España

Una relación envenenada

  • Un helicóptero español sobrevolando el yate de lujo de Mohamed VI y el incidente en la frontera con Melilla de cinco jóvenes holandeses de origen marroquí han tensionado unas relaciones acostumbradas al filo de la navaja

No se habló del Sáhara.

En el encuentro de Nueva York entre Mohamed VI y José Luis Rodríguez Zapatero dos asuntos provocaron auténtica sorpresa: que no hablaran del Sáhara -porque no hablaron, es cierta la versión oficial- y, segundo, que nadie de la delegación española hubiera tomado la precaución de comprobar si se había colocado una bandera española junto a la marroquí en la sala donde se celebraba la reunión.

Después, ante las críticas, fuentes oficiales explicaban que Mohamed VI es jefe de Estado mientras que Zapatero es jefe de gobierno, y por tanto la bandera de Marruecos debía tener más protagonismo que la enseña española. Profesionales del protocolo aseguraban en cambio que la presencia de la bandera española estaba obligada, como ha ocurrido en circunstancias similares. En cuanto a la ausencia de la palabra Sáhara en el diálogo entre el rey y el presidente, desde el Gobierno español se decía que ese asunto lo tratarían los ministros de Asuntos Exteriores en un encuentro posterior. Chocante que se retirara del orden del día de la conversación entre Mohamed VI y Zapatero. Pero es que los españoles no querían que el conflicto del Sáhara ni la reivindicación de la bandera española junto a la de Marruecos incrementara la incomodidad que preside en estos momentos las relaciones entre los dos países.

El rey de Marruecos está molesto con España. Muy molesto. Y no disimula su estado de ánimo. Con Zapatero fue correcto, le pidió que trasladara un saludo afectuoso a su "tío" el Rey de España, pero no concretó fecha para la cumbre hispano marroquí que debería haberse celebrado este año. Tocaba que fuera en una ciudad española, pero Marruecos insiste en que sea nuevamente en su país y por tanto la cumbre está en el aire. Una prueba de que Mohamed VI está enfadado con España y quiere demostrarlo.

La razón, un incidente ocurrido semanas atrás.

En Alhucemas se encuentra un destacamento con una cuarentena de soldados españoles que reciben todo lo que necesitan desde la península. Un helicóptero les lleva periódicamente alimentos, agua, medicinas y todo lo imaginable para su vida cotidiana, independientemente de que ante cualquier tipo de emergencia médica o incluso doméstica se les presta la ayuda necesaria.

Y una emergencia doméstica obligó a que un helicóptero se trasladara al peñón. Los tripulantes, que vieron al cruzar el Estrecho un yate espectacular, muy lujoso, se acercaron para contemplarlo mejor… sin saber que se trataba del yate de Mohamed VI. El rey no se encontraba a bordo, pero fue informado de que un helicóptero español había sobrevolado el yate y desde su entorno le hicieron ver que se trataba de una provocación. Y él lo considera así. Ha recibido las explicaciones oportunas por parte de las autoridades españolas, pero no se ha dado por satisfecho entre otras razones porque personas de su confianza quieren que no se dé por satisfecho.

A eso se suma el incidente de este verano en Melilla, protagonizado por cinco jóvenes de nacionalidad holandesa y origen marroquí que, en la frontera española, se enzarzaron en una tensa discusión con policías españoles, a los que los jóvenes han acusado de maltrato y amenazas.

La parte española piensa que se trataba de jóvenes que se acercaron a la frontera con ánimo de provocar. Desde Marruecos culpan de racismo a la Policía de fronteras española. Y en ese debate ha aparecido en escena un abogado defensor español cuya carísima minuta no pagan los jóvenes, que se mueve por la vecina población de Nador escoltado por dos coches de seguridad, que es recibido como un dirigente político por las autoridades locales y que lanza duras acusaciones desde los medios de comunicación marroquíes contra la Policía española.

Dos asuntos, de muy distinto signo, que han llevado a que en estos momentos, de nuevo, las relaciones entre España y Marruecos sufran una considerable tensión. Con el escenario saharuai al fondo, quienes conocen bien la historia de las relaciones entre los dos países coinciden en que Marruecos tiene empeño en mostrar a España su cara más hosca para que los españoles sepan a qué atenerse si no apoyan el proceso de anexión del Sáhara.

Sin embargo, a pesar de los avatares políticos, hay aspectos en las relaciones que han mejorado sensiblemente respecto a los tiempos de Hassan. La cooperación en la lucha contra el terrorismo islámico, por ejemplo, es muy importante, como reconocen los profesionales españoles; y también han incrementado los marroquíes el control sobre las mafias de traslado de inmigrantes que operan en sus ciudades costeras. Y hay una mejora notable en las relaciones económicas, con incremento de las inversiones españolas y la creación de empleo en esas empresas para trabajadores marroquíes, tanto en el sector hostelero como de la construcción.

Pero el Sáhara enturbia cualquier tipo de avance en la política bilateral. Lo que obliga al Gobierno español a moverse con pies de plomo en cualquier asunto que toque tangencialmente a Marruecos. Porque de la nada se crea un problema, y el problema tensiona la cuerda más allá de lo aconsejable.

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