Elecciones 26M

La segunda vuelta de las generales

  • Estrategias. Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias... los primeros espadas de la política nacional entienden estos comicios como una reedición del 28-A por mucho que traten de desligarlos

Miquel Iceta y Pedro Sánchez charlan durante un acto de campaña en Barcelona.

Miquel Iceta y Pedro Sánchez charlan durante un acto de campaña en Barcelona. / Andreu Dalmau (Efe)

No les gusta a los candidatos a los gobiernos regionales, las alcaldías y al Parlamento Europeo que se miren estas elecciones como una segunda vuelta de las generales, pero lo son. A todos los efectos. La prueba es que quien ganó las del 28 de abril, Pedro Sánchez, no ha tomado ninguna medida de cara a su investidura porque sabe que está condicionado a las negociaciones que habrá desde mañana o quizá en la próxima madrugada con las primeras llamadas para cumplir el requisito que marcan las buenas formas: felicitar cuanto antes al ganador.

Hay un dato reciente que confirma que la continuidad de Sánchez en La Moncloa depende en buena parte de estos resultados tanto su partido como los de la oposición: en la sesión constitutiva del Congreso, cuando Junqueras se dirigió al escaño del presidente en funciones mientras disparaban todas las cámaras, lo que le dijo el líder de ERC fue "tenemos que hablar". Y tanto. Si Sánchez estuviera seguro de que el partido independentista respaldaría su investidura, los socialistas, y desde luego el propio líder del PSOE, no estarían nerviosos a la espera de lo que digan las urnas.

A partir de mañana la España política se convertirá en un zoco donde los dirigentes negociarán toda clase de trueques. El respaldo a un Gobierno regional a cambio de que se apoye a otro o se den los votos necesarios para conseguir una Alcaldía importante, permitir que gobierne una formación determinada en una región o en un municipio a cambio de un ministerio –en eso está Pablo Iglesias, a quien no le llega la camisa al cuerpo porque está seguro de que va a ser ministro, incluso aspira a la cartera de Trabajo–, o seducir al partido más irrelevante convertido en oscuro objeto de deseo cuando se entra en la siempre complicada etapa de repartir el poder. El más importante, el de la gobernanza de España desde sus distintas instituciones, no sólo el Consejo de Ministros, sino a través de los gobiernos municipales y autonómicos. Y también en las instituciones europeas, donde hay cargos de poder a los que se accede por elección.

Pedro necesita a Pablo

Sánchez confía en que Podemos no quede tan deteriorado como auguran las encuestas, pues es el partido con el que le será más fácil negociar su investidura y también alcaldías de capitales que aspira conquistar. No le quita el ojo de encima a Cs, del que no se fía –como tampoco se fía el PP– y del que ha dicho por activa y por pasiva que jamás negociará, que es lo mismo que dice Rivera de Sánchez. Pero saben los socialistas, como lo saben los dirigentes de la formación naranja, igual que los del PP y Podemos, que una vez conocidos los resultados se hace borrón y cuenta nueva. De lo dicho nada, y lo que importa, siempre, son las matemáticas: a qué puerta hay que llamar en función de los escaños o concejalías conseguidos, y qué se puede ofrecer a cambio del apoyo para hacerse con un puesto concreto.

Para acertar qué ocurrirá a partir de mañana lo mejor es olvidar todo lo que se ha escuchado, incluidas las promesas y las propuestas presentadas como inamovibles, y poner en marcha las dotes de observación para estar atentos a los pasos que dan los líderes.

Pablo Casado ha realizado una campaña de perfil bajo en estas semanas que demuestra que sus ánimos no están tan arriba como los días previos a las generales, cuando estaba convencido de que el calor y entusiasmo que encontraba en su gira por España se traduciría en un resultado que le abría las puertas de La Moncloa. No ha sido así, en campaña todo el mundo demuestra calor, pero el único voto asegurado es el de la militancia, y no siempre. Su única esperanza de poner al PP nuevamente en primer plano tras el pírrico resultado de abril, cuando perdió la mitad de los escaños en el Congreso, es no sólo mantener los principales gobiernos municipales y autonómicos que ya tiene sino conseguir algunos de los que tradicionalmente eran feudos del PP y se perdieron por los pactos que alcanzó Sánchez con Iglesias hace cuatro años.

Las contraprestaciones

El objetivo es mantener su ayuntamiento más importante, Málaga; recuperar la perdida alcaldía de Madrid y mantener los gobiernos regionales madrileño y castellano-leonés, los dos muy inseguros actualmente. Para ello necesita que a Cs le convengan más los pactos con el PP que con el PSOE, y que Vox no exagere sus mensajes ultra y Cs no se niegue a pactar con un PP que va de la mano de Vox. Complicado. Lo que más puede ayudar a Casado es que se incremente la animadversión personal –que no política– entre Sánchez y Rivera; pero a Casado, que no lleva tantos años en política, ya han tenido tiempo de explicarle que la política hace extraños compañeros de cama y las animadversiones sirven poco cuando está en juego el reparto de poder.El PP tiene los ojos clavados en Vox, la bicha que ellos mismos colocaron en primer plano en lugar de lo que hizo Rajoy, que lo ninguneó durante dos años y consiguió que no tuvieran un mal escaño. A lo que aspira el PP es a que vuelvan a sus filas el 30% de votantes que se le fueron a Vox. Con ese porcentaje, dicen, tienen asegurado que mantendrán los gobiernos regionales y municipales que tienen y pueden ganar algunos más.Cs se halla en la más cómoda situación, no gobierna y, por tanto, pase lo que pase ganará poder. Está en condiciones de mirar a su izquierda y derecha para apoyar o para pedir respaldo, así que su única preocupación es elegir qué alcaldías y gobiernos negociar, porque no tiene ninguno. No ocurre gual con Podemos, al que la bajada importante de abril puede provocar fuga de votos y que pierdan las importantísimas alcaldías que negoció con el PSOE, Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz y Santiago entre otras, a cambio de apoyar gobiernos autonómicos para los socialistas arrebatándoselos al PP.

Todo ello sin olvidar los partidos regionalistas y nacionalistas que, no por menores, pueden cambiar el signo de los ejecutivos. Lo han demostrado en el pasado, y siempre ha sido a cambio de lo mismo: más dinero y autogobierno. Tanto PSOE como PP siempre han aceptado esas contraprestaciones. Los independentistas catalanes es otra historia: ya no les sirve el dinero ni el autogobierno, quieren lo que rompe con la Constitución y con la ley: independencia. Y, por supuesto, el indulto para sus líderes si, como parece, son condenados.

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