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Jerusalén elige alcalde en una encrucijada política y económica

  • La tensión entre laicos y religiosos, el proceso de paz en Oriente Próximo y la lucha contra la pobreza centran las elecciones municipales de la Ciudad Santa

La lucha contra la pobreza y la tensión entre laicos y religiosos centraron las elecciones locales en Jerusalén, que se celebraron ayer bajo la incertidumbre sobre su eventual división en un acuerdo de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

Gobernada desde hace cinco años por un alcalde ultraortodoxo, Uri Lupoliansky, la ciudad tres veces santa afronta serios problemas socioeconómicos, que van desde la pauperización de sus 751.900 habitantes a las eternas luchas por su carácter religioso.

Informes estadísticos apuntan que Jerusalén, la ciudad más grande de Israel y desde 1949 su capital no reconocida por la comunidad internacional, es a la vez la más pobre.

Sus arcas se habrían colapsado hace años si no fuera por la presencia de las principales instituciones del Gobierno y la variedad de lugares sagrados en su jurisdicción, que generan una inyección de capital permanente en programas de desarrollo urbanístico.

"Jerusalén necesita una inyección urgente de capital inversionista... (pero) para crear puestos de trabajo", afirma el ex empresario Nir Barkat, principal favorito en los sondeos y quien promete aprovechar sus relaciones con el mundo financiero para desarrollar la alicaída industria de la Ciudad Santa.

Barkat, así como el multimillonario de origen ruso Arkady Gaidamak, tercero en los sondeos, aseguraron en su campaña que convertirán a Jerusalén en un vergel mediante leyes destinadas a fomentar la inversión y a devolver a la clase media progresista que huyó a Tel Aviv .

Frente a ellos, el candidato de la comunidad ultraortodoxa, Meir Porush, segundo favorito y que representa la continuidad.

Las campañas de los principales candidatos se orientan principalmente a la población judía, porque anteriores elecciones muestran que el 95% de la palestina no ejercerán su derecho a voto.

Las boicotean para evitar un reconocimiento implícito de la soberanía israelí en la zona este, ocupada en 1967 y que la ANP reclama como capital de un futuro estado independiente.

La Autoridad Nacional Palestina incluso advierte de castigos a aquellos palestinos que acudan a las urnas israelíes, porque "Jerusalén no es un problema municipal, sino político", según Rafik Husseini, jefe de gabinete del presidente, Mahmud Abbas.

El futuro de Jerusalén es uno de los asuntos cruciales y más problemáticos del proceso de paz de Annápolis, en el que israelíes y palestinos tratan de resolver desde noviembre de 2007 el conflicto que les enfrenta.

Abbas aseguró recientemente que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, le ha prometido en las negociaciones la "mayoría" de los barrios palestinos, una promesa de división que los tres candidatos a las municipales del martes se niegan a aceptar porque de hacerlo cometerían un suicidio político.

"Si la parte este de la ciudad se convierte alguna vez en parte de un Estado palestino, no será por voluntad de sus habitantes judíos o de sus líderes municipales", publicó recientemente el diario The Jerusalem Post.

Hasta que eso sea una realidad, el precio lo seguirán pagando los vecinos palestinos, que sin representación en las instancias municipales difícilmente pueden influir, por ejemplo, en el reparto de los presupuestos.

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