Festival de Cine de Sevilla

Ildikó Enyedi o los viajes inesperados de la vida

  • La directora húngara recibe el Premio Honorífico y estrena en Sevilla 'La historia de mi mujer', con Léa Seydoux y Louis Garrel

Ildikó Enyedi, este viernes en el Hotel Sevilla Center, una de las sedes del Festival de Sevilla.

Ildikó Enyedi, este viernes en el Hotel Sevilla Center, una de las sedes del Festival de Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

La cineasta húngara Ildikó Enyedi (Budapest, 1955) alberga desde hace tiempo una creencia: que la vida es impredecible y que ese empeño humano por hacer planes resulta un propósito inútil. Tras su carta de presentación con Mole (1987), una propuesta experimental inspirada en La invención de Morel de Bioy Casares, Enyedi se afianzó con My 20th Century (1989), con la que ganó la Cámara de Oro en Cannes. Aquel fresco sobre la invención de la electricidad y dos gemelas separadas al nacer destapaba a una autora singular dentro de la filmografía europea. Pero tres películas más tarde –Magic Hunter (1994), Tamás and Juli (1997) y Simon Magus (1999)–, Enyedi desapareció. Esa línea ascendente se quebró, y la directora estuvo casi dos décadas, a su pesar, distanciada del cine. Por eso, y a pesar de que su trayectoria se enderezó con el Oso de Oro y una candidatura al Oscar a la mejor película extranjera por la cinta con la que regresaba, En cuerpo y alma (2017), Enyedi agradece que el Festival de Sevilla le conceda estos días su Premio Honorífico. "La mía ha sido una carrera muy rara, y vosotros habéis visto más allá de la superficie", asegura la homenajeada.

La visita a Sevilla sirve también para que Enyedi presente su nuevo largometraje, La historia de mi mujer, en la que adapta el libro de su paisano Milán Füst (Budapest, 1888-1967). "Yo pienso que las novelas hay que leerlas, no soy muy partidaria de llevarlas al cine", opina la directora. Pero al enfrentarse a las páginas de Füst sentía que ambos compartían la misma visión del mundo, "me parecía que lo entendía igual que yo". El argumento adentra a Enyedi en los terrenos del drama romántico. Jacob (el holandés Gijs Naber), capitán de un barco, hace una apuesta con un amigo: se casará con la primera mujer que entre por la puerta de la cafetería en la que están. Así conoce a Lizzy (Léa Seydoux), y así arranca, promete la sinopsis, “una historia de amores y desamores surcada por el temor ancestral de los hombres a la infidelidad femenina”.

Para la cineasta, el filme narra "el viaje de un hombre obligado a reinventarse, que tiene que perderlo todo, las referencias que tiene, las herramientas de las que dispone. Un proceso doloroso, nada fácil, pero que creo que es bueno atravesar", afirmó Enyedi en conversación con el programador Javier Estrada, quien recordó que la húngara ya protagonizó una retrospectiva en Sevilla en 2018. En ese renacer que afronta su protagonista, la directora encuentra ecos de su propia experiencia, de esa etapa en que los proyectos dejaron de salir adelante. “Lo vivía con muchísima tensión. Llegó un momento en el que no me relajé, pero me dejé de sentir desesperada. Y entonces empezaron a salir las cosas”.

En su opinión, La historia de mi mujer dialoga también con el presente y retrata, a pesar de ambientarse en otra época, la "perplejidad" de muchos hombres "de buena voluntad" que "se sienten inseguros con las nuevas reglas que surgen en su convivencia con las mujeres. Creo que este cambio es algo hermoso, pero hay quien lo ve con agresividad y amargura. El debate no es reflexivo, es visceral, y se hablan unos a otros de apertura de miras y de tolerancia a gritos. Es absurdo", lamenta.

En su película asoma también la añoranza por el espíritu de esa vieja Europa que hoy parece amenazada. "La novela ya jugaba con los arquetipos de la cultura europea", dice Eyendi. "La historia no sería la misma si ella fuera noruega y él italiano. Ella es una mujer no sólo francesa sino parisina, con todo lo que significa eso en nuestra cabeza, y tiene por tanto esa elegancia atractiva que se esperaría de ella. Louis Garrel [el tercer vértice de la película] desprende esa superioridad intelectual sin esfuerzo que también es muy francesa”.Enyedi, que recordó sus comienzos en el colectivo underground Indigo y habló del enamoramiento que le supuso ponerse tras una cámara –"me hice adicta", reconoce–, se remontó también en su charla al rodaje de En cuerpo y alma y a la experiencia turbadora y profunda de filmar en un matadero. "Parecía un lugar sagrado, los trabajadores eran elegidos por el propietario y éste trataba a los animales con respeto. Ocurría como cuando en la Antigüedad alguien cazaba y se agradecía la comida al alma del animal. Resulta raro, pero era un lugar honesto en medio de una sociedad deshonesta".

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