Veranos en primera persona

En julio me convertí en padre

  • En julio venía al mundo el primer hijo del matrimonio, un acontecimiento que recuerda como de los más intensos de su vida. Pocas semanas después, ardía el Auditorio Manuel de Falla.

RECUERDO con especial cariño el verano en el que nació mi primer hijo, Manolo, en el año 1986. Los dos hijos que tengo vinieron al mundo en julio: el mayor, el día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, y el menor, el día de San Fermín, el 7 de julio de 1992. En ambas fechas viví un acontecimiento muy emocionante, pero rememoro el momento de convertirme en padre como uno de los instantes más intensos de mi vida.

Mi mujer esperó hasta el final para avisarme, pero estuvo de parto en el hospital más de seis horas. Creo que fue con el pequeño cuando, estando yo de servicio, me llamó y le respondí que si no podía esperar a que terminase de trabajar. Ella se enfadó, como es lógico, y me replicó que si pensaba que dar a luz era como coger el autobús, que dejas pasar uno para tomar el siguiente. La recogí rápidamente y salimos corriendo para el sanatorio de La Salud. Llegamos a las seis de la tarde y el niño no nació hasta medianoche.

El parto fue complicadillo, aunque el embarazo había sido muy bueno. Mi mujer es maestra, especialidad de Inglés y Educación Infantil, y ese verano estuvo dando clases particulares hasta casi el último día y yendo y viniendo en su moto. Fue una barbaridad, pero esos son los atrevimientos de la juventud, porque yo tenía 29 años y ella, sólo 24.

En mi caso, cuando nació llevaba tres años y un mes en el cuerpo de Bomberos, en el que había entrado en junio de 1983. Era cabo desde hacía poco tiempo, pues había opositado y tenía la plaza desde marzo de ese año. Lo recuerdo perfectamente porque sólo un mes después de que viniera al mundo mi hijo fue cuando, tristemente, ardió el Auditorio Manuel de Falla. En concreto fue el 10 de agosto de ese año.

Pese a lo que se pueda creer, el hecho de ser padre no cambió mi forma de afrontar un fuego. No me planteé que había que extremar las precauciones en los incendios hasta 1994, cuando murieron mis compañeros en una intervención en  Albolote. Yo ya era sargento de servicio y, desde entonces, cada vez que había una salida pensaba lo que nunca había pensado. 

Ese 16 de junio de 1986 quise entrar al alumbramiento, porque ver nacer a una criatura siempre es una alegría inmensa. Como estaba muy nervioso, el ginecólogo me preguntó si me veía capacitado para asistir al parto o me marearía y yo le contesté que esperaba que no sucediese porque había vivido circunstancias mucho peores.

Precisamente, la experiencia más dura que he tenido que afrontar en mi profesión fue un incendio en Albolote, poco tiempo antes y poco tiempo después de tener plaza fija. Cuando entramos ya habían muerto dos críos, uno de dos y otro de tres años.

Esos sucesos, al principio, te hacen plantearte la profesión. Luego te das cuenta de que a veces hay factores que te imposibilitan salvar una vida, como, por ejemplo, que te llamen tarde o mil circunstancias más. Pero si logras hacerlo, te sientes completamente realizado.

Volviendo a ese día, pasé toda la noche acompañando a mi mujer en el hospital. Mi padre había fallecido hacía más de quince años y mi madre se encontraba muy mal.

Sobre el nombre de la criatura no teníamos ninguna duda: si era niño, el mío, y si era niña, el de ella. El único cambio en el plan inicial fue que el padrino pidió que le pusiésemos el suyo. Yo accedí, pero el mío lo puse primero. Él trabaja en un bufete de abogados en Madrid y no lo pudimos bautizar hasta septiembre u octubre porque no podía venir antes.

Después, cuando nos fuimos a casa, el niño se portó estupendamente. Nosotros hemos tenido una suerte inmensa con los dos críos: han sido muy glotones pero ninguna pega más. Nunca nos han dado una mala noche. Bueno, es cierto que en la cuarentena el grande lloró un poco, pero porque tenía siempre hambre.  Tampoco sufrió, ni ha sufrido, ninguna enfermedad. Alguna vez hemos tenido que ir a Maternidad por alguna herida, pero nada de importancia.

Ni tuvimos problemas en la crianza. Desde el principio compartimos las tareas. Debo admitir, eso sí, que mi mujer fue mucho más activa y más comprometida que yo –y en el cuidado del segundo también–. Como le daba el pecho y no duerme nada, si el niño quería algo ella estaba allí. Tengo que reconocer –que quede constancia– que yo era más flojo.

Como  el pequeño estaba tan bien, nos bajamos a nuestro apartamento en Almuñécar, en la playa de Velilla, donde hemos pasado con los niños muchos veranos. Todo el mes de agosto, que yo tenía vacaciones, estuvimos allí. El piso nos lo habían dado hacía poco tiempo, y fueron nuestras primeras vacaciones allí.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios