Coronavirus: testimonio de un estudiante de la Universidad de Granada en Italia

Crónica del coronavirus en primera persona: 28 días después

  • El miedo se extiende más rápido que el virus, igual que el racismo hacia las personas de origen asiático

Crónica del coronavirus en primera persona: 28 días después

Crónica del coronavirus en primera persona: 28 días después / Tomás Serrano

Como en la película de Boyle, el coronavirus bautizado como SARS-CoV-2 ha necesitado 28 días para causar estragos en la sociedad italiana desde que hiciera su aparición estelar el último día de enero.

Muchos estudiantes Erasmus en Italia nos hemos encontrado en una encrucijada con la aparición del dichoso virus. Estoy realizando el curso en Roma, donde se detectaron los primeros infectados en Italia. Ese último día de enero se clausuró el tráfico aéreo con China y en muchos lugares turísticos, como la Fontana di Trevi, los comercios circundantes anunciaban que no permitían la entrada a asiáticos.

Azuzado por el alarmismo tras ver que diarios españoles emitían en directo en sus canales de YouTube la construcción de un hospital improvisado en Wuham y leer que no quedaban mascarillas en el centro de la ciudad en un periódico local, decidí salir de casa para comprar mascarillas para mí y mis compañeras de piso. Comentaba con mis amigos de España por WhatsApp por el camino “por si acaso”, “nunca se sabe”, “no parece grave pero…” . Eran las once de la mañana y el panorama, surrealista. No quedaba ni una mascarilla en las farmacias y en una de ellas encontré a dos clientes chinos pidiendo un mono protector para todo el cuerpo, la noticia del contagio se produjo en la madrugada de ese día.

Niños jugando con pompas en Villa Borghese. Niños jugando con pompas en Villa Borghese.

Niños jugando con pompas en Villa Borghese. / Tomás Serrano

Días después el número de contagios se mantuvo en tres, recibí la visita de mis amigos durante una semana, la gente apenas llevaba mascarilla y de momento, el único contagio que se propagaba tenía más que ver con el racismo. Cuando iba con mi pareja en el bus una mujer subió y, al ver que al fondo de este iba una persona asiática, invirtió el tiempo en proclamas como “yo no soy racista, pero esa chica está poniendo en riesgo mi seguridad”, con su mascarilla como escudera. Todo eran anécdotas, hasta que veinte días después se detectaron los primeros casos en Lombardía, extendiéndose la enfermedad por todo el norte.

Mis compañeras de piso, una china y la otra coreana, me comentan la discriminación diaria conformada por pequeños detalles que duelen. Las miran mal o se alejan de ellas en el metro y bus. También se han registrado agresiones a personas de origen asiático, como si no se concibiera la residencia anterior de estas personas en el país. La madre de mi compañera china no pudo viajar para ver a su hija después de tres años por culpa del cierre de fronteras y mi compañera coreana ha quedado sin turistas a los que guiar por la ciudad. Las consecuencias económicas serán notables y la bolsa baja con cada aviso de la OMS y cada lamento de la Unión Europea.

Los medios españoles han causado más caos entre los erasmus de aquí que los propios sucesos. De ser la realidad como la pintan deberíamos estar en cuarentena, huyendo a España y buscando mascarillas debajo de los coches. Supe que la responsabilidad periodística de los medios españoles había sido sustituida por el sensacionalismo cuando un familiar de trece años de edad llenó mi Whatsapp de sus preocupaciones y audios en los que destacaba, como es normal, el número de muertos que anuncian los medios.

En ese momento todas las víctimas italianas eran octogenarios contagiados en hospitales, que ya padecían enfermedades graves, pero eso no se lo habían contado. También me he encontrado con el caso de un amigo que hace la semana que viene su viaje de bodas en Roma y que estaba a punto de cancelarlo. Yo, remitiendome a los datos con los que contaba y ciñiéndome a que en Roma no se han vuelto a registrar contagios, le aconsejé venir y disfrutar de un posible tanto por ciento menos de aglomeraciones.

A todos les remito a los fantásticos vídeos de Pau Mateo (Diario de un MIR), médico y divulgador científico que trabaja en la zona cero de Milán o a los de Javier Santaolalla (Date un Voltio) Ingeniero, doctor en física de partículas y divulgador científico, ambos en YouTube o a los tweets del doctor en física teórica Principia Marsupia (@pmarsupia), pues están realizando una labor responsable sobre la información que proviene de canales oficiales huérfana por la ceguera de los medios. Todos se tranquilizan.

El miedo se expande más rápido que el virus. Cada día hay más personas con mascarillas, pero realizando su actividad diaria habitual. Otros países siguen la estela de alarmismo, por eso mi compañera de El Salvador no podría volver tras el primer contagio en Brasil y los primeros casos en España ya han agotado las mascarillas. Ayer se confirmó la total desaparición del virus en los dos primeros pacientes. Veintiocho días después, no fue para tanto.

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