Crónicas del confinamiento

Una mañana en la Alhambra D.C. (Después del Coronavirus)

  • Los granadinos tenemos en estos días la ocasión de demostrar nuestra ‘alhambrafilia’ visitando el monumento

  • La ocasión lo requiere: hará subir nuestra autoestima.

Una mañana en la Alhambra D.C. (Después del Coronavirus)

Una mañana en la Alhambra D.C. (Después del Coronavirus)

Pasada una mañana en el Albaicín y una jornada en La Alpujarra, me faltaba visitar la Alhambra, ese huracán de belleza que diría el poeta, para llenar del todo el depósito de mis emociones tras el parón vital del coronavirus. Fui el pasado miércoles, coincidiendo con el día en el que se abría otra vez al público el monumento nazarí. La mañana estaba con relente, pero calma y de un azul subido, ideal para atender mi ‘alhambrafilia’. Por los alrededores de las taquillas hay solo unas cuantas personas que están esperando para entrar. Por lo pronto no se ven reatas de japoneses ni grupos escuchando la explicación de un guía. La Alhambra recibe diariamente 8.500 visitantes y ha hecho falta la tragedia de una pandemia para recordarnos que el turista es esencial para el monumento y la ciudad. Más de ocho mil personas diarias a catorce euros la entrada durante tres meses de cierre… hagan la cuenta lo que se ha dejado de ingresar. Yo la he hecho y me sale casi once millones de euros. Así que ahora no es época de odiar al turista o padecer el síndrome de Magaluf, aquel que identifica a los visitantes extranjeros como bárbaros que destruyen el equilibrio de las ciudades. Ahora es época de recibir a los turistas con los brazos abiertos.

Está preciosa la Alhambra con los primeros rayos de sol subiéndose por las paredes milenarias. Los granadinos tenemos un chip en el alma que detecta enseguida cuando se está ante la belleza. Creo que es porque podemos ver de tanto en tanto la silueta de la Alhambra recortada entre las cumbres blancas de Sierra Nevada. Quien vea eso a menudo, por narices tiene que advertir la belleza cuando la tiene delante.

Quien tengo delante de mí en la cola para entrar a los palacios nazarí es precisamente una bella joven de ojos morunos que agarra por la cintura a un chico rubio de pelo rizado. Lo de mantengan la distancia de seguridad que dice en los carteles no va con ello. Se dan besos cortos a través de la mascarilla, a modo de los amantes de René Magritte. Y si el covid existe no está en sus mentes. Aprovecho que se dan un respiro para preguntarles de donde son y si es la primera vez que van a visitar la Alhambra. Son de Córdoba y sí, es la primera vez que están en La Alhambra.

-Teníamos muchas ganas de venir y cuando nos enteramos de que iban a abrir entramos en la página web y sacamos las entradas. Esto es algo que le vamos a contar a nuestros nietos -dice el joven con la mirada puesta en su acompañante.

El regreso

A las puertas del Carlos V la directora de la Alhambra, Rocío Díaz, cuan sultana conmovida por una pasión y con mascarilla a manera de velo, le está diciendo a los periodistas que está muy contenta de la apertura de la Alhambra porque son muchas las familias que viven del monumento. Y dice que ella tiene ahora la responsabilidad de que las visitas sean seguras para que los visitantes puedan comprobar sin peligro alguno el misterioso influjo que desprenden los aposentos alhambreños. En el Mexuar, donde tuvo cama Mohamed I, los empleados y vigilantes hablan del regreso a la jornada laboral.

-La verdad es que yo estaba ya harto de estar en mi casa -dice uno.

-Anda que yo -le responde otro.

