Cultura

Érase una vez el cine español

  • Los contenidos de la próxima edición del certamen, que arranca el viernes, ofrecen algunas claves del paisaje audiovisual actual, entre el arte y la industria

El Festival de Cine Español de Málaga arranca su decimoséptima edición este viernes 21 en medio de una situación verdaderamente difícil para la industria a la que el certamen dirige sus encantos. El pasado 2013 fue el peor año para la taquilla española de la historia y lo fue especialmente para las producciones españolas, sin un Lo imposible ni unTorrente que viniese a poner la tirita (Santiago Segura estrenará su nuevo monstruo el próximo otoño, así que todo apunta a que el balance de 2014 será distinto). La solución para la piratería sigue siendo una cuestión remota, el IVA al 21% ha causado verdaderos estragos y hasta algún ministro ha venido a meter la pata al opinar sobre cuestiones artísticas. Semejante panorama afecta sin remedio a la producción, aunque, paradójicamente, no al número de rodajes contados cada año, al menos según el ángulo de percepción que ofrece el Festival de Málaga. Durante el plazo abierto a tal efecto, la organización del festival recibió 109 largometrajes de producción española como aspirantes a la Sección Oficial, lo que puede considerarse un hito en la historia del festival. El pasado martes, el crítico y cineasta Fernando Méndez Leite, miembro del comité de selección, señaló en Madrid que "en España se produce mucho cine, en contra de lo que parece, pero el nivel de producción es más bien bajo, con poco presupuesto. Hablamos de películas casi familiares, hechas entre amigos". En realidad, los seguidores de la Sección Oficial del Festival de Málaga están acostumbrados a encontrar en la misma remesa películas realizadas con escasos recursos junto a otras despampanantes lecturas de las fórmulas made in Hollywood; y, sí, todo apunta a que este año ésta volverá a ser la tónica.

La inauguración con la proyección a concurso de No llores, vuela de Claudia Llosa, con su reparto estelar liderado por Jennifer Connelly (quien no vendrá a Málaga), responde al interés de la organización del festival por promocionar el cine no sólo español, también en español, aunque tampoco éste sea el caso. De cualquier forma, si se trata de analizar la Sección Oficial como la respuesta que el Festival de Málaga ofrece a la delicada situación del sector, cabe subrayar el fenómeno creciente de la coproducción como clave esencial. Y no sólo con países latinoamericanos: también, con cada vez más naturalidad, con otros países europeos y norteamericanos. Sin embargo, cabría preguntarse, más allá de la procedencia de la inversión, e incluso de su cuantía, si existe un posible denominador común en esta propuesta del festival; o, dicho de otro modo, si podemos identificar la naturaleza inconfundible de un posible cine español.

Ante todo, el carácter doméstico de algunas producciones no va reñido con sus expectativas. Que se lo digan a Paco León, que triunfó en Málaga con Carmina o reviente y ahora reincide con Carmina y amén. Una cinta prometedora es 10.000 km, el debut del catalán Carlos Marques-Marcet, cuyo reparto, formado íntegramente por Natalia Tena y David Verdaguer, ha sido recientemente premiado en Austin. Una coproducción por todo lo alto es Amor en su punto, de Teresa de Pelegrí y Dominic Harari, rodada en inglés con capital español, irlandés y francés y con reparto internacional. Por no hablar de Una noche en el viejo México, de Emilio Aragón, que cerrará el certamen fuera de concurso. En un ámbito muy distinto, 321 días en Michigan, del malagueño Enrique García, es un ejemplo de película pequeña con poco que perder y mucho que ganar. Mientras que otras como La vida inesperada de Jorge Torregrossa, Todos están muertos de Beatriz Sanchís y Kamikaze de Álex Pina sí parecen tener garantizada una distribución razonable sea cual sea su cosecha en Málaga. Por no hablar de una película como Pancho, el perro millonario, que podrá verse en la sección Premiere y que aprovecha la querencia del público familiar por los perros ocurrentes, tan propia del cine anglosajón, con cierto aire cañí merced al conocidísimo anuncio de la lotería. ¿Qué tienen que ver estas películas entre sí? Nada. No parece haber una fórmula para lograr que el público vuelva a ver cine español más allá de lo consabido. Y esto puede ser tanto una debilidad como una fortaleza.

Pero, como en años anteriores, las mayores dosis de talento cinematográfico, ya sea español o latinoamericano, habrá que buscarlas en otras secciones. Habrá que prestar atención a los documentales, con piezas a concurso tan interesantes como Escocia, del malagueño Jorge Peña, y El silencio de las moscas, del venezolano Eliezer Arias, premiado en diversos festivales europeos y americanos. Y en los cortos se cuelan Rafatal y Borja Cobeaga, entre otros. Sea como sea, hay mucho y para todos.

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