Voces ciudadanas

Estratégica participación

  • La capital no debe centrar su actuación en tareas pendientes, debe ir más allá.

La reciente aprobación de la actualización del Plan Estratégico de la ciudad de Granada por parte tanto del Consejo Social de la ciudad como del Pleno Municipal, lejos de suponer la culminación de un proceso, nos sitúa, más bien, ante el inicio de un camino, un camino siempre iniciado aunque escasamente desarrollado. Y ello, seguramente por la propia definición de la planificación estratégica, considerada hoy en día, como una herramienta de gobernanza (o buen gobierno), para la gestión de un territorio, basada en un proceso de participación. Un buen gobierno para las personas que viven y actúan en un territorio, siempre difuso y nunca determinado totalmente, que se basa en un proceso participativo que debe ser permanente. El actual gobierno municipal debe entender esto a la hora de dar los primeros pasos en la ejecución del plan.

El buen gobierno debe referirse a la interacción entre gobernantes y gobernados, a una relación dialéctica, no jerárquica, en base a la gestión política y ciudadana de las prioridades y necesidades establecidas durante el previo proceso participativo, que ha de continuar en esta fase de gestión. Prioridades y necesidades, que dada la complejidad del mundo actual, abarcan un territorio, raras veces delimitado ni acotado de forma clara. De ahí que, quizá, la primera tarea de ese camino por recorrer en Granada sea buscar una real y efectiva coordinación de nuestro Plan estratégico con el resto de elementos de planificación territorial metropolitanos existentes. Más allá de retóricas coyunturales, sin esa tarea, volveremos al camino de la melancolía y la frustración.

La gestión del territorio en sí misma ha de ser gestión política, basada en las directrices emanadas del poder político, legitimado por el voto popular, una de cuyas primeras obligaciones será buscar la concertación con el sector privado, necesario para la confluencia estratégica de todas las energías y todas las potencialidades (también de todas las capacidades económicas e inversoras) hacia los objetivos predeterminados. Gestión política que tenga en cuenta las inevitables tensiones que conviven en el territorio y que sea capaz de alimentar o eliminar aquellas en función del interés estratégico general, y no de las presiones particulares, normalmente más alejadas de la estrategia global pactada.

El proceso participativo, como decía, ha de ser permanente, y no detenerse en la definición de los objetivos y estrategias globales, normalmente indiscutibles, sino obvios. Participación, como la entendemos normalmente, existe en muchos ámbitos. Naturalmente en los foros de debate del propio Plan estratégico y en el Pleno Municipal, donde reside la representación democrática de la sociedad. También en las Juntas de Distrito con carácter reglado; en las asociaciones y colectivos ciudadanos y vecinales; en las diversas plataformas o "mareas" ciudadanas aglutinadas en torno a un asunto concreto. Y, por supuesto, en los órganos deliberantes y participativos de partidos políticos, sindicatos y asociaciones profesionales. Todo es participación. Ningún ámbito es mejor ni peor, por tanto, todos obedecen a la lógica propositiva y deliberativa de los procesos de participación.

Recientes noticias periodísticas señalaban que nuestro gobierno local empezará la gestión del Plan Estratégico por los barrios del Bajo Albaicín y el Boquerón, necesitados de intervenciones de regeneración urbana, pero no por que lo establezca el plan, sino porque, históricamente así ha sido. Ya el Plan Centro y el Plan Albaicín, arrumbados en un cajón por el gobierno del PP, lo establecían, y ambos se vieron precedidos, también, de un amplio proceso participativo previo a su aprobación. No convirtamos el Plan Estratégico en la excusa, aunque bienvenidas sean estas iniciativas, referidas a actuaciones que ya estaban en la agenda política y ciudadana.

Desde el PSOE, llevamos tiempo reclamando una especial atención al barrio del Albaicín, a sus problemas de abandono, deterioro urbano y movilidad, pues así se deduce también de las reivindicaciones ciudadanas. Bien que el plan recoja esas necesidades, incluso las priorice, sin olvidar que eran ya una cuestión fundamental para la ciudad. El camino a iniciar, en este caso, constatado el gran consenso existente, es ya ponerse manos a la obra, y eso es directamente, gestión política del gobierno. No es otra cosa, y por tanto, el PP municipal se debe comprometer más allá de la retórica habitual.

Sirvan estas reflexiones para situar nuestro Plan Estratégico en el lugar que le corresponde; un instrumento participado y consensuado (no el único) para mejorar el gobierno de la ciudad y su entorno, sobre unos objetivos y estrategias consensuadas por los agentes políticos, ciudadanos, económicos y sociales de la ciudad, lo que es mucho y muy positivo. Y que, a partir de ya, necesita impulso político, acción concertada y diálogo constante.

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