Crítica 'Cemetery of Splendour'

El cine como médium

Cemetery of Splendour. special screening. De Apichatpong, Tai-Fra-RU-Ale, 2015, 122 min. Dirección: Apichatpong Weerasethakul. Intérpretes: Jenjira Pongpas, Banlop Lomnoi.

El cine como médium entre los vivos y los muertos, entre el pasado y el presente, entre la realidad y el sueño, entre el cuerpo y el espíritu, entre la historia y el folclore, entre el relato y la fábula, entre lo visible y lo invisible.

La mirada del tailandés Apichatpong Weerasethakul (Blissfully yours, Tropical Malady, Uncle Boonme), aquí si cabe más lineal, despojada y concisa que nunca, sigue atravesando esas fronteras con una pasmosa naturalidad lírica al alcance tan sólo de unos cuantos escogidos.

Cemetery of splendour vuelve a convocar en la superficie de la Tailandia rural toda una serie de capas y sustratos que se entrecruzan y transfieren entre lo mostrado y lo dicho, sin alejarnos mucho de una vieja escuela convertida en hospital ocasional para soldados durmientes atendidos por enfermeras y voluntarias, mujeres que a su vez se comunican en voz baja y susurrante (el cine de Joe siempre susurra) con los espíritus, ejerciendo de mediums en un diálogo infinito con el más allá, con el mito.

Apichatpong acompaña este tiempo suspendido entre neones de color cambiante ("luces mortuorias"), afinando aún más su mirada grácil a la naturaleza o hermosamente alucinada ante la banalidad kitsch del mundo moderno, buscando en ellas las señales, ruinas y vestigios de una conversación oculta entre los vivos y los muertos cuyos espíritus, hazañas, arquitecturas palaciegas, conquistas y derrotas siguen clamando y succionando energía bajo la tierra, en esas zanjas excavadas para instalar el cableado de fibra óptica donde ahora juegan los niños a la pelota.

La melancolía, el fantástico (un poltergeist de autor, por qué no verlo así), la denuncia política (necesariamente elíptica) y el humor se revelan y suceden de manera sutil, casi imperceptible. Las conversaciones abren relatos insospechados de dolor y pérdida a los que Apichatpong aplica un tempo reposado (también sonoro), siempre acogedor y acolchado, una suerte de líquido amniótico en el que uno se mueve, se deja mover, entregado a su flujo regenerador.

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