Granada

La cara y la cruz del mundo laboral están a menos de una hora de camino

  • DEHESAS DE GUADIX De sus 516 habitantes, sólo diez están apuntados en la oficina del INEM. El olivar es la principal fuente de riqueza PURULLENA Tiene a más del 10% de sus ciudadanos sin empleo y sus fábricas están en la línea de prescindir de más personal

No hay tentación de hablar de pueblo rico y pueblo pobre. Ni en Purullena hay legiones de indigentes suplicando unas monedas, ni en Dehesas de Guadix encienden los cigarrillos con billetes de cien euros. Ningún signo se aprecia, al pasear por sus calles, de opulencia o de miseria. Si acaso se mezclan, pero en los dos sitios, como por lo demás ocurre en todas partes.

Según las últimas estadísticas, Purullena es el pueblo de Granada donde hay más desempleados: 245 sobre un censo de 2.294 personas, lo que significa un porcentaje del 10,68%. Dehesas de Guadix, que está a unos cuarenta kilómetros de allí -aunque separado por una carretera comarcal manifiestamente mejorable- está en la otra punta de la lista. De sus 516 habitantes, sólo diez carecen de empleo, lo que significa el 1,94%. En el escalafón provincial, la única localidad que la supera es Lobres, que tiene 125 censados y sólo dos parados, un 1,6% que haría las delicias de cualquier gobierno.

Un crítico diría que Dehesas de Guadix está en medio de ninguna parte. Lo cierto es que no pilla de paso hacia poblaciones importantes y que por allí no hay una actividad frenética, pero eso no tiene por qué ser malo. Es, de hecho, uno de esos pocos sitios donde aún se puede apreciar el silencio y en el que se puede estar en medio de la carretera un buen rato con la casi absoluta seguridad de que no va a pasar un coche. Entre otras cosas tiene: dos bares, un pub, una iglesia custodiada por dos religiosas y a la que se desplaza un sacerdote tres veces por semana para dar misa, un consultorio médico, dos tiendas de embutidos, un centro de mayores con biblioteca, una piscina pública y muy pocos residentes que no sean de allí. Las dos profesoras de Córdoba que alquilaron una casa y pare usted de contar, o casi.

No tiene, en cambio, guardias civiles, policías locales, centro de salud ni oficina de empleo. Y cuando llegan las fiestas patronales, en agosto, tampoco hay atracciones para los niños, exceptuando unas colchonetas para que peguen saltos.

Los niños de allí, y otros que llegan de las vecinas Alicún de Ortega y Villanueva de las Torres, estudian en el colegio público rural Al-Dehecun. Hay tan pocos que los de segundo, tercero y cuarto de Primaria comparten aula. Sus padres viven fundamentalmente del campo. El olivo, y en menor medida la lechuga, les dan de comer.

"Estos señores son periodistas y quieren conocer el pueblo. ¿Se lo enseñáis?", pregunta a sus alumnos Víctor, un profesor que viene todos los días desde Granada y al que los niños, de quinto y sexto, llaman siempre "maestro". La respuesta de los chavales no es afirmativa, es entusiasta, así que al cabo de un par de minutos comienza una excursión que se detiene en todos los puntos que ellos juzgan de interés, que son muchos.

Desde el mirador que hay junto al depósito de agua, en todo lo alto, muestran orgullosos el Cerro de las Vacas, donde saben que tiempo atrás encontraron fósiles muy antiguos, y, mirando para el otro lado, un impresionante paisaje de olivos y montañas, las más lejanas cubiertas de nieve. Desconocen si en Dehesas de Guadix hay algún plato típico -"el jamón", aventura uno- pero es un detalle sin importancia. Son los anfitriones perfectos.

Es curioso que casi todos ellos quieran mostrar a los visitantes cosas que no dejan al pueblo en muy buen lugar, como los socavones que hay en varias calles o las ruinas de algunas casas derrumbadas. Su maestro alerta de que otras pueden correr el mismo destino, porque tienen grietas considerables.

Antonio Jesús Moraleda, el alcalde, dice que recientemente, a causa de un deslizamiento de ladera, hubo que realojar a seis familias cuyas viviendas resultaron afectadas. Y añade que parte de la culpa la tuvieron las prisas preelectorales. "El anterior equipo de gobierno, y no es por criticar, no lo hizo bien. Las averías aparecieron poco después de que echaran el conglomerado", protesta.

Yolanda, otra de las profesoras -ésta viene de Guadix, la cosa le pilla más cerquita- no termina de creerse lo que dicen las estadísticas. "Yo pensaba que aquí había muchos más parados. Si aparte del olivo, no sé dónde trabajan...", se extraña. En la excursión, dos de los niños desvelan que sus padres, en realidad, se desplazan a diario a Villanueva de las Torres y Alicún de Ortega. O sea, que igual no es oro todo lo que reluce.

las vacas flacas

Son las cuatro y media de la tarde y nadie toma café en el bar 4 Hermanas, en la calle central de Purullena, que por cierto no se parece en nada a Dehesas. Es más grande y ofrece más opciones al visitante, aunque es indudable que también tiene peores vistas.

En el Bar Parada sí que hay algunos clientes habituales, pero tampoco muchos. Abundan las sillas vacías. Su propietaria se lamenta de haberse hecho cargo del negocio justo ahora, "en el peor momento". Comenta que a esas horas, el año pasado, el local estaba lleno y que por eso se atrevió a dar el paso. Ahora tiene que apechugar y esperar tiempos mejores, que en realidad es lo que hacen todos allí.

"De Purullena no habrá ni cincuenta personas trabajando", exagera uno de los parroquianos, al que quitan la palabra sus dos compañeros de fatiga. Se atropellan para dar el parte de calamidades de los últimos meses. "Han echado a gente de la aserradora, de la fábrica de hormigón, del matadero de pollos... Allí, en el matadero, había un ejército trabajando y ya no queda casi nadie", explica otro del trío.

El caso es que, en la reciente época de vacas gordas, Purullena no sólo daba trabajo a los de la tierra, sino a los de sitios cercanos como Guadix o Benalúa. Ahora todo ha cambiado.

De Full Monty todo el mundo recuerda que los protagonistas eran unos parados que se convirtieron en strippers para sacar unas libras. Pero hay algunas escenas, al principio, que ilustran el cambio, a peor, que dio la ciudad inglesa de Sheffield, donde se desarrolla. Torcuato pasea por un descampado justo delante de dos fábricas en horas bajas, un paisaje decadente que recuerda un poco, salvando las distancias, el de la famosa película. En una de esas fábricas trabajó precisamente Torcuato durante un año y medio. Ahora tiene 19 y un futuro incierto.

"Éramos unos doscientos y ahora deben quedar como ochenta, no más. No sé qué voy a hacer, porque aquí no hay nada, cada vez hay menos oportunidades", se lamenta.

Confiesa que, cuando se le acabe el breve contrato que ha logrado para recoger aceitunas, no tiene nada a la vista. Y mira al horizonte en dirección a Granada, a la que, dadas las circunstancias, tiene por la tierra de las oportunidades. Pero Torcuato no es tonto y sabe que allí también será difícil.

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