Crítica de la 71 edición del Festival de Música y Danza de Granada

Sutileza, encanto y energía

  • John Elliot Gardiner y Maria Joäo Pires clausuran el Festival de Granada

Sutileza, encanto y energía

Sutileza, encanto y energía / Mario Puertollano/ Photographers (Granada)

La segunda intervención de la London Symphony Orchestra en el Festival de Granada no dejó indiferente a ninguno de los afortunados que pudieron asistir a tan encomiable lección de interpretación. John Elliot Gardiner, sin duda uno de los directores de orquesta más emprendedores y emblemáticos de las últimas cinco décadas, demostró ante la formación londinense cómo se puede revisitar el gran repertorio y sin embargo tener siempre algo que ofrecer. Junto a él una gran intérprete, una dama de la interpretación pianística como es Maria Joäo Pires, que embelesó con su delicadeza y siempre elegante interpretación de la música de Mozart.

Franz Schubert, Wolfgang Amadeus Mozart o Piotr Illich Chaikovski son nombres habituales en las programaciones de conciertos, y ninguna de las piezas que de estos genios se interpretaron eran desconocidas la pasada noche por el público asistente al concierto de clausura del Festival. Sin embargo, esta última de la edición de este año tuvo un halo encantador que lo hizo diferente, pues pese a escuchar piezas programadas con frecuencia, orquesta, director y solista ofrecieron en cada una algo singular, ese toque discreto pero evidente a la sensibilidad que solo los grandes músicos saben obtener.

John Elliot Gardiner conoce muy bien a la LSO, una formación a la que es invitado con frecuencia y con la que no solo ha tocado numerosas veces y ha ido de gira, sino que con ella también ha grabado algunas joyas de su extensa discografía, entre la que cabe destacar su galardonada versión de El sueño de una noche de verano de Felix Mendelssohn. Así pues, llegar a Granada y hacerlo treinta y ocho años después del debut de dicha orquesta en el Festival no es un reto, sino más bien un deleite tanto para los músicos como para la audiencia. Sin arriesgar en el programa, sí que debemos decir que en cierto modo sorprendió por ofrecer una visión acorde con su extenso conocimiento historiográfico y a la vez coherente con la metalectura que todo director experimentado puede realizar de una partitura del pasado.

El concierto se abrió con los entreactos segundo y tercero de Rosamunde D. 797 de Franz Schubert, dos piezas breves sin especial relevancia en la trama de la obra que, sin embargo, Gardiner trató con exquisito mimo y sutileza. La música incidental que Schubert compuso para esta obra de teatro de Helmina von Chézy ha rendido culto a la memoria del compositor por la elegancia de sus pasajes melódicos y la espontaneidad de su introducción, coros y final. Sin embargo, estos dos entreactos son quizás de los momentos más reposados y delicados de la partitura, cualidad que supo entresacar de la escritura schubertiana el director para exigir a la orquesta una particular cadencia rítmica, un empaste perfecto en las cuerdas y un equilibrio sublimado hasta el punto de ser toda ella un único instrumento en sus manos.

Tras este bello comienzo, entró en escena la pianista Maria Joäo Pires para interpretar el Concierto para piano y orquesta núm. 27 en si bemol mayor K. 595 de Mozart, el último de sus conciertos en los que el compositor y pianista actuaría como solista en marzo de 1791. Sin alejarse de la estructura clásica, que tanto contribuyó a fijar y difundir el salzburgués, la escritura de esta pieza es sin embargo algo más personal en detalles tales como los ligeros rubatos rítmicos que deja entrever en las escrituras previas a la cadencia del primer movimiento Allegro, el personal sentido melódico del Larghetto central o el audaz y juguetón desarrollo del último movimiento Rondo.

Estos elementos, así como otros muchos dignos de la mejor escuela pianística, fueron magistralmente explorados por la pianista portuguesa, una de las grandes expertas en el repertorio mozartiano. Su elegancia, su aparente falta de tensión y su presteza y ligereza al recorrer con soltura las teclas del piano contrastan sin embargo con la fuerza interpretativa y el perfecto control de la pulsación y los tempi de la pianista. A menudo se corre el riesgo, cuando se escribe sobre una gran figura de la interpretación, de repetir consabidos parabienes y lugares comunes, pero en este caso se pudo atestiguar cada una de estas cualidades en la interpretación de Pires, toda una lección de maestría y buena escuela que fue hábilmente secundada en la parte orquestal por Gardiner y la LSO.

Segunda mitad

Al comienzo de la segunda parte del concierto, John Elliot Gardiner quiso dirigirse al público, y rendir homenaje en estos momentos tan difíciles a tantas personas que se ven afectadas por el conflicto en Ucrania; recordó cómo la música puede ofrecer una lección de historia y hacernos ver desde el pasado cuan equivocados podemos estar a veces, pues siendo Chaikovski un autor de origen ruso en su segunda sinfonía utiliza numerosos temas del folklore ucraniano, hasta el punto de poder considerarse la obra más de este país que del que vio nacer al compositor.

Con esta dedicatoria y sentidas palabras, la segunda parte se convirtió en un revulsivo artístico, ya que Gardiner insufló una energía contenida no siempre explorada a la hora de tocar la Sinfonía núm. 2 en don menor op. 17 de Chaikovski. Obra de su primera madurez, sufrió varias revisiones hasta quedar tal y como hoy la conocemos, con ese poderoso toque inicial de las trompas, la viveza de los metales, los perpetui mobili de las cuerdas en varios movimientos y un despliegue motívico-tímbrico de gran originalidad y belleza.

La LSO demostró por qué es una de las mejores formaciones europeas, ya que sus secciones se plegaron a los designios del director con una total coherencia y equilibrio formal, construyendo cada movimiento con la dosis justa de entusiasmo y control que hicieron de la sinfonía escuchada una obra diferente a las versiones que pudiéramos retener en la memoria, quizás menos efectista pero más eficaz en la transmisión de la idea compositiva.

Con los acordes finales de la sinfonía todavía resonando en las piedras del Palacio de Carlos V y tras una prolongada ovación que obligó a salir al director hasta tres veces y levantar a los solistas de cada sección, Gardiner sintió el deseo de regalar fuera de programa una página más de bella música: el juguetón entreacto de la obra ya citada El sueño de una noche de verano op. 61 de Mendelssohn, epílogo muy oportuno a las bellas noches de buena música que en el albor estival nos ha ofrecido el Festival de Granada en la edición de este año. Mi más sincera enhorabuena a su director Antonio Moral por su preclara visión de lo que hoy en día ha de ser un festival internacional y a todo el personal a su cargo por la buena organización y disposición siempre mostradas; hasta el año próximo.

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