Granada

Imposible rematar nada con estos toros

  • El Juli salió a hombros, Padilla cortó una oreja y Morante se fue de vacío con los flojos Núñez del Cuvillo

Ayer, con otro de los carteles de lujo de la Feria, todo fue a medias tintas. Es de esas tardes que ni sí ni no, ni blanco ni negro, ni bueno ni malo. Todo se quedó en un 'podía haber sido y no fue'. Cuando creíamos que un toro podía servir, nos equivocábamos, que una faena se podía rematar, llegaba la decepción, y que un torero podía triunfar, sólo era un sueño. Nada de eso fue posible. Los toros que trajo Núñez del Cuvillo, aparte de no tener una presentación de las que imponen, ya sabemos de sus hechuras más bien justas, tampoco estuvieron sobrados de fuerza, y qué decir de la raza. Cuando falta la casta o hay la justa, la emoción se la tiene que inventar el torero, pero sólo si puede y el toro se deja. Ayer no se vio nada de eso, salvo detalles muy buenos, pero desgraciadamante sueltos, porque lo de completar una faena redonda y rematar la tarde, con esto es imposible. Menos mal que al menos fueron nobles y no se comían a nadie, aunque el sexto lo intentó al defenderse.

Por la puerta grande sólo salió El Juli, y con dos triunfos muy justos -pero merecidos-, sobre todo en el que cerró plaza por su fallo con la espada, pero demostró en Granada por qué es un figurón del toreo con un concepto muy particular. Tuvo un lote con el que pudo demostrar dos formas de concebir el toreo, técnica perfecta en su primero y poder y mando en el sexto, claves para estar en el sitio que ocupa en el escalafón y la categoría de torero que atesora.

A su primero, un toro que se abría ya en el capote y salió suelto, y tras un quite por chicuelinas con un viento molesto que remató con media verónica de cartel y brindar al respetable, lo sacó al centro del anillo para dar comienzo a una faena de tremendo mérito. El toro tenía poca raza, pero el toque justo en el momento justo, hacía que el toro obedeciera al torero permitiendo así el temple y a veces la largura, todo ello con una técnica casi perfecta. Se apagó muy pronto el astado, pero aún así alargó la mano al natural, estuvo en maestro y además se volcó con el acero.

Otra cosa fue el sexto. Lo sacó al centro del ruedo para quitarle las querencias a un toro que se movía pero descompuesto. Aquí El Juli tuvo que fajarse y lo hizo. El animal intentó dominar la situación, pero defendiéndose más que embistiendo, lo que no sabía era a quién tenía delante. Se peleó con el toro, le dio un toque firme, de mando, y con valor y casta logró ganar la partida. Con la espada pinchó, pero aún así el público premió su esfuerzo y mando.

Otro de los grandes momentos de la tarde lo dejó Morante de la Puebla en el quinto. Salió con muchas ganas y esperó al toro en el ruedo, no dentro del burladero, ya ahí mostró torería. Sus verónicas parecían sacadas de un cuadro por su lentitud y gusto y sus dos medias, una de ellas en el quite, lucían más que las bombillas de la feria juntas. Cómo llega eso al aficionado, al toreo de altos vuelos y muchos quilates. Comenzó con ayudados por alto y llevando al toro muy metido en la muleta, el desmayado y remate de pecho levantaron de nuevo los olés. Incluso la siguiente serie tuvo largura y suavidad, pero el viento descompuso a Morante y el toro se vino abajo por su falta de casta. Todo lo que parecía iba a ser una faena marca de la casa, se había quedado en lo visto hasta entonces. Pese a ello, lo siguió intentando sin descomponer jamás la figura ni perder la compostura, pero ya no había toro ni emoción. Además, volvió a matar mal, lo de la espada fue su talón de aquiles toda la tarde. Al menos, nos quedaron en la retina unos momentos difíciles de olvidar.

Otra cosa es el segundo, un manso de desesperar que se pegó a toriles. El caso es que Morante lo intentó por el pitón izquierdo, y además con insistencia, parecía no perder la esperanza de sacar algo, pero sólo fue eso, lo que pudo ser y no fue. Por el derecho aún peor, y ya sabemos que cuando El de la Puebla dice no es no. Desistió y dio un recital con la espada, aquí no hay medias tintas, o sí o no, y con aquel animal era que no.

En otra línea muy distinta entró Juan José Padilla en el cartel de ayer, pero con su estilo y otro tipo de público que gusta de su toreo más efectista, no defraudó. Vino tremendamente dispuesto y con ganas recibiendo el reconocimiento a su esfuerzo y su mérito. Sacó toda la artillería para no dejarse ganar la batalla y eso tiene su efecto.

Tras cuatro tafalleras a pies juntos y media verónica rodillas en tierra en su quite, se dispuso a poner banderillas a un toro distrído y parado que lo esperó sin hacer nada para acometer. Estuvo aseado a pesar de lo difícil que se lo puso el toro. El animal se defendió y le costaba embestir, incluso así pudo templar al natural, y algún pase fue largo. En la segunda tanda por el pitón derecho el toro dijo basta y se rajó definitivamente. Siguió insistiendo 'El ciclón de Jerez', con unas manoletinas que el astado no se quiso tragar, por lo que tuvo que ayudarse con ambas manos. Se tiró a matar de verdad y cortó la oreja como reconocimiento a su esfuerzo.

El cuarto fue otro desesperante manso, pero Padilla sabía que Juli y Morante no eran una perita en dulce ni se lo iban a poner fácil, por lo que había que salir a por todas. Tres largas cambiadas en el recibo y verónicas a pies juntos mostraban ya su tremenda disposición en su concepción del toreo. Tras un tercio de banderillas aseado, incluido un violín con el sombrero de Salazar, que pusiera de moda El Fandi, el toro ya se rajó, pese a lo cual Padilla brindó al público y se echó de rodillas pegado a tablas para comenzara su faena de muleta.

El toro se salía de la suerte, sin fijeza ni casta buscó tablas. Visto aquello, que no había nada que hacer, Padilla pensó que cuando el toro no embiste tiene que embestir él, y así lo hizo, llegando a acobardar al animal.

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