Granada

Los pediatras reclaman más formación para tratar el ciberacoso entre los menores

  • La Sociedad de Medicina del Adolescente acaba de editar la primera guía que une los principales datos de incidencia y tratamiento de este problema de salud pública

Las nuevas generaciones son parte activa de la era de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). De hecho, el inicio del uso de las TIC está alrededor del año de edad. Son los llamados nativos digitales, los que están conviviendo desde pequeños con estas tecnologías, que además de beneficios tienen también sus peligros. Y en este campo es importante actuar ya que se suceden los problemas y altercados por el uso de las tecnologías y tanto los padres como el resto de adultos implicados en la vida de los más jóvenes, tienen que adaptarse.

Según los expertos, es muy difícil que el menor pueda, por sí mismo, navegar en internet y por las redes sociales de forma segura. No ha desarrollado la capacidad de comprender términos como el respeto a uno mismo y a los demás, la importancia de la privacidad, la existencia de información sensible o no adecuada a su edad.

Pero es difícil el control en plena era tecnológica. Según la guía, los diferentes estudios analizados apuntan a que la edad de inicio de acceso a internet es cada vez más temprana y no es extraño ver a niños de 2 y 3 años utilizando de forma habitual los terminales de sus padres. Además, más del 41% de los niños españoles de 11 años tiene un teléfono móvil. A los 13, más del 75% dispone de esta tecnología y a los 15, más del 90%, según los datos del INE de 2013.

Entre las amenazas con más riesgo por un uso inadecuado de las TIC está el ciberacoso, ante el que todavía no se sabe bien cómo actuar. Por eso, los expertos se afanan en elaborar guías y protocolos para abordar este problema desde diferentes ámbitos: familiar, escolar y hasta sanitario. En este último caso, acaba de editarse la Guía Clínica de ciberacoso para profesionales de la salud, desarrollada conjuntamente por la Sociedad Española de Medicina del Adolescente (SEMA), Red.es y el Hospital Universitario La Paz de Madrid junto a un grupo de expertos de diferentes ámbitos. Su coordinación ha corrido a cargo de la pediatra granadina María Angustias Salmerón, vocal de la junta directiva de la SEMA y pediatra en Madrid. En las conclusiones de la guía los profesionales piden más planes de formación para tratar este problema de salud pública. "Es necesario que las TIC sean incluidas en planes de estudios universitarios y específicos (MIR, PIR, EIR) de enfermeras, médicos, odontólogos y psicólogos para que las generaciones futuras de profesionales estén sensibilizados y sepan cómo actuar". De hecho, califican de prioridad la realización de cursos, la inclusión del tema en los libros de Medicina y la promoción de la investigación, aspectos aún no desarrollados en España.

En dicha guía se incide en la necesidad de los pediatras de conocer el problema ya que en muchas ocasiones los primeros síntomas son las somatizaciones (cefalea y dolor abdominal). El papel del pediatra es fundamental en la detección del problema y el tratamiento, aunque también se tiene que trabajar en la prevención y educación para la salud.

Según la presidenta de la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia, María Inés Hidalgo, "el ciberacoso afecta principalmente a adolescentes con una incidencia creciente cada año e importantes repercusiones clínicas por el alto riesgo de suicidio en las víctimas". Pero los profesionales sanitarios "no han recibido formación específica", por lo que se dificulta el abordaje de este problema, así que esta guía pretende ser manual de consulta en centros de salud y hospitales.

Los datos llaman a ese diagnóstico precoz. Los estudios indican que las tasas de incidencia directa del ciberbullying pasivo (ser acosado, insultado o amenazado) es del 5,9% y para el activo (acosar, insultar o amenazar), del 2,9%. En total, el 9% de los menores de entre 9 y 16 años en España afirman haber acosado a otros menores (la media europea es del 12%).

Para abordar el problema lo primero que hay que hacer es definirlo. En este caso, el ciberacoso es la "acción de acosar a otra persona mediante el uso de medios digitales". Y hay varios tipos, con una problemática mayor cuando existe la implicación de menores. En estos casos, el mayor riesgo es el ciberacoso escolar (ciberbullying) y el ciberacoso de un adulto a un menor con finalidad sexual (grooming).

