Cultura

El retorno de Sokolov

  • Tras 20 años de silencio, Grigori Sokolov (San Petersburgo, 1950) vuelve al mundo del disco con la edición de un recital salzburgués de 2008.

The Salzburg Recital. Grigori Sokolov, piano. 2 CD Deutsche Gramophon (Universal).

Grigori Sokolov (San Petersburgo, entonces Leningrado, 1950) acaba de pasar por España (Bilbao, Madrid, Barcelona) elevando la hipérbole a lugar común en el periodismo musical del país. Esta vez no ha llegado al sur, pero en Sevilla se lo conoce bien, pues ofreció conciertos en el Teatro de la Maestranza en 1995, 1997, 2002 y 2008. La personalidad del pianista ruso no deja por supuesto indiferente a nadie, aunque en este caso no puede aplicársele aquel tópico de "se lo ama o se lo odia", pues en torno a su figura musical parece existir un consenso generalizado: es grande, uno de los más grandes. Todo el mundo ama a Sokolov.

Ganador sorprendente del Concurso Chaikovski de Moscú con sólo 16 años, a Sokolov le pasó lo que a tantos talentos surgidos al otro lado del telón de acero, que tardó en ser conocido en Occidente, pero cuando en los años 80 su imponente figura empezó a hacerse habitual en las salas de concierto, su nombre se hizo sinónimo de acontecimiento. Y con su nombre todo su minucioso ritual en torno al acto de hacer música. Porque Sokolov es de los que conciben su arte como una especie de sacerdocio laico.

El trabajo diario ante el piano supera con facilidad las ocho o nueve horas, pero la obsesión por la perfección se exacerba cuando el pianista llega al auditorio en el que ofrecerá su actuación y se pasa horas revisando cada elemento del mecanismo del instrumento que ponen a su disposición, en una especie de exploración, que tiene casi más de espiritual que de mecánica, por conocer exactamente el tipo de sonido que podrá manejar a la hora del concierto. Llegado éste, el teatro se convierte en templo. Apagada luz cenital sobre el piano en medio de la oscuridad total del resto de la sala. Pasos medidos en un estado casi de inconsciencia, como si nadie lo observara. Sobriedad absoluta a la hora de los saludos. Reducción al mínimo posible de los aplausos entre las obras, siendo habitual que toque las de un mismo compositor sin solución de continuidad, como si una interrupción en ese momento fuera pecaminosa.

Sí, Grigori Sokolov cumple con todos los requisitos tópicos del músico a la vez genial, huraño y extravagante, ese que vive en una especie de mundo paralelo, trascendente, en contacto directo con el Arte, que sólo en determinadas ocasiones tiene a bien compartir con nosotros, los mortales. Por eso evita la contaminación que puede suponer una orquesta, y no toca nunca con ellas. Por eso no concede entrevistas. Por eso no pisa estudios de grabación casi desde el inicio de su carrera. Por eso, ha estado casi dos décadas sin permitir la publicación de nuevos registros sonoros de su trabajo.

Este dibujo es por supuesto el del tópico, en gran medida falso e injusto, como los de todos los tópicos. El respeto absoluto de Sokolov por los oyentes tiene que ver con su extenuante dedicación a la música y a los medios para su reproducción, acaso para su propia tranquilidad de espíritu, sí, pero además para ofrecerla en las mejores condiciones posibles, lo que también lo lleva a concentrarse por amplios períodos de tiempo en unas obras concretas, que son las que toca en sus conciertos durante meses, siempre las mismas (entre enero y agosto de 2015 son la Partitanº1 de Bach, la Sonata Op.10 nº3 de Beethoven y la Sonata D 784 y los Seis momentos musicales de Schubert). Luego están las propinas, claro, que regala con absoluta generosidad (cinco o seis por concierto), recompensa por la participación en la liturgia.

En los últimos meses, Sémele ha distribuido en España una serie de álbumes editados por el sello ruso Melodiya, marca que ha publicado incluso sus grabaciones de los Conciertos para piano nº2 de Saint-Saëns y nº1 de Chaikovski que le valieron el triunfo en aquel lejano Concurso de 1966 y registró en estudio a las pocas semanas. Esos discos incluían también unas Goldberg (Bach ha sido siempre especialidad de la casa) y obras variadas de Schumann, Schubert, Chopin, Scriabin, Prokofiev, Beethoven, Stravinski, por supuesto grabadas en vivo antes de 1996, el año en que Opus 111 había publicado su último registro autorizado con sonatas de Schubert (grabadas cuatro años antes, que superar el filtro de calidad del pianista ruso lleva su tiempo). Coincidió la salida al mercado de esos registros con la noticia de que Deutsche Grammophon había logrado convencer a Sokolov para publicar alguno de sus recitales, y la marca alemana acaba de editar en un doble CD el primero de ellos, en concreto el que ofreció en Salzburgo el 30 de julio de 2008. El programa era el mismo que el 17 de febrero de aquel mismo año brindó al público del Maestranza: las Sonatas KV 280 y KV 332 de Mozart y los 24 preludios Op.28 de Chopin. En las propinas, que también se incluyen, la hemorragia habitual: los dos Poèmes op.69 de Scriabin, las Mazurkas op.68 nº2 y op.63 nº3 de Chopin, Les sauvages de Rameau (Sokolov es también uno de los pocos grandes pianistas que toca sin complejos música de los clavecinistas franceses e incluso de William Byrd) y el coral BWV 639 de Bach.

En la música no hay grandes verdades absolutas. Las cosas pueden ser dichas de muchas formas diferentes y en todas pueden quedar atrapadas, en distintos niveles, la belleza y la emoción. El Mozart de Sokolov es límpido, cristalino y luminoso sin dejar de ser dramático, aunque puede que alguien eche en falta una más amplia gama dinámica. Su Chopin, romántico por ardoroso, pero de exquisito trazo clásico (¡qué mano izquierda para el acompañamiento!), está también lleno de pequeñas sorpresas por la forma de llevar el fraseo o enfatizar aquí y allá pequeños detalles disonantes. Han pasado 20 años, pero Sokolov ha vuelto al disco. Y la espera ha valido la pena.

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