Icónica Sevilla Fest

Deep Purple: lo mejor fue McBride

  • Los momentos más brillantes del concierto llegaron con las canciones de menos fama de la legendaria banda

Deep Purple en la Plaza de España

Deep Purple en la Plaza de España / Juan Carlos Vázquez

Iba yo anoche con bastantes reservas hacia la Plaza de España, para asistir al concierto de Deep Purple en el Icónica Sevilla Fest. Y llevaba esas prevenciones porque las noticias que durante el día me habían estado llegando del concierto en el Anfiteatro Romano de Mérida la noche anterior estaban llenas de claroscuros. Claro, que en realidad achaqué las quejas a las normas que había impuesto el Consorcio de la Ciudad Monumental sobre las restricciones de alcohol y en las barras solo había agua y refrescos, algo que va en contra de la filosofía de cualquier viejo rockero. Aquí no íbamos a tener ese problema, así que con la primera cerveza de las previas decidí dejar de hacerle caso a mi cabeza iconoclasta y rendir pleitesía a mi corazón mitómano y unirme definitivamente a los 6.700 espectadores contagiados de la fiebre de emoción que flotaba en el aire.

Marte, dios de la guerra, nos saludó desde los enormes altavoces que escupían la Suite de los Planetas de Gustav Holst como introducción a la música que tres generaciones de fanáticos de la banda esperábamos disfrutar sin necesidad de fuegos artificiales ni pirotecnia visual de ninguna clase; solo queríamos que cuatro tipos ya entrados en años y otro de mediana edad dejasen sobre el escenario desde el corazón hasta las tripas. La batería de Ian Paice fue la primera en irrumpir, se le asoció el bajo de Roger Glover, y una nota mantenida por el teclado de Don Airey; unos segundos después escuchamos el primer riff de la guitarra de Simon McBride y entre los cuatro mantuvieron un ritmo motorik muy apropiado para que la estrella de la autopista la enfilase a toda velocidad.

Deep Purple Deep Purple

Deep Purple / Juan Carlos Vázquez

En el repertorio que están tocando en esta gira destacan las canciones de su disco Machine Head y uno se preguntaría por qué precisamente ese; la respuesta objetiva es porque cumple 50 años y eso hay que celebrarlo a lo grande, pero la respuesta subjetiva que me doy es que tiene las canciones que mejor se sabe la gente que va a verlos y varios miles de gargantas cantando los estribillos de Highway star y Smoke on the water ayudan a que pasen más desapercibidas las carencias de la voz de 77 años de Ian Gillan, aunque en realidad no hubiese sido necesario porque, al contrario que los videos de sus últimos conciertos en Alemania, Francia y Finlandia muestran, aquí cantó por encima de sus posibilidades actuales; se nota que el mes y medio de vacaciones en las playas del Algarve entre esos conciertos y este le han sentado de maravilla. Aunque al principio, todavía frío, cuando los platillos de la batería de Paice le dieron la entrada y comenzó con las míticas líneas de nooobody gonna take my car I'm gonna race it to the groooound nos dimos cuenta de que la canción podía con el cantante, en lugar de lo contrario, que hubiese sido lo deseado. Hace muy poco escribí en la crónica de otro concierto que la evocación venció a la emoción y esas palabras se me vinieron de nuevo a la mente con Ian Gillan. En cuanto comenzaron con Pictures of Home, la canción siguiente, vimos que quien realmente nos iba a alegrar la noche era el recién llegado, McBride, un guitarrista irlandés de blues rock al que se le notaba que está acostumbrado a desayunar lo mismo que se metía Rory Gallagher. En el tramo final instrumental también se lucieron Airey y Glover; el primero, mostrándose como digno sucesor de Jon Lord, manteniendo el papel central que los teclados han jugado siempre en la música de Deep Purple, dejando un buen solo que fue el antecedente de lo que haría más tarde, mientras los demás tomaban fuerzas para la recta final y él llenaba de magia la atmósfera de la plaza con notas enseguida reconocibles entre interludios de influencia barroca, que tan bien se llevan con el carácter sevillano. El segundo, cerrando el tema con unas líneas de bajo mucho más potentes que las del solo que se marcó en su momento de gloria, ya en los bises, uniendo Hush con Black Night; igual tenía razón el primero que dijo aquello de lo bueno, si breve…

