Granada

La libertad herida por los hombres

  • Amor, persecución, prisión y ejecución a garrote vil · Su figura simbolizó la exaltación del romanticismo revolucionario · El 26 de mayo se cumple el aniversario de su muerte

Su vida fue una historia maravillosa de mujer, a través de un compromiso asumido en una peligrosa situación política: amor, persecución, clandestinidad, conspiración, proceso, prisión y ejecución en garrote vil. Una vida corta en el tiempo real, pero espléndida como una primavera granadina. No llegó a cumplir los 27 años, pero fueron fértiles en acontecimientos y militancia, que ella vivió pasionalmente, con intensidad y temeridad. Su figura simbolizó la exaltación del romanticismo revolucionario y su gesta, convertida en fuente inagotable de inspiración, alcanzó también dimensión literaria. Los valores universales de los postulados Libertad, Igualdad y Ley, por los que la joven mujer subió al patíbulo le otorgaron a su figura una calidez inmarchitable.

Mariana de Pineda era una mujer de 21 años, viuda con dos hijos, el 1 de octubre de 1823, fecha en que Fernando VII, amparado por tropas francesas, llamados Los Cien mil Hijos de San Luis, al mando del duque de Angulema, consiguen restablecer en el trono al rey calificado de felón y ¡ay!, también de deseado. Terminaba violentamente el trienio Constitucional. Abolida la Constitución liberal de 1812, se ponía fin a la soberanía nacional, al régimen de privilegios señoriales, y al proyecto de llevar a cabo la redistribución agraria y, todavía, algo socialmente revolucionario abolía la lacra de la Inquisición. Con la restauración del régimen absolutista, se iniciaba la década ominosa (1823-1833). La iglesia recuperaba sus privilegios, las cárceles se hacinaban de gentes perseguidas por sospecha o denuncia y se instauraban los juicios sumarísimos, merced a la disposición de: "Son reos de lesa majestad y quedan condenados al patíbulo los que se declaren contra los derechos del rey o a favor de la Constitución... se condena a muerte a quienes griten "¡Viva la Constitución!" o "¡Viva la Libertad!".

Implantado un régimen de terror, Mariana de Pineda se entrega a una activa militancia, a favor de los perseguidos. Entra en contacto con los exiliados de Gibraltar, gestiona salvoconductos y mantiene correspondencia clandestina, con nombre supuesto, que será el origen de su primer proceso. En la cárcel de la Chancillería es enlace de los presos y logra la evasión de su primo, condenado a muerte, Fernando Álvarez de Sotomayor, destacado militar liberal en la Guerra de la Independencia. Disfrazado de fraile sale por la puerta principal, sin levantar sospechas, en dirección a la cuesta de la Calderería, donde lo aguardaba un contacto. La policía sabe que esta rocambolesca escapatoria está preparada por Mariana de Pineda. Pero su habilidad unida a su inteligencia, logra burlar el cerco a que está sometida.

El 13 de marzo de 1831, la policía registra la casa de Mariana y descubre una bandera subversiva, con los lemas a medio bordar Libertad, Igualdad y Ley. La bandera o estandarte, destinado a un alzamiento de los liberales granadinos, va a constituir el cuerpo del delito del crimen de traición, por la cual será condenada a muerte, en una vista sin la menor garantía jurídica. Ramón Pedrosa, el juez de la causa, le ofrece su libertad a cambio de la delación de los nombres de sus correligionarios. Mariana se revuelve contra la proposición del juez: "Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance fatal. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente". El silencio iba a ser su gesto legendario.

A Mariana de Pineda le aplicaron el decreto de 1º de octubre de 1830. El artículo 7º, condenaba: "Toda maquinación en el interior del reino para actos de rebeldía contra mi autoridad soberana o suscitar conmociones populares que lleguen a manifestarse por actos preparatorios de su ejecución, será castigada en los autores y cómplices por la pena de muerte". La condena fue enviada a la Corte para su revisión. Fernando VII estimó la propuesta "justa y arreglada a la ley" y firmó la sentencia de muerte. Mariana, al conocer el fallo, dijo:

-"El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo".

El 26 de mayo de 1831 se cumplió la sentencia, en garrote vil, en el Campo del Triunfo, lugar de ejecuciones públicas.

Mariana de Pineda fue enterrada en el cementerio de Almengor, en el anonimato, sin señal alguna sobre su tumba, como le ocurriría a Lorca y a todos los Lorcas del mundo. Por la noche dos hombres saltaron las tapias del cementerio y pusieron una cruz de madera. El cuerpo roto de Mariana permaneció allí, hasta el 17 de mayo de 1836, día en que el Ayuntamiento de Granada decidió la exhumación de sus restos. Quitados los diques a la emoción popular, el pueblo le otorga el título de Heroína de la Libertad. En las calles y las plazas los niños juegan a corro cantando los romances, divulgados por toda España: ¡Oh qué día tan triste en Granada,/ que a las piedras hacía llorar,/ al ver a Marianita Pineda, / en cadalso, por no declarar.

Uno de estos niños sería Federico García Lorca. Los dos personajes granadinos guardan claras afinidades biográficas y éticas, a pesar de estar temporalmente separados por un siglo, los dos ejecutados por defender la causa de la libertad. Mariana fue una de las grandes emociones de la infancia del poeta, como juego y canto de corro y luego vino la historia hecha leyenda "…deformada por los narradores de placeta", hasta representar un papel activo en su toma de conciencia. Por sentimiento y compromiso se creyó moralmente obligado a exaltarla, según propia confesión a Francisco Ayala, en 1927. Así la historia de Mariana, avalada por la memoria popular, se convirtió en el primer drama escrito por García Lorca. Manuel Altolaguirre reconocía en la obra lorquiana la "…fuente donde nace toda la labor lírica de nuestro poeta".

