Festival de Cine de Sevilla | Infinite football | Crítica

Los múltiples flecos de la loca utopía

Laurentiu Ginghina explica su nuevo fútbol al cineasta.

Laurentiu Ginghina explica su nuevo fútbol al cineasta.

Corneliu Porumboiu, el rumano bueno, baja al suelo donde todo se mezcla, realidad y delirio, vida privada y pública, y fragua una pequeña y divertida película con más enjundia de lo que podría parecer a primera vista.

Laurentiu Ginghina, el amigo del hermano y de la familia, transita por el prisma –de loco entrañable a extraño visionario sentimental– mientras recuenta su vida y la lesión futbolística que le empujó a su utópico ideario balompédico. Al tiempo que explica estas mejoras, no resulta complicado admirar los vericuetos del cerebro post-soviético. Pero si soltamos el globo de las metáforas, nos encontramos frente a ese hombre de las contradicciones –el que quiere que el balón no pare de moverse en un área multicompartimentada– que no dejamos de ser cualquiera de nosotros.

Y luego, el cine. Ese perturbador doble de la vida que refuerza aquí la palpable escisión de Ginghina, funcionario de día en la Rumanía kafkiana, y empresario soñador a la tarde/noche, secretamente disfrutando más, o eso al menos parece, del lento viaje que de la dudosa meta a la que llevan las revoluciones.

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