Crítica: Compañía Nacional de Danza

Las tinieblas de ‘Don José’

  • El sueco Johan Inger convierte a ‘Carmen’ en un personaje urbano, víctima de la violencia de género, sin evitar las referencias de Mérimée y Bizet

Las tinieblas de ‘Don José’

Las tinieblas de ‘Don José’

Hemos vistos en este escenario tantas versiones en danza de Carmen que la coreografía del sueco Johan Inger , en la idea desmitificadora del cliché que Próspero Mérimée impuso y que a Bizet le propició hacer su obra maestra, nos recordaba –en distinto sentido, por supuesto- otras desmitificaciones, aunque fuese desde el lado flamenco, como la apasionante que presentó en este escenario Antonio Gades, en colaboración con Saura, en 1988. Fue, en aquella ocasión, un canto a la libertad de una mujer, imponiéndose sobre las circunstancias machistas. Ese machismo de un atormentado don José, lo utiliza Inger como argumento principal, hasta el punto que el personaje se convierte en protagonista, por sus celos, su desbocada pasión, su ciega idea de venganza. Casi los mismos argumentos que frecuentan la violencia del género y los crímenes machistas, de hoy y de todos los tiempos, aunque antes se llamasen crímenes pasionales. Mujer libre, frente a hombre obsesivo. Una desmitificación que comienza hasta en los detalles, porque, por lo pronto, abandona la ‘españolada’ que se deriva del argumento y de la música de Bizet que aparece, al comienzo, en la fiesta popular, y circunstancialmente, en algún momento, entremezclada con principal protagonismo dramático la de Rodion Shchedrin y con la música adicional original de Marc Álvarez.

Casi todo el mundo interesado en el tema conoce, aunque sea de referencia, esta Carmen nórdica que se estrenó, por encargo de la Compañía Nacional de Danza, hace tres años, por lo que el interés de los que no conocían esta versión era ver en vivo como resolvía el coreógrafo el espectáculo, sin recurrir a toreadores ni flamencos. Tópicos los justos, pensó Inger, pero cae en el tópico de dividir la acción en colorista, en el primer acto, y siniestra, en el segundo, sin términos medios. Mujer libre y machista enfermo de rencor, con un niñ por medio, que sirve de referencia, incluso cuando utilizando fragmentos clásicos para enlazar una tierna escena familiar con Carmen, Don José y el niño, al que le regala una muñeca que luego romperá cuando queda en soledad tras una dramática escena de violencia de género, a la mujer deseada. El contraste puede subrayar el origen urbano, alegre y desenfadado, con el supuesto torero Escamillo –que no hay en Suecia- que viste de calle o de luces negras, pero que siempre será referencia para alimentar los celos.

Sobre este entramado monta una moderna y tensa coreografía, en la que se revela la categoría de la Compañía Nacional, en su conjunto, la fuerza y rotundidad musical para subrayar los momentos oscuros del segundo acto, repleto de nieblas y sombras que se deslizan por el suelo, cruzan el escenario, rubricados por una inteligente escenografía de Curt Allen Wilmer y la dramaturgia cambiante de Gregor Acuña-Phol, en la que se convierten cajones y placas deslizantes en espejos que reflejan multiplicados a los protagonistas o bien, al final, en cuadros de luces, en uno de los que acaba un abatido Don José, en su aislamiento. Le ha faltado a Inger el toque final para hacerlo más urbano y real si se hubiese suicidado el machista asesino. Pero hubiese sido demasiado romper los tópicos de la tradicional Carmen, con otros de la actualidad de la crónica de sucesos.

En cualquier caso es interesante la coreografía, inquietante la música, cuando hierve en su dramatismo, sin apenas rozar a Bizet, salvo en el prólogo inicial, antes de empezar el espectáculo, para situar al espectador, o en la colorista fiesta de la primera parte, en la que brilló Elisabet Riga, en una Carmen, tal vez fría y distante, como manda la coreografía nórdica, pero que rubrica el poder estimulante del personaje, contorsionado, a veces, con su vestido rojo, de corto faralae, símbolo de la pasión que despierta, pero también de su libertad, por encima de todo. Acompañada por el notable trabajo de los bailarines –sobre todo de ellas- de la Compañía Nacional de Danza que dirige José Carlos Martínez, con firmeza de gran espectáculo, aunque tuviese algo reducido el número requerido en el escenario. Entre los protagonistas habrá que mencionar, igualmente, por sus cualidades técnicas y su poder comunicativo a Alessandro Riga, en Escamillo, y, sobre todo, al atormentado Don José que, aunque se lo pasa en el primer acto prácticamente de observador de la coqueta y libre cigarrera y sus amantes, en el segundo adquiere casi todo el protagonismo, en un papel dramático resuelto con vigor, pero lejos del convencimiento, de Daan Vervoort, sin olvidar a la niña, que, al fin y al cabo, es el observador directo del drama, como los espectadores, al que da movimiento YaeGee Park, desde que sale de blanco, jugando con su pelota, hasta que, de negro, como corresponde a la tenebrez del segundo acto, destroza la muñeca, símbolo de la unión familiar, ante el hundido Don José, en sus siniestras tinieblas.

En resumen, una Carmen más, con decoración dramática del Norte, que añadir, en distinto formato, pero con idéntica idea, a las contempladas en ese escenario mágico del Generalife, sobre todo, cuando en el entreacto se puede contemplar la escenografía de torreones de la Alhambra iluminados –“¡Qué silenciosos dormis…pensando en la muerte…y la muerte está lejana!”, que diría Ganivet- y las luces de la ciudad al fondo y las estrella arribas como un insuperable telón. ¿Qué sería del Festival y las sesiones de danza en el Generalife sin esta escenografía?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios