Festival Internacional de Música y Danza | Crítica concierto inaugural

La OCG, en su mejor aliento clásico

La OCG, en su mejor aliento clásico.

La OCG, en su mejor aliento clásico. / Álex Cámara

La Orquesta Ciudad de Granada ha sido –y espero que lo sea por los siglos de los siglos-, elemento imprescindible del Festival, no sólo en sus colaboraciones admirables en las representaciones de ópera que se han celebrado –recordemos, entre otras, su papel fundamental en La flauta mágica, dirigida por Pons, en la espectacular escenificación que Els Comediants hizo en el Generalife, o en el oratorio de Honegger Juana de Arco en la Hoguera que Daniele Abbado montó en Carlos V- , sino en notables conciertos como protagonista absoluta, atreviéndose a obras colosales como la Missa Solemnis, con el Orfeón Donostiarra. Siempre ha dejado el nombre de Granada y del Festival a un alto nivel.

La OCG sigue siendo, en su especialidad clásica, uno de los mejores conjuntos españoles

Esta vez le han dado la responsabilidad de inaugurar el certamen, tradicionalmente dedicado a los grandes conjuntos invitados, especialmente sinfónicos o sinfónicos-corales o primeras figuras esperadas. Pero, al margen de que la inauguración marca, de alguna forma, el carácter internacional de cada edición, el crítico –que ha alentado la creación y continuidad de esta piedra fundamental de la corona cultural de Granada- tiene que atestiguar que, pese a las crisis y recortes, no solucionados definitivamente, la OCG sigue siendo, en su especialidad clásica, uno de los mejores conjuntos españoles, como lo demuestra en cada concierto del curso en el Auditorio Manuel de Falla. Por eso, sin salirse de su contexto estructural, pudimos asistir a su mejor aliento clásico, en obras pensadas para orquestas que no exigen el mastodóntico peso sinfónico.

El programa, como era lógico, no podía saltarse demasiado los límites conocidos en sus veladas en la sede del Auditorio. La dirección del Festival ha apostado por esta amable incursión para el aficionado inicial para abrir la 68 edición. Es el caso de Ignaz Moscheles, admirador de Beethoven y de Mendelssohn, con su Juana de Arco, en la que la emotividad, en ese clasicismo-romántico que define al autor de la ‘Escocesa’, comparado con un Murillo de la música, por la amable perfección de las formas, fue expresada con esa claridad que define a nuestra orquesta, superando algunos titubeos que las manos maestras de Ivor Bolton atajaron. Así pudimos escuchar pulcramente el Andante religioso, algo menos conjuntado el tiempo belicoso, y concentrado el allegro espiritoso, con el estertor postrero de la doncella de Orleans.

Beethoven superó ese clasicismo que, pese a sus referencias, siguieron otros músicos del XIX. Su Concierto para violín y orquesta es una de esas joyas en las que no sólo basta la técnica –deslumbrante a veces, aconsejado por los amigos violinistas-, sino la hondura dramática, la expresión de sentimientos, ejes del descubrimiento romántico trascendental. De ahí el equilibrio que debe existir entre orquesta y solista.

Y sobre el cimiento sólido de la OCG, bajo la meticulosa mirada de Ivor Bolton, Viktoria Mullova, con su admirable sonoridad, llenó de matices la obra, con la plenitud de los recursos, la técnica, el dominio del sonido, capaz de sumergir al auditorio en los casi cantados al oído, como en el frenesí del diálogo frenético y enervante que culmina en el Rondó, Allegro, entre violín y orquesta, quizá lo más brillante de la interpretación, si partimos de la base que la orquesta, en Beethoven, tiene que dialogar con el solista y no, como ocurrió en algunos momentos, supeditada, dejando la fuerza beethoveniana a un lado. La conocida partitura –por lo visto no para todo el público que aplaude, al término del primer movimiento- es piedra de toque para violinista y orquesta. Y Viktoria Mullova admiró al público y al crítico, como lo hizo, en 2003, con el Concierto de Sibelius.

Se cerraba la velada inaugural con el recuerdo del viaje juvenil de Mendelssohn por los Higlanders, en 1829, que quedaría posteriormente plasmados en la Obertura de la Gruta de Fingal y, sobre todo, en la Sinfonía núm. 3, en la menor, op. 56, conocida como Escocesa, pieza grata, llena de referencias paisajísticas que ha sido utilizada para conciertos que no tengan demasiadas complejidades dramáticas. Wagner, que admiraba su Allegro agitato y el Scherzo, “por el maravilloso desarrollo de los temas populares”, catalogó al autor como primerísimo paisajista. Y a esa descripción tiene que ceñirse la orquesta, con maestría y técnica, como hizo la OCG, con oboes, clarinetes, bajos y cornos reemplazando a las gaitas escocesas, antes de enlazar con las cuerdas, en el primer movimiento.

Como el alegre tema del Scherzo que canta un clarinete, al que acompañarán después las cuerdas en pizzicatos. Muy cálido resultó el Adagio cantábile, que da paso al Allegro guerrero para terminar a modo de coral, con apoyo de cornos, imitando a la música bárbara que describía Walter Scott de los clanes guerreros con sus trovadores al frente. Obra sin más complicaciones –que no son pocas- de la técnica, la precisión y las ajustadísimas pinceladas para mostrar este paisaje musical de un clásico, en un amplio sentido, asomado al romanticismo.

Ivor Bolton cuidó con esmero y brío esa paleta colorista y subrayó, al final, levantando al grupo de viento, madera y, sobre todo metales, incluyendo al cuarteto de trompas para recibir los aplausos del público a la Orquesta Ciudad de Granada que mostró, una vez más, su calidad reflejada en tantas ocasiones, no sólo con programas que conoce muy bien, sino en ciclos y autores más complejos, en el Festival y durante la temporada, en sus conciertos en el Auditorio, con sus directores titulares o invitados y solistas de relevancia.

Eran los tiempos de oro de la OCG que, además, no desdeñó su necesaria proyección internacional. Por eso, el público siempre está con su orquesta y le rinde homenaje merecido, sobre todo cuando se ciernen sobre ella nubarrones emanados, precisamente, de una estrecha visión política de las obligaciones que tienen los dirigentes con los pilares culturales.

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