lujo de proclamar que la Generalitat "continuará tomando decisiones, las que considere oportunas y necesarias" al margen de las que estableciera el Ejecutivo central.

Torra: "La Constitución no es un fármaco contra el coronavirus, se están confiscando competencias a Cataluña"

Desde su caverna de superioridad moral, el Govern subía los decibelios de sus quejas al respecto del dispositivo a matacaballo para controlar el avance del coronavirus, toda una afrenta al autogobierno, una especie de aplicación encubierta del artículo 155. Tras la reunión telemática de todos los presidentes autonómicos con Sánchez, Torra redoblaba sus críticas a la declaración de estado de alarma y su despliegue. por el sacrosanto territorio catalán. “Las medidas son insuficientes, no servirán para parar el contagio. Necesitamos el cierre de aeropuertos, puertos y trenes de alta velocidad. Necesitamos aislar Cataluña y Madrid”, rezongaba. "La Constitución no es un fármaco contra el virus", insistiendo en su triste planteamiento de que desde Madrid se “confiscan” competencias a Cataluña.

El relato del secesionismo choca de bruces con la evidencia de que el virus no ha mostrado ningún respeto por las ensoñadas fronteras morales y de raza que separan Cataluña del resto del país. Tanto el jefe del Govern, como su número dos, Pere Aragonés, han dado positivo por coronavirus.

El lince de Guix

JxCAT , ERC y el PNV (con más sordina) creen humillante que se transmita la idea de que sus respectivos Gobiernos regionales son incapaces de ir por libre en la pelea contra el coronavirus. Una falacia a la vista de sus desatinadas previsiones. Lo dejó blanco y en botella el 10 de marzo, dos días después de las marchas feministas, el secretario del departamento de Salud Pública de la Generalidad, Joan Guix, afirmando ufano que en Cataluña no hacía falta cerrar escuelas y universidades, como ya había hecho Madrid, porque la "situación" catalana era "bastante diferente" a la del resto del país. Se supone que ninguno de los 18  muertos y 1.934 contagiados que se contablizaban este martes en territorio catalán por la mañana no deberían ni deben estar muy de acuerdo con ese escenario  dual que plantean sus máximos representantes políticos.

El multitudinario acto en Perpiñán el pasado 29 de febrero también provocó oleadas de quejas de ciudadanos franceses, sobre todo de los que viven en el departamento de los Pirineos Orientales (del que Perpiñán es la capital), ante el temor a que el aquelarre separatista sirviera de trampolín para un cororonavirus que ya se manifestaba por entonces de manera incipiente.  El ex president  a la fuga Carles Puigdemont llamó a la "lucha definitiva" en su baño de masas, una irresponsabilidad definitiva la suya al congregar a más de 100.000 personas cuando el COVID-19 ya empezaba a campar a sus anchas. 

Incapaces de un mínimo gesto de la lealtad debida, el Govern y sus palmeros echan sin pudor sal a la herida de la convivencia rehenes de un fanatismo que inhabilita toda esperanza de que esa mesa de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat llegue a algún buen y decente puerto. La infección moral de algunos dirigentes separatistas es tan acusada que su repertorio no tiene fronteras y hasta el color amarillo del lema que ha lanzado el Gobierno en papel prensa para llamar a la unidad -El virus lo paramos entre todos- es visto retorcidamente como un torpedo subliminal a los simbólicos lazos amarillos por los (semi) presos soberanistas, casi todos gozando ya de generosos permisos para sair de prisión para trabajar y cuidar familiares unas horas varios días a la semana.  "Propaganda política oportunista", a decir de la ex consellera de Presidencia y ex portavoz del Govern, Elsa Artadi, una de los representantes de la Generalitat en la mesa con Moncloa.

No, el coronavirus no es una pieza más del tablero político que mover a conveniencia de parte. Es un enemigo común, de separatistas y autonomistas, y potencialmente letal para todos, ha acabado con la vida de 491 personas en toda España según el último recuento oficial de este martes a mediodía. La palma del siniestro balance se la lleva Madrid, con más de dos tercios de fallecidos, y el máximo exponente por ahora del enclaustramiento ideológico y la bajeza moral de algunos baluartes del mundillo independentista lo detenta la ex consellera a la fuga Clara Ponsati, que con una absoluta falta de humanidad ha dado macabramente la vuelta al popular dicho de De Madrid al cielo, sustituyendo la sugerencia de dicha por la que encarna altiva la inmortal señora de la guadaña. Viniendo de donde viene, de una politicastra que salió por patas para eludir la acción de la Justicia tras la engañifa de la Declaración de Independencia de 2017 y que luego ha admitido que el Govern del ínclito Puigdemont iba "de farol", un madrileño como servidor sólo puede sentir náuseas al respirar el mismo aire que este tipos de seres. El indecente tuit de la ex conselllera -que ironía- de Enseñanza burlánddose de los madrileños y mofándose de su desgracia, del ensañamiento particular del coronavirus que sufren, como si no fuera con ella, ha sido jaleado por el maestro de ceremonias secesionista desde su exilio dorado en Bruselas...   

Dicen que más vale que te pongan una vez la cara un vez colorada que ciento amarilla... Estos señores (nada de inclusivos) tienen el alma macilento, amarillento preñado de lacitos embriagados de supremacismo y una cara muy grande, y no se sabe en su vastedad cuál es el color que predomina, pero a todos los demás nos la ponen muy colorada, de pura vergüenza (ajena), los muy sinvergüenzas... De Madrid al cielo, claro que sí, y otros al cieno, con sus miserias.

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