Granada

Los rostros que sufren el rechazo

  • La ONG atiende todos los días en la pequeña sede de la calle Colegios una media de 120 personas · Entre los usuarios hay parados, madres de toxicómanos o ludópatas

R.M., de 65 años, no quiere que salga su nombre ni su rostro en este reportaje sobre Calor y Café. No lo evita por pudor social sino para mantener una relación cordial con su hijo, que a principios de año le robó todos sus ahorros. "Se metió en un mundillo feo, pero ya no toma drogas. Hemos hecho las paces y no quiero que se enfade conmigo", cuenta esta viuda, que en circunstancias normales no llamaría la atención ni lo más mínimo en la cola de cualquier supermercado con un carro lleno de productos. Como no quería que se enteraran sus otros tres hijos que viven fuera de Granada - "para que no se pelearan por lo que había hecho su hermano y porque tampoco están muy bien de dinero"- empezó a acudir a comedores sociales aconsejada por una vecina. "Cobro 600 euros y pago 350 de alquiler, así que no me llega para comer", explica.

Ella es una de las personas que acuden todas las tardes a merendar a Calor y Café. En los meses que está viniendo ha hecho algunos amigos entre el grupo de contertulios sin dinero para pagarse un café.

Entre ellos está Manolo, de 53 años, y que también prefiere mantenerse en el anonimato. Ha sido camarero, cocinero, interno en un chalé particular y vigilante jurado en una urbanización de Marbella. Allí conoció a su actual pareja, la filipina Lurdes Padaoan, que también está sentada a la mesa.

Cuando se separó, su ex mujer se quedó con el piso de protección oficial y ellos encontraron trabajo como encargados del bar de una peña de fútbol en Jaén. Pero los miembros de la peña discutieron, el bar se cerró y ellos perdieron el alojamiento y el empleo. Fue entonces cuando se trasladaron a Granada y empezaron a vivir él en un albergue para hombres y ella en uno para mujeres.

En la mesa, junto a ellos, se sienta una chica joven que tiene que salir muy corriendo porque va al trabajar. Y al otro lado Antonio García, un ludópata de 61 años. "Mi problema es que todo el dinero que tengo me lo gasto. Llevo en la calle desde que murió mi madre, en 1999. Antes estaba en el centro de acogida de Madre de Dios, donde estaba asistiendo a un grupo de rehabilitación, pero discutí con una monja y me tuve que marchar", cuenta Antonio, que está tratando de volver.

"Llevo tres meses durmiendo en hospitales y a veces en algún albergue. Quiero volver al programa, porque tengo una enfermedad. Cuando estaba allí me daban el dinero para gastar en el día y tenía mil y pico euros ahorrados. Fue salir, y en dos o tres días me los gasté".

Otros han llegado hasta la sede por tristeza. El fallecimiento de su mujer fue lo que llevó a Antonio García Medina, guardia civil jubilado de 72 años, hasta la sede de Calor y Café. La terrible depresión en la que quedó sumido le dejó paralizado, sin encontrarle sentido a su vida. Entonces, su madrina de bodas, le comentó la existencia de esta asociación de ayuda humanitaria, donde ella colaboraba desde hacía varios años. El ex guardia civil empezó a colaborar como voluntario sirviendo cafés una tarde a la semana y echando una mano cada vez que le necesitan, aunque sea en fin de semana, porque la ONG también reparte comida a unas 60 familias los sábados por la mañana.

Tiene muchos amigos entre los 25 voluntarios que cada tarde en grupos de seis prestan su ayuda en Calor y Café, pero también entre los parroquianos a los que les sirve el café. Una de sus favoritas es Carmen Lorite, una alcohólica de 43 años a la que a veces le da un poco de dinero para tabaco. "Sé que eso contraviene las normas, pero siempre me convence", se excusa.

Y es lógico, porque la mirada de Lorite, un poco perdida, transmite una enorme tristeza. Sin embargo su discurso es lúcido y lacerante. "Detrás de una botella hay una persona con grandes carencias afectivas, aunque muchos no la quieran ver. Ojalá que, por lo menos, viesen la labor de Calor y Café. La necesitamos para ser personas dignas porque aquí siempre hay quien te anima y te escucha".

Cada uno de los que se sientan a merendar están allí por muy diversos motivos, aunque todos tengan 0 euros en sus cuentas como denominador común. La necesidad hace muy extraños compañeros de viaje y también que se crucen vidas que no tenían ningún punto en común. Vidas para las que lo anormal se convirtió en la norma de la noche a la mañana.

Aunque en la reunión de Antonio García aprovechan la merienda para charlar y desahogarse, en otras mesas prefieren jugar a las cartas, al ajedrez o leer la prensa. Algunos utilizan la tarde para poner la lavadora o recoger la correspondencia, porque al no tener ninguna domiciliación la sede de Calor y Café les sirve de buzón de correos.

También aprovechan para plantearles cuestiones médicas o legales a los seis voluntarios, que les asesoran en estas materias o los acompañan a centros médicos sin llegan con alguna herida, porque muchos han sufrido agresiones.

El ex guardia civil cuenta que él nunca ha presenciado ninguna discusión en Calor y Café en los cuatro años que lleva acudiendo como voluntario. "Antes, que cerrábamos más tarde, habrá habido altercados aunque a mí nunca me ha pillado ninguno" cuenta sobre los roces que surgen entre estas personas que pasan mucho tiempo juntas, tanto en el centro de día como en la calle, en albergues y comedores sociales.

Algunos estaban al margen de estos círculos hasta hace muy poco tiempo, pero se han adaptado bien a tratar con gente que lleva mucho tiempo viviendo sin techo. José Antonio Martín, barrendero en paro de 46 años, empezó a acudir con su mujer, Encarnación Pérez, de 48, hace sólo un mes. Se enteraron de la existencia de este centro en el Regina Mundi, por algunos amigos del comedor social. Empezaron a acudir hace un año, cuando a él se le acabaron las ayudas porque ella sólo trabajó cuando tenía 13 años, en Ibiza, pero nunca ha tenido ninguna pensión. Su hermana paga el piso y el agua, pero no tienen dinero para comer. "Sólo venimos a merendar gratis, pero no hablamos con nadie", cuenta la esposa.

Como cualquiera que se ve inmerso en este mundo, pueden tener sus recelos para hablar con los usuarios que llevan mucho tiempo sumidos en la dinámica de una existencia que depende de la beneficencia y se supone desestructurada. Sin embargo, el perfil tópico del toxicómano sin techo con problemas legales o el enfermo mental con trastornos de conducta no es la realidad de muchos veteranos.

Por ejemplo, José María Ortiz, un mimo con un 50% de minusvalía que hace de espantapájaros, tiene una experiencia por centros de toda Europa tan dilatada como su cultura y sin ningún problema de comportamiento. "El proyecto ha sido publicado y ha pasado el plazo de alegaciones. El Ayuntamiento intentará sacarle rentabilidad en votos al conflicto de la nueva sede pero yo soy usuario de Calor y Café y realiza una importante obra social. Quiero que mi opinión se escuche y prestarles mi apoyo", sentencia el mimo.

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