En el ciberbullying únicamente están implicados menores y es el "daño intencional y repetido infligido por parte de un menor o grupo de menores hacia otro mediante el uso de medios digitales". En este caso la víctima sufre un deterioro de su autoestima y dignidad personal. No suele ser un incidente aislado y se realiza a través de ordenadores, teléfonos y otros dispositivos digitales que lo diferencian del acoso tradicional. Las formas habituales son ataques directos (insultos o amenazas enviadas directamente a la víctima), publicaciones y ataques públicos (rumores, mensajes hirientes, fotos, vídeos humillantes...) y ciberacoso mediante terceros (uso de otras personas o suplantación de identidad).

El grooming es el "ciberacoso ejercido deliberadamente por un adulto para establecer una relación y un control emocional sobre un menor con el fin de preparar el terreno para su abuso sexual", según se recoge en la Guía Legal sobre ciberbullying y grooming, 2009. Las acciones realizadas pueden comprender delitos de corrupción y prostitución infantil, abusos sexuales o embaucar al menor para que le facilite material pornográfico o le muestre imágenes pornográficas en las que se represente o aparezca dicho menor. El grooming tiene diferentes fases: inicio de la amistad (toma de contacto, en la que el acosador puede optar por una identidad falsa), relación (confesiones personales e íntimas) e inicio del abuso (si el menor no accede el acosador comienza la extorsión).

Los dos tipos tienen una cosa en común y es que los menores suelen ocultar lo ocurrido, lo que dificulta el diagnóstico y el tratamiento. Cuando lo cuentan es porque no encuentran otra alternativa y en determinadas ocasiones conduce al suicidio.

Por tanto, la pregunta es clara. ¿Cómo se puede evitar estos riesgos? En el caso del grooming es fundamental que los menores no tengan canales de comunicación exclusivos con adultos en los cuales no participen los padres.

Las redes sociales no lo ponen fácil. En España, el 56% de los menores tiene un perfil propio en una red social (en Europa sube al 59%). En el país, la edad mínima legal para tener un perfil en una red social es de 14 años, aunque casi un 40% de los menores entre 9 y 13 tiene su propio perfil.

Uno de los aspectos fundamentales es la reacción de los padres ante un incidente TIC de los hijos ya que la mayoría de los menores no los alertarían. La mayor parte de los padres primero tomaría medidas físicas o técnicas (formatear el ordenador, por ejemplo). En menor medida mencionan medidas educativas (diálogo y advertencia) y coercitivas (limitación o control). Sólo un 0,3% de los padres ha iniciado acciones de denuncia ante las autoridades; un 3% no hace nada y más de un 16% no es capaz de dar una respuesta. Inicios suficientes que reafirman la necesidad de disponer de pautas y criterios de actuación válidos para ayudarles en su labor.

En este caso, la labor de los pediatras es fundamental. Y reconocer los síntomas es lo primero. En el ciberbullying, lo más inmediato es detectar desajustes emocionales y trastornos psicopatológicos que afecten al comportamiento actual y futuro. Los síntomas están relacionados con la salud física, el bienestar emocional y el rendimiento académico. El grooming afecta con mayor intensidad a las víctimas causando mayores niveles de ansiedad. En general, lo habitual es ansiedad, depresión, ideación suicida, estrés, miedo, baja autoestima, falta de confianza, debilidad, rabia, tristeza o distanciamiento. También dolor abdominal, trastornos del sueño, cefalea, fatiga, pérdida de apetito, pérdida de peso, tics, mareos o vértigos, son signos de alarma.

En las consultas, ante un caso de acoso, los pediatras tienen que estar alerta ante cualquier síntoma psicosomático, recurrente o inexplicable ya que pueden ser signos de alarma. Una vez que existe la sospecha, se recomienda realizar una entrevista a solas con el paciente ya que en la mayoría de los casos tienden a ocultar lo ocurrido a la familia. Y es fundamental realizar preguntas abiertas y evitar culpabilizar, además de manejar la confidencialidad. Si la detección es precoz y la actuación es inmediata y eficaz, en la mayoría de las ocasiones se consigue detener el ciberbullying. El pediatra debe valorar la gravedad y el riesgo, la derivación a salud mental o buscar los apoyos necesarios para ayudar al menor, además de asesorar sobre una denuncia inmediata.

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