Opinión | Pablo Luque | La Resistencia | Día 23

Día 23: El tiempo

  • El tiempo fotografía el envejecimiento de nuestro cuerpo y nuestra alma. Mide sensaciones

Día 23: El tiempo

Día 23: El tiempo / A. L. Juárez / Photographerssports

Día 23. Hay tiempo para todo. Es lo que mejor tiene este retiro, sorprendente y angustioso por un lado, decadente y eterno por otro. El tiempo siempre lo entendimos como la línea que, sí o sí, va desde el nacimiento hasta nuestra muerte. Según la época por la que transite nuestra vida, le damos mayor o menor importancia. Es el tiempo el autor del retrato de nuestro deterioro exterior, el que mide con milimétrica precisión la franja horaria donde deben acontecer cada uno de los hechos que rellenan nuestra existencia.

Pero el tiempo es más. Si lo consideramos sólo como una fría magnitud de medida, tampoco pasaría nada si lo abandonáramos a su suerte sin otorgarle mayor importancia. Pero no. El tiempo fotografía el envejecimiento de nuestro cuerpo y nuestra alma. Mide sensaciones: el miedo a morir, las ganas de permanecer en lo positivo, las de abandonar lo negativo, el llanto, la amargura, las secuencias de amor y odio… El tiempo es día y noche, primavera y verano, par o impar, círculos concéntricos que nos devuelven una vez y otra al punto de partida.

El tiempo. Hasta el de la pandemia. Hasta los que llevamos de serie: veintitrés días. Cualquiera pensaría que el tiempo es, al fin y al cabo, un espacio que estamos obligados a rellenar con el talento de cada uno. El mundo siempre será de los permanentemente ocupados: los que leen, los que trabajan, los que investigan, los que estudian, los que aprenden, los que escuchan. El tiempo es aquel de la memoria involuntaria de Proust o la ilusión de Einstein. Si miras hacia atrás, trae recuerdos, aromas, sonidos, sabores. Si miras hacia adelante, proyecta lo que nos gustaría ser, lo que nos gustaría recibir, lo que queremos descubrir, lo que queda por realizar.

Al humano sólo le queda viajar en el tiempo. No se rían. Stephen Hawking sostuvo que era posible. Concluyó que si nos desplazáramos en una nave a casi 300.000 kilómetros por segundo, un día de tiempo equivaldría a un año en la tierra, según la teoría de la relatividad. Y yo me siento enano entre teorías que particularmente me devuelven al absurdo y a la sinrazón. O a la sala siete del Multicine. Un caos de creación, un ser humano sin libertad, una historia dirigida…

Prefiero imaginar un alma con minutero y horario a la que el tiempo dejó de importar. Un alma que vive en un cuerpo que envejece. En esa dualidad, el tiempo es corregible. El del cuerpo lo podemos retrasar, ralentizar, corregir utilizando operaciones, antioxidantes, retinoides… pero el del alma no. El del alma es infinito, es eterno. No es palpable con los sentidos….

En Semana Santa el tiempo se convierte en aroma de limón y canela. En Semana Santa el tiempo se convierte en cornetas y marchas procesionales. En Semana Santa, el tiempo se convierte en imágenes de dolor y esperanza tras una Virgen de la Amargura y también de la Esperanza que sostiene a un Cristo muerto para resucitar. En Semana Santa, el tiempo es recogimiento, es meditación, es reflexión. Son luces y sombras. Son ganas de hacer camino.

En Semana Santa, el tiempo, sólo es alma. El cuerpo poco importa. Y nuestra alma es inmortal. Siempre lo será. Como lo son las almas de los que en estas semanas partieron. Inmortales.

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