Pasarela

La duquesa feliz

La duquesa quería compartir su buena nueva con los sevillanos. Por si no lo sabían. Al encuentro de esos viejos amigos que aguardan en la esquina. Y varias decenas de objetivos se batieron como mandobles. Cayetana de Alba escenificó su alegría de estar casada y de haber superado tantos impedimentos y caras largas que le habían escamoteado salirse con la suya. Y se quitó los zapatos, se recogió su vaporosa falda y, jaleando los brazos, se acompasó con la rumba de Siempre Así. Siempre Cayetana. Atrás quedaban las dudas y las miradas de reojo. Alfonso Díez, estilizado en su chaqué, tutelaba los movimientos de su esposa, no fuera a ser que la euforia se aliara con la Ley de Newton. Cayetana ya había arrojado su ramo, sin llegar demasiado lejos en un par de ocasiones. Le llegó a caer a un guardia de seguridad, que algo azorado se lo devolvió, entre palmas de jaleos y gritos de piropos. Eran casi las dos y cuarto de la tarde, remate de una mañana calurosa para el radiante otoño de la duquesa descalza. Y de un duque consorte con ademanes de ángel de la guarda. Díez, un hombre diez.

Vídeo: Ainhoa Ulla

Ante el palacio había una alfombra roja, pero no hubo el desfile de modelos de otros acontecimientos nupciales. Fue una ceremonia íntima, y aún más íntima sin la hija enferma, Eugenia, y el hijo viajero, Jacobo. En la descendencia, salvo Cayetano, no se atisbaba el entusiasmo que desprendía en todos sus gestos la duquesa de Alba, animada por los Rivera y contemplada con embeleso por el nuevo duque consorte.

La mayoría de los pocos invitados pasó de largo ante los sevillanos que aguardaban ante el palacio de las Dueñas la noticia como si fuera una salida cofradiera entre el laberinto. Una mañana de Semana Santa con tintes de chirigota callejera, tal como se presentaron algunos de los curiosos en busca de su minuto de gloria y su entrevista en Antena 3 o Telecinco. La boda de la duquesa parecía despertar más pasión entre los periodistas y las cadenas que entre la gente corriente y al final el lugar reservado para la prensa se convirtió en un promiscuo recinto de personajes de todo tipo a la caza de una mirada y de una exclusiva imposible.

La duquesa, recién casada, quiso darse una pequeña ducha de Sevilla. En su giro rumbero resumía las vueltas que le ha dado la vida desde que se negó a seguir en la silla de ruedas. Milagros de la cirugía y de una firme personalidad. Cayetana levanta los brazos y la gente se cae al suelo. Para la ternura simpre hay tiempo.

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