Josep Borrell. exministro y expresidente del Parlamento Europeo

"Si viviera en Cataluña y solo viera TV3, yo también sería independentista"

  • A poco más de tres semanas de "la madre de todas las elecciones", el político socialista analiza un contexto internacional que abandona la globalización para levantar viejas o nuevas fronteras

No todos los días tiene uno la oportunidad de escuchar a un expresidente del Parlamento Europeo hablando de internacionalización. O hablando, a secas. Josep Borrell, exministro de Felipe González y expresidente de la eurocámara, ofreció el pasado miércoles un curso acelerado para los empresarios granadinos en el primer Foro Internacional de Granada, donde analizó el gran fenómeno que recorre Europa y gran parte del mundo: la "desglobalización". Borrell, que en su famoso discurso del 8 de octubre se convirtió en el portavoz oficioso de los catalanes no nacionalistas, analiza el nuevo contexto internacional y la crisis catalana a poco menos de tres semanas de las elecciones del 21-D.

-El mundo tiende a la desglobalización, pero en Granada estamos haciendo un esfuerzo por fomentar la internacionalización, por que las empresas salgan al extranjero. ¿Vamos tarde?

-No, todavía hay sitio. Pero es cierto que así como hasta ahora la tendencia era un aumento continuo del comercio internacional, en el que crecía más rápido el comercio que el producto, ahora ya no es tan así. Porque China se repliega a su mercado interior y empieza a desarrollar su consumo interno, y porque en los países importadores aparecen políticas proteccionistas.

-Por tanto, ¿no es el mejor momento para empezar a exportar? ¿O cualquier momento es bueno?

-No, cualquier momento no es bueno. Como todo en la vida, hay que encontrar su momento. Pero este no es malo. La economía española en los últimos nueve años ha dado un salto en su capacidad exportadora realmente espectacular. De los grandes países europeos, después de Alemania, España es el país en el que las exportaciones pesan más en el PIB. Exportamos el 30% del PIB, lo nunca visto.

-La inestabilidad política que está viviendo la Unión Europea y la tendencia al proteccionismo, ¿hace que haya más inseguridad jurídica a la hora de exportar?

-La inseguridad jurídica está presente siempre, depende ya de a quién exportes. Hay mercados muy complicados, en los que el aspecto jurídico del negocio pesa muchísimo porque los contratos son complejos y hay multitud de cláusulas que contienen sorpresas. Y luego hay países que son inseguros jurídicamente, incluso algunos que parece que no lo son pero a la hora de la verdad también te pueden dar sustos. Por eso empujar a cualquier empresa a exportar, sin tener las capacidades suficientes, puede ser un problema más que una solución.

-¿Ayuda que la empresa sea grande para facilitar esa aventura internacional?

-Sí, la estadística lo demuestra. Hay 150.000 empresas que exportan, pero la mitad de esas exportaciones la hacen 500 empresas. Hay muchas que exportan muy poco.

-El tejido empresarial granadino está dominado por la pyme. ¿Es eso un impedimento?

-Hay que buscar dimensión, y la dimensión se consigue creciendo orgánicamente o asociándose con otros para conseguir esa masa crítica que se requiere.

-En Granada también tenemos un importante déficit industrial, ¿es un handicap a la hora de fomentar las exportaciones?

-La economía española está muy diversificada en sus productos, aunque no tanto en sus mercados geográficos. Dos terceras partes de nuestras exportaciones van a Europa. Granada no es un caso particular, en realidad en todas las economías de los países del sur lo que abundan son pequeñas empresas. Pero las pequeñas empresas no tienen por qué ser ineficientes. Alemania saca su gran fuerza industrial de la red de pequeñas y medianas empresas que tiene, que están altamente tecnificadas. A veces confundimos la pequeña empresa con el profesional autónomo; y la empresa es más que el profesional, es la combinación de trabajo, capital y tecnología. Desde luego España tiene que fomentar el espíritu empresarial, la vocación de empresario.

-Hay mucha vocación de funcionario pero poca de empresario...

-Felipe González nos decía siempre a sus ministros que para que hubiera empleo tiene que haber empleadores. El Estado no puede emplear a todo el mundo. Si queremos que haya trabajo tenemos que conseguir que haya quien contrate, gente con la capacidad de ofrecer a los demás. En eso España tiene un déficit cultural.

-Puede que Granada no sea una excepción en cuanto a tamaño de empresas y sectores de actividad, pero sí que lo es en cuanto a las infraestructuras. ¿Ese déficit perjudica la salida al exterior?

