Las claves

Pilar Cernuda

No es oro todo lo que reluce en el Gobierno

Ni hay equipo, ni las relaciones personales son impecables, ni la totalidad de los ministros están convencidos de que las leyes que se acaban aprobando tras largas discusiones son las idóneas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), durante una reunión del Consejo de Ministros en el Palacio de la Moncloa.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), durante una reunión del Consejo de Ministros en el Palacio de la Moncloa. / José María Cuadrado Jiménez (EFE)

No pierden las formas en público, pero en el Gobierno las tensiones están a flor de piel y, en ocasiones, en las reuniones se escuchan voces con un tono más alto del que aconsejan las buenas maneras. Ni hay equipo, ni las relaciones personales son impecables, ni la totalidad de los ministros están convencidos de que las leyes y normas que se acaban aprobando tras largas discusiones, son las adecuadas. No es oro todo lo que reluce. Ni de lejos.

Desde el principio ha habido desconfianza manifiesta entre los ministros de Podemos y los elegidos por Sánchez, al igual que desde el principio también ha habido desconfianza entre los ministros elegidos por Sánchez y su jefe de gabinete Iván Redondo. Para desconcierto de los elegidos por el presidente, en la mayoría de las ocasiones Pedro Sánchez se ha mostrado más cercano a las tesis que defendían Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, quien ha destacado entre el resto del equipo podemita; y también ha defendido a capa y espada a su jefe de gabinete, a quien siempre ha considerado estratega fundamental para que se convirtiera en presidente, cuando lo alentó para que presentara la moción de censura contra Mariano Rajoy.

La estrella de Redondo perdió parte de su brillo antes de que apareciera el Covid-19. Se le responsabilizó de haber equivocado la estrategia de la campaña de Sánchez para las elecciones de noviembre, en las que el PSOE obtuvo peor resultado del que había previsto y le obligó a un pacto casi inmediato con Podemos para mantener el gobierno, lo que provocó que, desde el principio, Pedro Sánchez estuviera contaminado por un acuerdo que le hizo aparecer como un presidente al que no importaba mentir y engañar a sus votantes.

Demasiadas polémicas

Ya iniciado el Gobierno, Carmen Calvo siguió manteniendo unas relaciones tan distantes con Redondo como en el primer mandato, pero el jefe de gabinete encontró en cambio un aliado en Pablo Iglesias, lo que incidió en desbarajustar aún más un gobierno en el que dos ministras muy sólidas, probablemente las más del gobierno, Calviño y Robles, se encontraban claramente desubicadas sin querer entrar en luchas intestinas.

Se dedicaron en cuerpo y alma a ejercer su función, aunque Calviño demostró su disconformidad con algunas de las medidas económicas que se barajaban y trató de defender las que consideraba más adecuadas para sobrellevar la gravísima crisis económicas que se iba a producir. Fue inútil, y si no hizo efectiva la dimisión que había planteado fue porque era indispensable su papel para negociar en la Unión Europea.

Papel que nadie más podía realizar con su conocimiento de las reglas de juego en Bruselas y con el prestigio que tiene entre las autoridades económicas de la UE.Robles, por su parte, se volcó en ejercer de ministra de Defensa, y puso a disposición de la lucha contra el coronavirus todos los efectivos del Ejército, tanto humanos como de material.

Un esfuerzo que permitió potenciar la imagen del Ejército entre las gentes de la izquierda, que siempre han mostrado animadversión manifiesta hacia la milicia. Lo ha hecho nuevamente Pablo Iglesias en esta crisis, cuando hizo un nuevo alegato contra la monarquía y dijo que quería un Jefe de Estado que no vistiera uniforme militar. Margarita Robles ni le contestó, pero su empeño en aparecer en todos y cada uno de los actos en los que ha habido miembros del Ejército colaborando la lucha contra la pandemia, así como en los actos militares presididos por el Rey, ponía de manifiesto su desacuerdo con la posición del vicepresidente segundo.

Algún ministro, de los pocos que se confiesan en privado, apunta que entre las figuras que no se sienten cómodas en el gobierno por el exceso de tensiones se encuentra José Luis Ábalos, secretario de Organización del PSOE, ministro de Transportes, y hasta hace muy poco mano derecha de Pedro Sánchez. Mantiene discrepancias políticas con Iglesias y ha optado por mantener un perfil discreto en esta etapa tan complicada, como otros miembros del gobierno que no quieren participar en discusiones internas de las que nunca se sale bien parado.

Le ocurrió a Iván Redondo, que cuando el Gobierno finalmente decidió tomar medidas contra el corona virus, tras no hacer caso a los avisos y recomendaciones de la OMS y de la UE para que actuaran en consecuencia, fue al que encargó Pedro Sánchez que coordinara a los diferentes ministerios que debían participar más activamente en la lucha contra la pandemia, así como en todo lo relacionado con la comunicación del Gobierno a los ciudadanos. En esto último el fallo fue estrepitoso, las críticas fueron unánimes y además provocaron polémicas muy serias porque se puso de manifiesto el descontrol del gobierno en la compra de material sanitario, protección del personal médico, falta de criterio e, incluso falseamiento de cifras y datos.

Defenestrados

Cuando hubo que crear una comisión de desescalada para actuar cuando se llegara al pico de la pandemia –terminología utilizada por el Gobierno– se anunció que Redondo presidiría esa comisión. Duró poco. Unos días más tarde, en una de las muchas comparecencias informativas diarias, a las que había que sumar las exhaustivas y reiterativas del presidente todos los sábados, se informaba que sería la vicepresidente y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, la que presidiría la comisión. Desde su entorno se explicaba que Redondo había elaborado un informe de apenas unos folios, con obviedades, mientras que Ribera estaba decidido a presentar al Consejo de Ministros un programa muy detallado de los pasos que se debían ir dando de forma gradual, tras consultar con expertos de todos los sectores sociales y teniendo en cuenta las consecuencias económicas de la desescalada.

Sin embargo, el trabajo de Ribera no tuvo el éxito que buscaba. El informe no había convencido a sus compañeros de Gobierno, sobre todo a Calviño, que consideraba que las medidas agravaban la ya profunda crisis económica que tenemos encima y además elevaría a cifras inimaginables el desempleo. Se inició una ronda de sugerencias, argumentos, propuestas, descalificaciones y críticas que se prolongaron durante cuatro horas, y finalmente se plasmaron nuevas medidas que anunció Pedro Sánchez cuando pudo llegarse a un mínimo acuerdo.

Anunció también Sánchez los cambios en el comité de desescalada: él mismo lo presidiría, con Iván Redondo de coordinador, y con la incorporación de Yolanda Díaz; de esa manera se contentaba a Iglesias, que se había quejado de que no había ningún miembro de Podemos en la comisión anterior. No aparecía el nombre de Teresa Ribera.Los días siguientes se fueron modificando algunas de las medidas anunciadas por el presidente, al mismo tiempo que arreciaban las críticas, sobre todo del sector turístico y comercial.

Todo ello en un escenario político más complicado cada día que pasa: la semana que viene tiene que aprobarse en el Congreso la prórroga del estado de alarma y no es seguro que se alcancen los votos necesarios. Segundo, juristas destacados consideran que las normas no se atienen a la ley y a la Constitución porque afectan a los derechos y libertades de los ciudadanos. Tercero, desde Aragón llegan unas duras declaraciones del presidente de Gobierno regional, el socialista Javier Lambán: “Salvar vidas está muy delante de salvar políticamente a Pedro Sánchez”.

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