¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El sainete del Emérito

Tanto don Juan Carlos y sus cortesanos como el Gobierno y sus milicianos han alimentado el show de Sangenjo

Don Juan Carlos llegando a La Zarzuela

Don Juan Carlos llegando a La Zarzuela / EFE

PESE a que me resistí durante años, la astenia primaveral y la depresión de mayo me han llevado a ver Borgen, la serie de Netflix con no pocos ingredientes de culebrón que se inspira en los ambientes políticos y periodísticos de Dinamarca. Cuernos, polvos de una noche, crisis matrimoniales y romances crepusculares se mezclan con la agenda parlamentaria y mediática vikinga, que apenas difiere de la española: macrogranjas, legalización de la prostitución, espionaje político, inmigración, crisis de la sanidad pública, populismo, etcétera. Todo envuelto en el discurso buenista de su protagonista, la bella y madura Sidse Babett Knudsen, cuya divina sonrisa y mirada celestial hacen que le perdonemos una corrección política que roza lo paródico.

Hasta el momento –voy por el capítulo 3 de la tercera temporada– España ha sido nombrada en tres ocasiones (con respecto a Afganistán, la política europea y la crisis económica), siempre como ejemplo de país poco eficiente y a la cola de la UE. No tienen una buena opinión de nosotros los nórdicos y, después de lo visto en Sangenjo este fin de semana, la tendrán aún más negativa. Porque no se puede hacer peor por parte del Emérito y sus cortesanos, del Gobierno y sus milicianos, y de los medios de comunicación y sus tribus oscuras. El único que ha mantenido el tipo, una vez más, ha sido el rey Felipe VI, que Dios guarde durante muchos años.

Una parte de la derecha mediática española debería repensar muy seriamente su monarquismo zulú, entre cayetano y náutico, que nos quiere hacer comulgar con la idea de un Emérito virginal y completamente inocente pese a las sobradas pruebas de que actuó con deslealtad hacia la hacienda del reino y a la ciudadanía en general. Pocos pecados son tan imperdonables como el de la avaricia. Ya lo he dicho alguna vez: la única salida digna para don Juan Carlos, que tantos y buenos servicios ha prestado a España en el pasado, es el descansado y solitario retiro en cualquier dehesa solitaria de la Península, como don Francisco de Asís se recluía en el palacio de Ríofrío cuando estaba harto de las humillaciones de la fogosa Isabel II. Se acabaron las fiestas.

Por su parte, al Gobierno y a sus medios paniaguados hay que reprocharles su interés por alimentar el sainete berlanguiano. En vez de enfriar la situación, como hubiese sido necesario, se han dedicado a echar gasolina populista en un incendio que pretende dañar a una institución fundamental en nuestro ordenamiento constitucional. Y los guionistas daneses tomando nota.

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