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Curar el resentimiento en defensa propia

Curar el resentimiento en defensa propia

Una buena madre es abnegada. Las buenas amistades están en las duras y las maduras. Un buen profesor o una buena profesora se entrega a su alumnado incondicionalmente… Son tres creencias sociales muy típicas que seguramente compartimos. Y son sólo tres del interminable listado de creencias que tenemos y con las que valoramos la realidad, los acontecimientos y a las demás personas. La mayoría de esas creencias no son conscientes, ni siquiera nos acordamos de que las tenemos. Pero ahí están, gobernando nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestras conductas. ¿Qué pasa cuando no se cumplen?

La decepción o el desengaño son, básicamente, eso, rupturas de expectativas. Esperaba usted algo que creía que iba a suceder y que no sucede, y se sorprende, se enfada o se entristece, por ejemplo, con más o menos intensidad en función de lo importante que fuera eso que esperaba. Hasta aquí no le descubro nada.

¿No esperar nada de nadie?

Por supuesto, no es lo mismo que le decepcione el resultado de la lotería o una decisión de su empresa, a que le decepcione una persona de su familia. Pero en el fondo, todas las situaciones son una ruptura de expectativas. Eso sí, la intensidad con que reacciona es mucho mayor cuanto más intenso es el vínculo emocional con la raíz de su decepción o cuanta más seguridad tenía usted en el desenlace. 

Por tanto, además de las expectativas, lo que se rompe es la seguridad, y con ella la confianza. Y eso que muchísimas veces, más de las que se imagina, está usted esperando algo que sobre todo usted se había construido en su cabeza, en base a creencias que ni siquiera era consciente de tener. 

Por eso, sería genial que fuéramos capaces de no esperar nada de nadie. Nos ahorraríamos mucho sufrimiento, pero es misión imposible. Generar expectativas, evaluar la realidad en base a nuestras creencias y hacer juicios, es inevitable. No sólo eso. Pasa que además nos encanta, porque nos permite disfrutar de las situaciones antes de que ocurran. Son sus anhelos, sus sueños, sus esperanzas…

Sea como sea, cuando son las demás personas las que no cumplen lo que usted esperaba de ellas, surge una carga emocional llamada resentimiento. Es muy común y también muy dañina, porque mal gestionada puede afectar seriamente a quien la siente. Especialmente, cuando la decepción se refiere a creencias absolutas, esas que ni siquiera tenemos en el consciente pero que son pilares de nuestras conductas y de nuestra seguridad.

Dividir el elefante del rencor

Aquí le traigo hoy una forma, bastante simple pero eficaz, de gestionar el resentimiento. Se trata de dividir el elefante del rencor. ¿Cómo?

Lo primero es tomar conciencia de que nos relacionamos desde lo que creemos o queremos que sean las demás personas, y no tanto desde lo que cada cual es. Tome conciencia de eso, y de que todo el mundo tiene un mal día. Usted también. Hágalo además en defensa propia, porque como muy bien nos avisa el sabio refranero popular: el rencor es un veneno que nos tomamos nosotros pensando que se va a morir la otra persona.

Lo segundo es reevaluar la relación con la persona que nos provoca el resentimiento. Para eso, piense en alguien que le haya decepcionado, o alguien con quien siente que tiene o ha tenido algo pendiente. Puede ser una situación presente o pasada. Puede notar la herida abierta, y el ejercicio será un posible comienzo de sanación, o puede ser una herida cerrada, y le servirá para practicar la técnica. 

Curar el resentimiento en defensa propia. Curar el resentimiento en defensa propia.

Curar el resentimiento en defensa propia. / M.G.

¿Tiene ya a esa persona en la cabeza? ¿Qué rol desempeña o desempeñaba en su vida? Apúntelo: amigo, amiga, madre, padre, hijo, alumna, vecina, colega… 

Ahora olvídese de esa persona, y céntrese en el rol, en lo que usted esperaba de ese rol. Pongamos, a modo de ejemplo, que es una amiga. Piense y conteste: ¿qué cualidades son, según usted, las que definen a una amiga ideal? Haga un listado con al menos diez cualidades del ideal de amiga en su opinión. Puede que le salgan cosas como: confidente, divertida, asequible, sensible, buena escuchadora, comprensiva… Apunte las cualidades ideales, según usted, del rol que esté evaluando. Lo que está escribiendo son sus creencias, y también sus expectativas, que es lo que sin demasiada conciencia exige a quienes desempeñan ese rol en su vida.

A continuación, dele a cada cualidad el máximo valor posible, un 10, porque se trata de su ideal. Es decir, su ideal de amiga, o del rol que usted haya elegido, es un 10 en todo eso que ha escrito. Así que, si ha llegado a diez cualidades su ideal tendrá un 100.

Y entonces sí, ahora centre su recuerdo en el momento de la ruptura de expectativas con esa persona. Del 1 al 10, ¿cuánto fue de confidente?, ¿cuánto de divertido o divertida?, ¿cuánto de asequible?... Valore cada cualidad de su ideal, pero personalizando con esa persona, y sume.

¿Es mucha la diferencia entre el 100 del ideal y la suma del real? Porque justo esa diferencia indica el tamaño de su resentimiento, y posiblemente, el nivel de su dolor.

Curar el resentimiento en defensa propia. Curar el resentimiento en defensa propia.

Curar el resentimiento en defensa propia. / M.G.

Quizás ahora comprenda mejor por qué se siente tan mal o, si la diferencia es pequeña, por qué contra todo pronóstico no le ha afectado tanto la situación. Pero, sobre todo, podrá ver qué cualidades se han mantenido más o menos intactas, y aprovecharlas para apoyarse en ellas si quiere recuperar la relación con esa persona. Y también podrá ver qué cualidades son las más dañadas, y así ser más eficaz comunicándole a la otra persona por qué se siente mal y qué necesita. 

¿Se enfada usted por algo que esperaba de otra persona y que a lo mejor la otra persona ni siquiera sabía que lo estaba esperando? ¿Qué puede hacer? Pues eso. 

Por cierto, que cuando las expectativas que se rompen no son las que depositamos en otras personas, sino las que tenemos de nosotros o nosotras mismas, ahí también nos generamos una carga emocional muy peligrosa: la culpa. Pero esa, como escribiría Michael Ende, “esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión”.

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