La gran lección de la Mariana Pineda de Federico García Lorca, además de su belleza lírica y su emoción dramática, es la elección del personaje por el joven Federico: la mujer que lucha en la sombra, frente al poder, por un ideal, hasta dar su vida por él. Su visión de la libertad y el amor, al alinearse, como algo premonitorio, junto a los grandes perdedores: la mujer, el gitano, el negro, el judío. Los dos, Mariana y Federico, fueron víctimas de una sociedad retrógrada, que se perpetúa de un siglo a otro, síntoma muy grave, reflejo del decadente estado de conciencia política del país. Los dos sucumbieron en un clima enrarecido de soledad y cobardía de una Granada aterrorizada.

Tras el asesinato del poeta, el 18 de agosto de 1936, su identificación con Mariana de Pineda surge instintiva en la opinión pública hasta alcanzar la dimensión de símbolos de la Libertad. Al principio de la guerra, en Madrid se forma el batallón Mariana Pineda y Federico García Lorca. En un llamamiento publicado el 30 de setiembre de 1936, en el Heraldo de Madrid. Con motivo del II Congreso Internacional de Escritores, para la Defensa de la Cultura, en Valencia, el 3 de julio de 1937, se puso en escena Mariana Pineda. Fue un acto pleno de significación al unir a los dos personajes en unas trascendentes circunstancias, en las que el pueblo luchaba por su libertad. Para conservar la esencia lorquiana fueron sus propios amigos y los actores del teatro universitario La Barraca, a los que Lorca había dirigido, quienes se metieron en la piel de los personajes. Juan Gil Albert recuerda con emoción, en su libro memorístico, a Luis Cernuda en el papel de Pedro, con "…chistera gris, envuelto en una amplia capa verde manzana haciéndonos contener la respiración cuando dijo una tirada de versos de un modo, a la vez, tan poético y tan poco profesional, que hubiera valido la pena de recoger y hacer transmisible". Manuel Altolaguirre fue aquella noche memorable, en el principal teatro valenciano, uno de los conspiradores de la obra. Se cumplía el primer aniversario del fusilamiento de Lorca y, en homenaje a él, cambió las dos últimas estrofas del romance con el que empieza y termina el drama lorquiano Mariana Pineda, que un Lorca niño cantara en la plaza de su pueblo:

¡Oh, qué día tan triste en Granada/, que a las piedras hacía llorar/ al ver que Federico se muere/ en defensa de la libertad.

Tras la Guerra Civil, los niños dejaron de cantar el romance, por ser materia prohibida, igual suerte corrió la obra de Federico dedicada a la heroína. El hecho se repetía, pues, en los años veinte durante la dictadura de Primo de Ribera, varias actrices le devolvieron al dramaturgo el texto, por a las represalias políticas que podía levantar la obra. Fue la valiente Margarita Xirgu quien vistió las galas de Mariana de Pineda, con figurines de Salvador Dalí, autor también de los decorados. La actriz catalana sacó a Federico de la mano por primera vez a un escenario, era el 24 de junio de 1927, en el teatro Goya de Barcelona. El 12 de diciembre de 1935, al terminar el último acto del estreno de Doña Rosita la Soltera, o el lenguaje de las Flores, mientras Xirgu y Lorca recogían los aplausos del público, Federico le decía a Margarita: "Tú me diste la mano y sigues dándomela". Todavía la alargada sombra de la censura permitió prohibir la obra al ministro Fraga Iribarne.

Contaba María Pérez, vecina del sevillano Cerro del Águila, en julio del 2006, que su padre anarquista le puso de nombre Libertad Mariana Pineda, y así constaba en el registro. En la represión franquista, su padre fue preso y, durante tres años lo creyeron muerto, hasta el punto que llevaban luto por él. Un buen día recibieron noticias de que se encontraba en una prisión en Cataluña. Su madre para poder visitarlo tuvo que casarse por la iglesia, bautizar a sus hijos y cambiarle el nombre de la heroína a su hija, por el socorrido de María.

Isabel II, y en su nombre durante su minoría de edad, su madre, doña María Cristina de Borbón, en Palacio el 10 de noviembre de 1837, se aprobaba el decreto de las Cortes, para la inscripción en el salón del Congreso, en letras de oro, de los nombres de los mártires liberales: Riego, Empecinado, Manzanares, Miyar, Mariana de Pineda, Torrijos. Después se inscribieron los de Espoz y Mina, Porlier, Lacy, Álvarez Acevedo y Prim. Las diferentes rotulaciones del Salón de Sesiones fueron retiradas en 1942, cuando se hizo la remodelación del Hemiciclo previa a la inauguración de las Cortes Españolas. En ese momento, la cartela donde figuraba Mariana de Pineda y el resto de los nombres aprobados en la Legislación Constituyente de 1837, fue cubierta de pintura, pero se retiró durante la ampliación del salón llevada a cabo en los años 1971-72, siendo con toda probabilidad, destruida al ignorarse que debajo de la pintura se encontraba la inscripción de los héroes, así lo refiere Mercedes Herrero. Las inscripciones las podemos ver en varios cuadros de la época, entre ellos el de Casado de Alisal.

Creemos que habría que restituir esas cartelas con sus evocadores nombres, en el Salón de Sesiones, en perpetuo recuerdo a los valores universales, por los que dieron su vida.

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