Crítica 'No llores, vuela'

El sinuoso camino de regreso

No llores, vuela. Drama, España, Cañadá, Francia, 2014. Dirección y guión: Claudia Llosa. Intérpretes: Jennifer Connelly, Cillian Murphy, Mélanie Laurent, William Shimell, Zen McGrath, Winta McGrath, Oona Chaplin.

La peruana Claudia Llosa, que ya en 2005 presentó en el Festival de Cine de Málaga su ópera prima, Madeinusa, hizo lo propio ayer con su último filme, No llores, vuela (Aloft), una coproducción internacional rodada en inglés, estrenada en la Berlinale, y sustentada en un reparto de renombre. Narrativamente sin embargo, pese al salto cualitativo de producción, el guión mantiene los puntos de partida habituales de la realizadora: tramas desencadenadas por la pulsión de una protagonista femenina; entornos alejados de los grandes núcleos -y, por ende, de las respuestas estándares-; y personajes que se ven forzados a construirse desde su experiencia, a menudo desnortados por la ausencia de la figura materna.

Para No llores, vuela Llosa desordena ligeramente sus premisas, evocando un camino de regreso: si Madeinusa yFausta debían sobreponerse al peso de la tradición y las supersticiones para salir adelante, Nana (Jennifer Connelly) es una madre soltera, solvente en su trabajo, y que mantiene relaciones con un hombre casado. Hasta que la enfermedad de uno de sus hijos la hace implicarse en una congregación primitiva -la sanación de personas por medio de la naturaleza- en busca de respuestas.

La puesta en escena es hábil, y Llosa, que cuenta la acción en planos muy cortos, tiene el pulso para intercalar planos generales y luminosos que no dejan de ser opresivos. Pero en el traslado de su narrativa del canto quechua a la música de auriculares, desde Perú hasta Canadá, la película parece sufrir los desarreglos del cambio de temperatura, y se queda fría. Aquel tempo sosegado que en Madeinusa y La teta asustada jugaba a favor, a No llores, vuela la vuelve extenuante. Posiblemente porque tanto Madeinusa como Fausta crecían al compás y sobre esa cadencia, mientras que Nana e Ivan (Cillian Murphy) parecen al límite desde el inicio. Y en esos límites, los ecos del cine de Tarkovski, Rossellini o Kieslowski que resuenan en la filmografía de Llosa, se mueven con menos soltura.

Unos esforzados Connelly y Murphy hacen mucho por sacar adelante una historia con algunos giros de trazo grueso. Y es que, si bien Llosa ha ganado en grandilocuencia, ha perdido en matices; ha ganado accesibilidad, pero ha perdido poesía. Aquella poesía que la emparentó para la crítica -en una semejanza quizá demasiado fácil, y equivocada- con el realismo mágico. Y la intención es valiente, pero la propuesta es tan arriesgada que, como en alguna secuencia del filme, pisa hielo quebradizo, y se hunde.

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