La vista del Albaicin desde uno de los ventanales de la Alhambra, La vista del Albaicin desde uno de los ventanales de la Alhambra,

La vista del Albaicin desde uno de los ventanales de la Alhambra,

A los vigilantes se les ve relajados y con ganas de agradar a los turistas ocasionales. Sin la presión de las visitas masivas. Me cuentan que se habían emocionado por la mañana cuando se tocó la campana en la Torre de la Vela para anunciar que estaba abierta de nuevo la Alhambra. Y que había sido una mejicana quién la había tocado. Y que el profesor Antonio Sánchez Trigueros había sido el primero que había accedido al monumento por la entrada de las taquillas. El profesor se había levantado a las siete y lo primero que pensé fue subir a la Alhambra. Iba con mascarilla y creyó que no lo iba a conocer nadie. Pero los periodistas los conocieron y su nombre lo destacaron todas las televisiones por ser el primero en acceder a la Alhambra en la época D. C. (Después del Coronavirus).

-Ahora tendré que ponerlo en el curriculum -me decía en tono de broma el profesor.

En el patio de los Arrayanes, un sexagenario barrigón con la camiseta de la selección española le dice a su pareja:

-Anda, que no ha cambiado esto.

La acompañante lo mira con conmiseración, hasta que él cae en la cuenta:

-Bueno, esto no ha cambiado porque lleva siglos lo mismo, seré yo el que he cambiado…

Se han vendido el primer día mil entradas y la mayoría ha sido para granadinos. Ganivet dijo que los granadinos somos los más más místicos de todos los españoles por nuestro abolengo cristiano y aún más por nuestro abolengo arábigo. Y allí estamos para demostrarlo. Amelia Romacho, a la que reconozco en el mirador de la reina, me dice que está muy emocionada con aquella visita y que la está disfrutando enormemente en compañía de unas amigas. Lejos ya de sus ocupaciones políticas y sindicales, cree que ahora ha llegado el momento de admirar aquello que tenemos más cerca. Y coincidimos en que aquella visita sin demasiada gente a tu alrededor la podemos disfrutar lo mismo que un niño disfruta de su helado preferido: con lametones pausados para que dure más.

Autoestima

Si se pudiera medir el grado de éxtasis que alcanzan los visitantes de la Alhambra, seguro que las cifras más altas se las llevaría la vista del Palacio de los Leones y su famosa fuente. El patio fue concebido como un oasis en el que las columnas que lo rodean simulan palmeras en torno a una fuente. El salón de Embajadores y la sala de las Dos Hermanas son otros motivos que dan para ese “éxtasis legendario” del que hablaba el poeta. Siempre que veo las inscripciones y las filigranas en las paredes de los salones alhambreños me acuerdo de ese poema que decía que el moro que las labraba cien doblas ganaba al día. Y que cuando acabó le quitaron la vida para que no pudiera labrar otras tales en ningún lugar del mundo. Pobre moro, acabó siendo el más rico del cementerio.

En mis visitas a la Alhambra, también suelo pararme, aunque sea unos minutos, en la habitación en la que estuvo viviendo Washington Irving, que al despertar todos los días se pellizcaba porque creía que era un sueño el estar ocupando de gañote una de las habitaciones donde estuvo Boabdil y contemplar Granada desde sus balcones. Allí tenía la inspiración asegurada.

Los jardineros parecen que no han tenido descanso durante la pandemia ya que las plantas están todas en perfecto estado de revista. Envidia tendrían los reyes nazaríes en ver cómo ha quedado su almunia. Si es verdad que la vida avanza hasta volverse sobre sí misma como una perversa reiteración, los granadinos podemos estos días romper dicha reiteración visitando la Alhambra. Este es el momento de declararle nuestro amor de siglos, nuestro apego a lo que representa y nuestra querencia al lugar que ha modulado nuestro destino. En fin, los granadinos tenemos en estos días la ocasión de demostrar nuestra ‘alhambrafilia’ visitando el monumento. La ocasión lo requiere: sin duda hará subir nuestra autoestima. “Tenía, lejos de las miradas profanas, estanques de olas transparente, donde se bañaban trescientas sultanas”, dicen que dijo Boabdil en plan nostálgico cuando lo echaron del recinto. Y no es para menos que lo dijera llorando.

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