Veranos en primera persona

Un verano ‘exacto’ en Brasil

  • Playa Joaquina, en el verano austral de Brasil, a finales de año como punto de reencuentro familiar y argentino contra la diáspora que provocó la dictadura militar de Videla.

Recuerdo muchos veranos maravillosos que se me entremezclan en la memoria. Es que tuve una niñez envidiable. No obstante, son pocos los veranos que la memoria tiene más o menos delimitados: veranos memorables. 

Fue en Brasil, a finales de 1979, en Florianópolis, en playa Joaquina, un lugar de ensueño. Una playa con la arena, el tamaño de las olas y la temperatura del agua exactas. Había un lago cerca de la playa que estaba unido por un brazo al mar, era como un río donde el agua corría en dos direcciones según la marea. Al principio, cuando percibimos el fenómeno, le echamos la culpa a la caipiriña pero enseguida encontramos la explicación científica. Me dicen que esa zona, en la actualidad, es un gran centro turístico. En aquella época, parecía que era un descubrimiento de la familia. Un lugar clandestino lejos de la mano de cualquier dictadura.

La causa de que aquel verano de 1979 fuera memorable no fue por la belleza paradisíaca de esa playa del sur de Brasil. Fue porque se produjo el encuentro con mi familia, que hacía casi cuatro años que no nos veíamos porque el golpe de Videla había obligado a mi exilio. Estaban mis padres, mis hermanos, sobrinos, unos tíos muy queridos, Mario e Inés. También estuvo mi gran amigo, el flaco Luis.

En aquella época las llamadas intercontinentales tenían demora y eran caras, al menos para nuestra economía. Eso nos obligaba a llamar poco y por poco tiempo. Hablar era un objeto de lujo. Cuando llegamos con Cele todos nos esperaban, los abrazos, las lágrimas, los gritos de euforia llenaron la recepción del hotel. Cuando parecía que había llegado el momento de contarnos en detalle nuestras experiencias en Europa y la vida de ellos en Argentina, la intensa emoción del encuentro nos había dejado mudos y cada vez que alguno de nosotros intentaba iniciar alguna conversación estallaba en llanto. Poco a poco fuimos encontrando la manera de disponer de ese mayor bien del ser humano que es la palabra. Lentamente  nos íbamos contando la vida en Madrid, en Lund, en Gotemburgo, los viajes en furgoneta por el este y el oeste de Europa y los proyectos futuros en Granada. Las anécdotas familiares, la vida en Argentina bajo el cielo gris de la dictadura y los sentimientos intensos dichos sin vergüenza ocuparon también parte del tiempo de ese encuentro irrepetible.

Había llegado la noche y mi padre, mi hermano y yo avanzamos hacia un chiringuito de la playa. La caipiriña ganó por unanimidad. Bebimos desde las miradas cómplices y las preguntas exactas hasta la lengua bola pasando por más de dos horas de conversación locuaz. Los tres caminamos luego, de regreso hacia el hotel, abrazados  en un zig–zag descompensado. La borrachera a tres tuvo más aplausos  que reproches cuando llegamos al Hotel Playa Joaquina.

En el desayuno, en la playa, en las noches siempre el protagonismo lo tuvo la palabra, que su gratuidad hacía que la dilapidáramos como un premio de la lotería.

Cuatro meses después se inauguraba La Tertulia de Granada, donde la palabra siguió siendo la protagonista, portadora de ideas y de ocurrencias estéticas y literarias.

No éramos conscientes en aquel verano de 1979 que estábamos en los prolegómenos de una vida en Granada que tendría una experiencia más singular que importante y más intensa que sonora.

Hace casi 30 años de aquel verano en Florianópolis. Esos años que ya pasaron fueron el porvenir del cual hablábamos en la playa. Lo que no pudimos suponer en ese cálido verano de aguas de mar transparentes fue que la dictadura argentina iba a permanecer, aún, cuatro veranos más ofreciendo días y noches oscuros, mientras España transitaba su flamante transición democrática…

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