Los mexicanos son, por lo general, gente fuerte y muy longeva. Junto a los japoneses, suelen ser de los seres humanos que más veces llegar a soplar el centenario. También lo demuestra un hecho futbolístico: actualmente, dos de los cuatro jugadores que más Copas del Mundo han jugado son aztecas. Son cinco Mundiales en total para el alemán Lothar Matthäus, el italiano Gianluigi Buffon, y los mexicanos Rafael Márquez, que los cumplirá en esta edición recién comenzada, y Antonio Carbajal, que también es portero como Guillermo Ochoa, y que defendió la tricolor entre 1950 y 1966. El Memo, por trayectoria, podría alcanzarles. Seguro que le motiva el reto de pertenecer a tan selecto club. ¿Estará en Qatar 2020?
Ochoa, además, ha ido de menos a más. Su primer Mundial fue el de 2006, el año en el que el Granada abandonó la Tercera División. Se lo llevó Ricardo La Volpe, el controvertido entrenador argentino, como tercer guardameta. Desde el banquillo vio cómo Maxi Rodríguez clavaba en la escuadra de Sánchez el golazo que les echaba de aquel Mundial en octavos. No rascó bola, al igual que cuatro años más tarde en Sudáfrica 2010. Ya tenía más galones. Para Javier Aguirre, era el suplente del titular Pérez. El desenlace no varió, y México volvió a ser apeada en la ronda de los dieciséis mejores y ante el mismo rival, Argentina.
Ochoa siguió jugando un año más en el América de su país, un equivalente al Real Madrid en el fútbol azteca. Allí le había descubierto Leo Beenhakker, aquel técnico holandés alto, muy rubio y de tez rojiza que llevó el Madrid de los 80 y del primer 'tinerfeñazo' en el Heliodoro Rodríguez López (1992). Le hicieron fijarse en él una agilidad felina, una capacidad de reacción instantánea y cierto ángel que tienen los porteros. Unas cualidades que le hicieron brillar diez años más tarde en el Mundial de Brasil 2014.
El Memo llegó a la cita sudamericana habiendo sido el primer portero mexicano en jugar en Europa, donde apenas llevaba tres años después de que lo fichara el Ajaccio, un modesto equipo francés de la isla de Córcega, que precisamente ese año había bajado, lo que le dejaba sin contrato. Un caramelito en la puerta de un colegio tras salirse en el Mundial.
En el debut contra Camerún ya salvó a México con varias paradas de mérito ante Moukandjo y Choupo-Moting. Fue en el siguiente duelo contra la anfitriona Brasil cuando la divinidad de posó en su felpa. México le sacó un empate a los de casa con salvadas desesperantes para el público de Fortaleza: un cabezazo a Thiago Silva, un remate a quemarropa de Paulinho, un mano a mano con Neymar... El asombro fue global. Estuvo tranquilo ante Croacia y en octavos volvió a brillar ante Holanda, aunque lo que hizo fue evitar la goleada.
Ya había hecho el trabajo sucio. Se dio a conocer y un Málaga todavía con resaca post-Champions le fichaba para su portería. Pero Kameni le dejó a cero. El Memo solo jugó en Copa y al año siguiente, una lesión del arquero camerunés le dio la oportunidad de debutar en Liga y jugar 11 partidos, uno de ellos contra el Granada en el que fue protagonista para mantener un 0-0 que complicaba la vida a los rojiblancos.
La temporada siguiente fue en la que aterrizó en Los Cármenes. Lo hizo en calidad de cedido desde el club blanquiazul. Llegó a mediados de julio como uno de tantos préstamos que cerró el entonces director deportivo Javier Torralbo 'Piru', y con un modus operandi que llevó al desastre. El club fue incapaz de presentar una oferta por su anterior meta, Andrés Fernández, y la dirección dio un volantazo para traer al Memo. No parecía un mal fichaje, pero pronto se le vieron las costuras. Paradas felinas pero manos blandas, que costaron goles dolorosos como la derrota contra el Leganés. Tampoco por arriba estaba seguro y la defensa no ayudó en ningún momento. Ochoa se fue de Granada con el equipo descendido y recibiendo 82 goles, siendo el arquero más goleado en una sola temporada en Primera División y en el club rojiblanco.
En tres partidos con el Granada recibió cinco o más goles. Con el Tri, la 'manita' adquiere otro sentido.
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