-Sí, totalmente. Las infraestructuras juegan un papel fundamental en la competitividad de un territorio. Si cuesta mucho llegar y más salir, los productos tienen un coste añadido por la distancia. Granada puede tener problemas, hay algunas partes del país que se han quedado un poco aisladas. El Corredor Mediterráneo, por ejemplo, es una gran carencia en infraestructuras para toda la economía española, que no afecta solo a Cataluña, sino también a Granada. Pero la verdad es que en España se ha invertido mucho en infraestructuras. Aunque siempre quedan cosas por hacer, en los últimos 30 años España ha vivido una revolución de las infraestructuras. Basta tener un poco de memoria y acordarse de cómo era este país en los años 70. Se ha dado un salto de gigante en infraestructuras físicas, pero no se ha hecho lo mismo en capital humano. Si ahora pudiera volver a ser ministro, cosa que no desearía, me pediría ser ministro de Educación, porque ahí es donde nos jugamos el futuro.

-La Unión Europea está viviendo un momento convulso, ¿sigue siendo un mercado seguro para las empresas?

-Es nuestro gran mercado, y no es un mercado saturado, no es que no podamos vender más. No, al contrario. Hay países europeos que están en pleno desarrollo y que serán demandantes de nuestros productos, los agrícolas en particular. A veces asociamos exportación e industria. Y es una exportación importante, que demuestra que tienes capacidad tecnológica, pero la agricultura también es una gran industria exportadora, sobre todo la de calidad. España tiene todos los ingredientes para ser una potencia en la exportación de productos agrícolas de alta calidad.

-Hablamos de internacionalización y globalización, pero estamos viviendo unos fenómenos completamente contrarios a esta tendencia, como el Brexit o el proceso catalán. ¿Qué sentido tienen en este contexto?

-Cuando esas cosas pasan es porque la gente las vota. El Brexit no lo ha impuesto nadie, se lo han buscado ellos solos. Probablemente ahora estén arrepentidos, pero decidieron eso y lo decidieron libremente. Probablemente mal informados, pero libremente. Es el reflejo de un sentimiento que recorre las sociedades desarrolladas y envejecidas de miedo, que abandera los orígenes, encerrarse en sus viejas fronteras o construir nuevas. Pero esas nuevas lo que hacen es identificar una identidad que se considera más auténtica, como ha pasado en Escocia, Venecia, Flandes o Cataluña. Reivindican una identidad que tiene raíces históricas pero que en el fondo refleja un miedo a la globalización. En el caso del Brexit es muy claro. ¿Cuál es el discurso de los brexiteers?Solos nos lo montamos mejor -cuando alguien dice eso es porque se cree más listo que los demás, se llama supremacismo- y, además, me voy a ahorrar un montón de dinero, porque me quedaré con el dinero que ahora doy a Europa o al resto de España. El discurso es el mismo. Es una mezcla de supremacismo y egoísmo, que son los componentes de todo nacionalismo.

-Pero se ha demostrado que no está tan claro eso de que "solo nos lo montamos mejor"...

-Bueno, en Cataluña se ha demostrado lo que algunos veníamos diciendo. Yo escribí hace años Las cuentas de los cuentos de Cataluña y ahí decía lo que ha pasado: no les va a reconocer nadie, van a salir de la UE, se va a hundir el mercado español y las empresas se van a ir. No hacía falta ser un profeta, era bastante evidente que iba a ocurrir. Ocurrió en Quebec. Siempre que uno levanta una frontera los del otro lado no le compran. Y lo de la Unión Europea estaba más claro que el agua. Pero no quisieron escuchar, me pusieron a caer de un burro diciendo que les quería dar miedo. Pero no quería dar miedo, tan solo decía que si uno se tira por el balcón al grito de "no existe la gravedad", eso no le va a eximir de darse un trompazo mayúsculo. Ya ha pasado, hemos visto que la ley de la gravedad existe. No les ha reconocido nadie, la UE ha dicho que con ella no cuenten, en unas semanas se han ido 2.500 empresas, la venta de productos al resto de España ha caído dramáticamente... Ahora ya han constatado que eso no era una amenaza, sino el anticipo de algo que ya ha ocurrido. Pero constato que hay mucha gente todavía que sigue erre que erre diciendo que eso es un fenómeno pasajero y que hay que seguir reclamando la independencia. Para eso están las elecciones.

-¿Cree que el independentismo sigue teniendo el respaldo suficiente?

