OPINIÓN | PABLO LUQUE | LA TRINCHERA

Día 17: España

  • Un esfuerzo que permita mirar con esperanza, un motivo para cuidar este país tan hermoso y de gente tan solidaria: España

Dos personas caminan por el Realejo mientras llueve

Dos personas caminan por el Realejo mientras llueve / Antonio L. Juárez (Photographerssports)

He madrugado. Como hacía antes del encierro. Por extraño que parezca, mi cabeza volvió a poner la rutina en suerte, y señaló que eran las seis y media, que tocaba levantarse. Esta vez, sin poner a nadie en pie. Todo era silencio. Sólo el crujir de tablas cuando bajo la escalera. Silencio. Calles oscuras bajo el reflejo de la lluvia que en la noche no ha dejado de caer. No hay coches. Ni siquiera almas que transiten buscando su espacio. Silencio. Y vacío.

Pablo, Caye y Nacho están dormidos. Salvo fines de semana, no dejamos que duerman más allá de las nueve. Desde el inicio del confinamiento, mantenemos una rutina diaria de trabajo y actividades. Mañana y tarde. Deberes, tele, juegos, pintura, bici, seven, tres comidas juntos... Hay tiempo para todo. Es lo único que los mantiene con aliento, con vida, con la esperanza de que un día la puerta de casa se abrirá también para ellos. Mientras, son pacientes. Esperan. Comprenden. Asimilan. Intuyen que nada será igual. Pero que la puerta de casa se abrirá.

Hoy no me apetecía que despuntara el día. Necesitaba escribir en soledad, en el vacío, antes de ver nuestras ideas ordenadas conforme al nuevo Decreto, antes que todo vuelva a caer como un castillo de naipes y dispongamos otra vez cómo reordenar nuestro futuro. A todo se acostumbra uno, incluso a las cifras de enfermos, las de fallecidos y las de curados. Mis hijos se quedan todos los días viendo el telediario y esperando les digan cómo van esas cifras. Jamás pensé que me iba a ver comentando con ellos las noticias...

Queda mucho para salir. Aún más para apagar la incertidumbre. Cómo nos recompondremos, cuánto tardaremos en recolocar el puzzle que tardará, seguro, más de lo debido en ajustar. Siempre terminaba los artículos hablando de hijos, de futuro, de la sociedad que les dejaríamos en herencia, del miedo a perder valores que ayuden a preservar una sociedad madura. Desconozco qué sucederá. Y confieso mi incapacidad para trazar el dibujo del nuevo escenario. Sólo sé que aquel futuro del que hablaba, ha dejado de serlo.

Ahora hay un futuro nuevo. Está aquí. Un entorno social que será distinto. Parte de nuestra riqueza se ha destruido. Y es probable que, de seguir así, otra parte la destruyamos nosotros. Los nubarrones del día presagian eso. Lo bueno del confinamiento sea que la multitud de momentos esparcidos para reflexionar, para aislarnos de botarates a quienes esta situación sólo les propone un prime time donde sembrar equidistancias y diferencias entre todos.

Porque no se trata de ganar las próximas elecciones. No se trata de aupar nuestro ego. No se trata de avanzar sólo y los demás que me sigan. En esta ocasión no. Apenas queda tiempo para proponer un camino juntos, un sacrificio compartido, un esfuerzo que permita mirar con esperanza, un motivo para cuidar este país tan hermoso y de gente tan solidaria: España.  Y si para nosotros llegara tarde, bajemos nuestra mirada, y veamos que aún están ellos… y que son también España...

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