Hablando de momentos de gloria; quizás lo normal es que McBride hubiese permanecido con su guitarra allá atrás, sin hacerle sombra a las estrellas, limitándose a su papel de repuesto en una banda tan icónica. Pero el tío se adueñaba del centro del escenario, como si fuese el miembro más antiguo y venerado de la banda y, en una actuación realmente virtuosa, nos dejó unos solos de guitarra para el recuerdo. No tanto en No Need to Shout, la tercera de las canciones, pero desde el inicio de Nothing at All sus fraseos la convirtieron en una maravilla digna de aquello que Gillan me confesó en la reciente entrevista que le hice sobre que esta era la mejor canción que había compuesto en su vida. La rendición del cantante a su obra más bella, unida al ritmo de interpretación más bajo que esta requería, hizo que por fin vislumbrásemos al gran intérprete que recordábamos y rozó la perfección. Este era el Gillan constante y mesurado que necesitábamos; para ancianos enérgicos y saltarines ya tenemos a Mick Jagger y Steven Tyler, no necesitamos más.

¿He dicho ya que McBride fue lo mejor de la noche? Pues déjenme que lo repita, porque la intro que hizo él solito para Uncommon man justificó por sí sola la inversión realizada en la compra de la entrada al concierto. Los versos finales de la canción, es bueno ser el rey, repetidos una y otra vez por Gilan, definían perfectamente en lo que el guitarrista se había convertido esta noche. Luego, un largo tramo instrumental que nos llevó al Made in Japan nos devolvió a los Purple de los 70 y desembocó en Lazy, antes de volver a tener al mejor Gillan -no sé de qué se quejan los ricos, dijo, cuando otros tienen motivos reales para llorar- luciéndose en When a Blind Man Cries, una poderosa balada, que en varios momentos nos recordó a Child in Time, una de las canciones que más echamos ayer de menos. Con Anya ya nos convencimos del todo de que los mejores momentos del concierto fueron los propiciados por las canciones de menos fama, en las que Gillan más cariño ponía, aunque todos anhelábamos los sonidos que más hemos amado, con los que aullábamos al escucharlos, y nos sentíamos un poco traidores a nuestros recuerdos por pensar eso.

Deep Purple Deep Purple

Deep Purple / Juan Carlos Vázquez

Cuando Airey dejó de atronar con los sonidos raros que extraía de sus teclados para convertirlos en un riff reconocible, comenzó Perfect Strangers y tuvimos el mejor trabajo en equipo de los hombres de las cuerdas; Glover y McBride se divertían en el escenario, se reían uno del otro, se deleitaban con su facilidad para la improvisación. El bajo de Glover atravesó la mezcla como un cuchillo, y no era fácil conseguir esta aura envolvente alrededor de los atronadores golpes de Paice. Pero consiguieron el punto justo para la vuelta a la nostalgia con Space Truckin’ y Smoke on the Water y de nuevo estaba allí McBride. La forma en que sus manos pasaron por el diapasón y torció las cuerdas anoche fue ciertamente única, clavando las secciones de guitarra de canciones que han definido a muchas generaciones con el mayor gusto y confianza. Tras esa pareja de ases llegó el primer adiós. Pero todavía quedaba otro cuarto de hora largo que ocuparon con Hush y Black Night, unos bises sólidos para la despedida definitiva.

Deep Purple mostró desde el principio el estilo que los distinguió de otras bandas como Led Zeppelin y Black Sabbath; jugó con la velocidad y el virtuosismo del bebop, con el poder y la pasión del rock y le añadió motivos clásicos sin ironía alguna; bordeó a veces el rock progresivo en el gran alcance de su visión musical, evitando los clichés del heavy metal. Nos deparó un tiempo de catarsis que analizando el concierto más como crítico que como aficionado, con todos los hándicaps que da el paso de los años y la merma de facultades interpretativas, me dice que no les dé más allá de un 6 o 7 sobre 10… pero, ¡qué cojones!, les doy un 11 y que me quiten lo bailao.

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