-No lo sabemos, esa es la cuestión. Yo creo que no lo saben ni ellos. En este momento la volatilidad de las preferencias del electorado en Cataluña es muy grande. Habrá quien se radicalice e insista todavía con más fuerza porque considera que el Estado español ha reprimido sus deseos de independencia -que por supuesto que lo ha hecho, como hubiera hecho cualquier estado- y otros que a lo mejor dicen que esto no llega a ninguna parte y optan por una solución realista, que es lo que ofrece el PSOE. ¿Cuántos van a radicalizarse y cuántos se van a bajar del tren? No lo sabe nadie, y todavía queda toda la campaña por hacer. No sabemos si el señor Junqueras va a poder hacer campaña o no, si va a seguir en la cárcel o no... Son cosas que van a tener influencia en el resultado. Esta será la madre de todas las elecciones. Creo que va a haber más gente que nunca, ojalá la hubiera habido antes, porque si todo el mundo hubiera participado no hubiéramos llegado a donde estamos. Además, se va a decidir si sigue habiendo un gobierno independentista o si hay una alternativa. Ojalá que pierdan la mayoría absoluta y se pueda formar otro gobierno. Luego ya veremos cómo se forma, pero lo importante es que no haya un gobierno independentista otra vez.

-Haya o no mayoría independentista, lo cierto es que el día después del 21D seguirá habiendo una sociedad completamente dividida...

-Lo está ahora y lo seguirá estando al día siguiente. Pero es importante que los independentistas no tengan mayoría absoluta en número de votos, porque el problema político se agravaría.

-¿Es posible reconciliar a esas dos mitades de Cataluña y a Cataluña con España?

-Hay que hacerlo. Una sociedad no puede vivir dividida en dos, con las familias, amigos y compañeros de trabajo peleados. Pero en Quebec les costó 20 años. Hoy vas allí y ya nadie habla de independencia, pero eso no va a ocurrir solo ni por arte de magia. Para eso es importante que haya un gobierno que no sea independentista, para que siente las bases de una reconciliación. Y eso implica también defender los derechos y preferencias de los catalanes, que son como mínimo la mitad, que no quieren la independencia de Cataluña. A mí me irrita mucho cuando dicen que los catalanes quieren ser independientes. Depende de cuáles. Algo menos de la mitad, parece ser. Ahora lo sabremos, pero la última vez que hubo elecciones a los partidos independentistas les votó menos de la mitad, por lo tanto no son los catalanes en mayúscula, sino la mitad. La otra mitad también cuenta.

-Pero ha hecho menos ruido...

-Ha estado callada, sí. Ahora ha empezado a manifestarse en el doble sentido de la palabra, en el simbólico y real. Cuando uno oye a Puigdemont o Junqueras dirigiéndose al pueblo de Cataluña, solo se están dirigiendo a la mitad.

-A su juicio, ¿cómo tendría que ser esta campaña? ¿Se le debería intentar dar la mayor normalidad posible, teniendo en cuenta que hay candidatos en prisión?

-La normalidad siempre viene bien. Yo no voy a criticar las decisiones de un juez, que tendrá sus razones para tomar la decisión que ha tomado. Pero la campaña electoral se desarrollaría más normalmente si todos los candidatos estuviesen en libertad, aunque fuera provisional. Pero los criterios políticos son una cosa y los jurídicos son otra.

-¿Cuando escribió su libro, se imaginaba que dos años más tarde estaríamos en esta situación?

-Sí, yo pensé que esto iba a acabar así, si no se desmontaba el relato. Si la gente se cree una historia y nadie la contradice, pues la gente se cree que es verdad que formar parte de España es tan caro y tan malo. A la gente hay que explicarle las cosas. Si yo viviera en Cataluña y viera solo TV3 y nadie me contara que lo que dice no es verdad, pues yo también sería independentista. Las emociones no crecen en los árboles.

-¿Ha faltado el relato de la otra parte?

-Absolutamente, la otra parte se ha dedicado a mirar para el otro lado. Yo no entiendo cómo el Ministerio de Hacienda se ha pasado cinco años sin replicar el discurso de 'España nos roba'. No vale con decir que no es verdad, diga usted por qué no es verdad, haga usted tanta información y propaganda como otros hacen. Ha habido una dejación por parte del Gobierno español. No solo de este, pero sobre todo de este, porque todo esto empezó en 2012. Si un Gobierno cuenta una historia, usted tiene la obligación de contrarrestarla.

-¿Cree que ese sentido de agravio que tienen en Cataluña se puede compensar con un cambio de modelo de financiación territorial o un cambio de la Constitución?

-No tenemos otros instrumentos. Desde luego a garrotazos no lo vamos a arreglar.

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