Crítica 'Las mil y una noches 1'

El cautivo y el libre

Las mil y una noches 1. sección oficial. Drama, Port-Fran-Alm-Suiz, 2015, 125 min. Dirección: Miguel Gomes. Intérpretes: Miguel Gomes, Carloto Cotta, Crista Alfaiate, Rogério Samora, Diogo Dória.

Aunque ya quedara suficientemente expreso el modelo de etnografía fantástica que le interesa a Gomes desde Aquel querido mes de agosto (2008), el cineasta portugués invierte bastante tiempo de esta primera entrega del proyecto de Las mil y una noches en recordarlo y escenificarlo: la renuncia al legado de aquel Sullivan de Preston Sturges -ofrecerle al pobre de solemnidad entretenimiento y motivos de risa- le deja en un lugar más comprometido, el de hacer aflorar la ficción allí donde la dura realidad más se impone, en un Portugal arrasado que contamina la estructura de los cuentos de Sherezade con un suplemento de pobreza, corrupción política y desesperación de corte surrealizante.

Miguel Gomes cautiva aquí más con su voz y récit de testigo taciturno del empobrecimiento (en riquezas y derechos) de su país que cuando abre la puerta a la fantasía, quizás porque las historias tengan poca gracia o porque lo mastodóntico del proyecto le haya hinchado el ego y dado lustre a la autocomplacencia. Los más viejos del lugar, además, recordamos parecidas trascendencias del legado popular a partir del folclore autóctono, fuente de supervivencias y resistencias, en cineastas portugueses como Oliveira, Reis/Cordeiro, Monteiro o Campos. También, en lo que a fascinación se refiere, no hay que olvidar que por aquellas tierras el último Raúl Ruiz dejó patentes muestras del arte de atravesar dimensiones y abismar relatos uno dentro del otro con un simple parpadeo, con lo que dura un cambio de plano.

Aun así, resplandece una decisiva virtud en esta a veces irritante y descabezada desmesura, y es la que se desprende de la plena autonomía de la que hace gala un cineasta que se dedica literalmente a perder el tiempo (pecado mortal en nuestros días, tanto para derechas como para izquierdas; pecado mortal, de siempre, en el cine), a tontear, a contar chistes malos, a despistarse hasta perder el rumbo o filmar sus obsesiones de fauna y flora. Lo que sin duda no es poca cosa.

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