Paqui Ayllón entrevista

‘La lectora ciega’, un manual de supervivencia

  • La granadina presenta hoy lunes su libro, un relato de cómo afrontó la retinosis pigmentaria que la dejó sin vista, a las 19:00 horas en la librería Picasso

‘La lectora ciega’, un manual de supervivencia

‘La lectora ciega’, un manual de supervivencia / Carlos Gil

No es una novela, ni una autobiografía o un ensayo, ella lo llama manual de supervivencia. Es una crónica de superación que comienza cuando a una enfermera de 23 años le dicen que se quedará ciega. La causa, una enfermedad rara de carácter genético llamada retinosis pigmentaria. “Leer para ver”.

La lectora ciega nació de la casualidad. Se gestó entre tinieblas blancas llenas de lucidez (como la de Ensayo sobre la ceguera de Saramago) y le costó a su autora la catarsis de su vida. La lectora ciega comenzó a fraguarse nueve meses antes de que Paqui Ayllón pulsara la primera tecla de su ordenador y fue gracias a Elvira Lindo, la que desde ese momento es para Ayllón, su “hada madrina”.

Sucedió en Cádiz, cuando Lindo preguntó en la entrega de unos premios literarios de la Universidad por la perra guía de Paqui Ayllón, Meadow. Ella, que la acompaña como una sombra durante 24 horas, fue quien propició un encuentro que cristalizó en este libro.

La creadora de Manolito Gafotas, tras conocer la historia de esta granadina y residente en el Puerto de Santa María, pidió su contacto. Un tiempo más tarde recibió una llamada mientras tomaba café: “Hola Paqui soy Elvira Lindo, ¿te acuerdas de mí?”, “Claro que sí” –lo que a Paqui le extrañó fue que Lindo se acordara de ella–. Este fue el primer gran encuentro que desembocó en la una invitación al programa La Ventana de la Cadena Ser para ser entrevistada.

Mientras ambas conversaban con Carles Francino, en esas mismas ondas casuales se encontraba la editora jefe de La esfera de libros, que escuchaba el relato de Ayllón e inmediatamente después lanzó la orden de que la encontraran y le hicieran la propuesta de escribir su historia. El encargo no fue “a un periodista o a un biógrafo”, querían que Paqui lo escribiera tal y como ella habla.

Pese a que la granadina se ‘contrareivindica’ desde el primer capítulo al que ha titulado Yo no soy escritora, yo soy lectora, a Ayllón se le da muy bien narrar historias, vehicular los estados de ánimo con palabras nunca sobreactuadas. Juega con la baza de que la sinceridad no engaña.

Aunque la advertencia del primer párrafo avisa un poco en falso, porque a pesar de que ella es insustituiblemente lectora desde niña, ha conseguido hilar toda una historia en un relato que recorre la experiencia de alguien que se enfrenta a una pérdida de visión progresiva por una enfermedad genética.

Es además de un relato de superación, un homenaje a sus autores, a sus libros de referencia. Ayllón lo devora todo –puede pasar en un mismo día de la Ilíada al último de Pérez Reverte– pero confiesa algunas de sus debilidades como “Eduardo Mendoza, Ana María Matute o Eduardo Galeano”.

La lectora ciega bucea desde sus primeras páginas en las raíces de la enfermedad en su familia y en adelante, del relato se apodera la primera persona. “Yo pensé que era una manera de concienciar a la población sobre la enfermedad”, dice esta mujer que consecuentemente donará “los derechos de la obra a la investigación” de la patología.

Para una persona a la que la lectura siempre la ha acompañado y que ha “vivido intensamente las historias de los cuentos y las novelas”, era lógico que finalmente sus derroteros acabaran en el arte de contar historias.

En este caso, Ayllón , tras resurgir de la llamada Travesía del desierto –ahora llegarán a esa parte–, decidió hacerse lectora voluntaria en hospitales.

La paradoja, dice divertida, es que lee para otros siendo ciega. Lee a niños con leucemia, ancianos “afectados de esa enfermedad grave que se llama soledad” y para enfermos psiquiátricos. Y a cada uno de estos colectivos le dedica un capítulo del libro. La lectora ciega dibuja una panorámica en cuatro disparos.

“La historia de antes, el diagnóstico, la travesía del desierto y la parte final, la que narra mi voluntariado lector”, explica Ayllón que se detiene en La travesía del desierto como episodio más duro de revivir pero quizás el que más le ha servido. “Esta parte lo forman una serie de capítulos donde cuento desde mis 30 años hasta los 42, cuando me quedo ciega”.

Fue, dice, la parte más dura para vivir y luego de recordar para escribir. “Pero ese esfuerzo me ha servido para mucho, el libro es una autoayuda para mí porque me ha hecho enfrentarme a esos momentos, he podido reconocer errores cometidos, pedir perdón por ellos y agradecer a instituciones como la ONCE y otros muchos profesionales que me han ayudado”.

Paqui Ayllón puso el primer pie en ese desierto cuando le obligaron a “tomar la incapacidad y dejar de trabajar, en ese momento llegó la depresión”. “No me hundí siete años antes, con 23, pero lo hice con 30 porque no quería ser una inútil”, cuenta ella al referirse al momento de tener que dejar una de sus vocaciones: “La enfermería, cuidar a la gente”.

En este punto se entronca con la parte esperanzadora, la del voluntariado lector. Es la parte final del libro, dedicada a su presente, que es “lo más normal posible” (ella sigue cocinando, yendo al cine, al teatro, colabora con la radio de El Puerto de Santa María...).

Remontándose al momento de creación, para Paqui se quedan “tanto los momentos buenos como los malos”, y si se le pregunta si existe alguna situación maquillada, sobre todo en los episodios más crudos, ella contesta rotundamente que no. “Es un desnudo integral por que me ha obligado a ello y me alegro”.

Este libro, pese a estar inundado de la patología que desató esta historia –la retinosis pigmentaria– está dirigido en mayor medida “a la población general porque cada cual tiene su propia travesía en el desierto por lo que se lo recomiendo a cualquiera que esté atravesando por una dificultad o lo haya hecho ya”.

Aunque no deja fuera a cualquier amante de la literatura “porque el libro es un gran homenaje” a todos sus escritores y al poder que tiene la lectura. “No están todos los libros que he leído en mi vida pero sí aparecen todos los que me han marcado”, completa.

Este libro, subraya, está fuera de imposturas ni de mensajes de fácil absorción. Quien la conoce, dice, sabe que el libro lleva su genética. “No sé si la enfermedad me ha cambiado, lo que sí lo ha hecho ha sido quedarme ciega total. Pero lo que más me ha cambiado ha sido el voluntariado, cuidar a las personas a través de la lectura es mucho más que administrar una medicina”.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios