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Turquía despierta del letargo

  • Los manifestantes claman contra el estilo poco dialogante de Erdogan y unas reformas de corte islamista dictadas por sus pautas culturales

Las acciones de protesta que arrancaron hace diez días para salvar un céntrico parque en Estambul de la reconversión urbanística ha mutado en un movimiento social que ha despertado a numerosos sectores de la sociedad turca, principalmente jóvenes pero incluso personas con punto de vista políticos claramente opuestos.

Se trata de manifestaciones de organización espontánea, sin un comité central, sin figuras líder y sin dirigentes, y desde luego sin un rol decisivo del opositor Partido Republicano del Pueblo, al que el primer ministro Recep Tayyip Erdogan acusó de dirigir las marchas para vengar su derrota en las urnas. Gracias a las donaciones de los ciudadanos que les visitan han instalado una biblioteca, una cantina que reparte bebidas, un centro de información....

La dura represión policial, justificada en parte por el propio Erdogan, ha desembocado en violentos disturbios que se han trasladado a las principales ciudades del país dejando hasta el momento tres muertos, cientos de heridos y más de cuatro mil detenidos. La ira se ha expandido por todo el mapa sólo gracias a las redes sociales en internet, ya que la prensa turca al comienzo apenas informó sobre los incidentes.

Las protestas son una reacción contra el estilo de Gobierno poco dialogante del primer ministro y unas reformas de corte islamista que la clase media laica siente como un recorte de sus libertades. La ocupación de la plaza Taksim marca un antes y un después en su carrera.

Desde 2011, Erdogan ha optado por hacerlo todo y se ha dedicado a una frustrante microgestión de los estilos de vida de los ciudadanos y a dictar las pautas culturales. La polarización, que ya estaba ahí, alcanzó su máximo y ha producido un efecto indeseado.

El primer ministro ha impulsado en solitario, sin consultar ni a la oposición ni a la población una serie de decisiones que han sido la gota que colmó la paciencia de muchos turcos laicos. Un puente en Estambul ha sido bautizado en honor a un sultán otomano, responsable de masacres contra la minoría aleví; mientras que una reciente ley restringe los horarios para consumir alcohol. El episodio que hizo estallar la ira fue el desalojo forzoso de una acampada pacífica en defensa del parque Gezi, un oasis verde cercano a la plaza Taksim.

Dentro sus propias filas, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), ha emergido la obediencia incondicional hacia su figura. La mayoría de los políticos se sienten demasiado intimidados para negociar, cuestionar o plantar cara al voluntarioso jefe del Gobierno. Estos elementos han llevado al mandatario a perder el contacto con la realidad. Los acontecimientos demuestran que la protesta gira en torno a él y no tanto en torno al movimiento que lidera.

Lejos de calmar los ánimos de una Turquía consternada por las mayores manifestaciones en una década, Erdogan está causando más malestar al no reconocer error alguno en su gestión. Tras varios días de gira por el Magreb, vinculó el movimiento ciudadano contra el proyecto con elementos terroristas de la ultraizquierda turca. "Por menos de 15 árboles se han perdido tres vidas", lamentó el primer ministro.

Para muchos, estas respuestas reflejan algo que sus críticos siempre afean al primer ministro: falta de diálogo y escaso interés en buscar un consenso sobre cuestiones sensibles. Incluso el presidente del país, Abdullag Gül, subrayó que la democracia es mucho más que ganar las elecciones y defendió que hay que ser más sensible a las demandas de la ciudadanía.

La pregunta que se hacen muchos en Turquía es: ¿Entenderá Erdogan el mensaje lanzado por el pueblo o seguirá adelante con su talante desafiante? Lo último causará más protestas y más violencia.

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