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"Ahora vamos de ateos del amor, pero no dejamos de sufrir por él"

  • Isaac Rosa regresa con 'Feliz final', una novela en la que disecciona la erosión de una pareja y se pregunta si "lo mal que nos queremos" se debe, precisamente, a la "mala vida que llevamos"

Isaac Rosa (Sevilla, 1974), en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla.

Isaac Rosa (Sevilla, 1974), en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla. / josé ángel garcía

"Nosotros íbamos a envejecer juntos". ¿Quién, al cabo de una ruptura amorosa, no se ha repetido ese mantra con perplejidad? O estos otros: ¿cómo, cuándo, por qué empezó a torcerse todo? Esto mismo se preguntan incansablemente, con dolor, lucidez y rabia, las dos voces que se alternan, se cruzan y se funden, a veces sin escucharse mutuamente, otras haciéndolo pero sólo para poder señalar con fiereza las contradicciones de la otra parte, en las páginas de Feliz final (Seix Barral) la nueva novela de Isaac Rosa (Sevilla, 1974).

"Esta novela se mueve mucho más que las anteriores en el terreno de los sentimientos, pero surgió del mismo impulso"; impulso que se manifestó como una interrogación: "¿por qué nos queremos tan mal?", explica el autor, que tras una larga etapa en Madrid ha vuelto a vivir en su ciudad. "Por un lado, tiene que ver conmigo mismo, con mi lugar en el mundo y con la gente que me rodea; sin ser una autoficción ni estar yo contando ahí mi vida, tiene mucho de mi propia vivencia personal-amorosa. Por otro lado, tenía la intuición, y pude confirmarla, de que en mi entorno había un cierto malestar amoroso. Seguramente la novela tiene un enfoque generacional, creo que inevitable: a esta edad, todos tenemos hijos o vivimos emparejados o hemos pasado por alguna separación... Estamos en la famosa y temida pero también deseada crisis de la mediana edad, en la que nos vamos a pasar ya toda la vida", dice -riendo al menos- el autor de El vano ayer, el libro con el que propinó su gran aldabonazo en las letras españolas.

Sucede además con las rupturas que hay que echar cuentas muy difíciles. El piso, para quién. El préstamo familiar que aún no se ha devuelto. O los niños: con quién se quedan, cuánto dinero se les pasa. Al fracaso del proyecto de vida común se suman, para enturbiar y añadir dolor suplementario al dolor inevitable, las "condiciones materiales". "Es un factor tan evidente que a veces ni hablamos de ello", dice Rosa. "Y no todos tenemos presupuesto para separarnos bien", sonríe el novelista. "Por eso -continúa- yo quería también hablar del malestar social. ¿Cuánto de ese malestar social que vivimos se infiltra en nuestras relaciones?". La multitud de posibles respuestas a la sospecha del autor de que "lo mal que nos queremos" está radicalmente ligado a "la mala vida que llevamos", las van sugiriendo esas dos voces que sostienen la novela. Si "ella lo analiza desde un punto de vista más psicológico, más interno, más de es un problema nuestro, eres tú, soy yo"; él, en cambio, tiende a pensarlo "en clave de no soy yo, son mis circunstancias; es decir, pone el foco en esta vida acelerada, cansada, agobiada y precaria, en esta cuesta abajo que dura años".

Sus voces, además, inician el relato por el final, una vez certificada la ruptura y desatado el chaparrón del reparto de culpas, reproches y expectativas traicionadas. El "reto" o la "ambición literaria" esta vez era contar una historia de amor evitando "la inercia"; es decir, contarla "de una manera que provocara en el lector otra forma de relacionarse con este tema, más aún siendo como es el gran tema universal de la literatura o el cine". Por eso le interesó que el comienzo fuera el epílogo, como quien "remonta un río desde la desembocadura para ver su nacimiento", o como una cata arqueológica: "lo primero que te encuentras es lo último, y a partir de ahí vas levantando y separando capas".

Y eso hacen sus dos amantes vencidos, "y ya que sea el lector el que decida", dice el escritor sevillano, "pero mi conclusión es que la respuesta no está, como podría pensarse, en el término medio, sino más bien en la falta de separación que se da ya entre un ámbito y otro". "Ya no podemos hablar de yo o de mis circunstancias. La lógica económica del sistema se nos ha colado dentro, incluso en las cosas más íntimas", añade.

¿Cabe, pues, hablar de un amor específico de los tiempos del ultracapitalismo über alles? ¿Nos queremos peor ahora, o acaso lo hacemos tan mal y torpemente como siempre? Isaac Rosa cree que sí hay un "cariz diferente". "Solemos pensar ilusoriamente que existió una edad de oro en la que todo iba bien y luego se jodió todo. Eso, por supuesto, es engañoso siempre. Pero reconociendo que siempre ha habido sufrimiento amoroso, creo también sin embargo que este dolor se manifiesta ahora de otra forma. Hoy tenemos con el amor una relación muy distanciada, incluso cínica. A estas alturas todos venimos a reconocer que el amor es una especie de invento, una construcción cultural, una creación de Hollywood. O sea, que ahora nos decimos descreídos, vamos todos de ateos del amor, pero a la vez no dejamos de esperarlo y de sufrir por él porque no llega o bien porque se acaba. Así que todos vamos a las relaciones diciéndonos que el amor es eterno mientras dure y todo esas cosas que decimos en plan estamos de vuelta de todo, pero en el fondo somos incapaces de dejar de creer que el amor nos va a curar de tanta incertidumbre, o que nos va a salvar de esta intemperie en la que vivimos, y eso hace más profundas aún las decepciones y la sensación de fracaso".

Admite el autor de Feliz final que, "obviamente, el capitalismo no tiene la culpa de que nos separemos". "El tema es demasiado complejo como para encontrar respuestas, y además tan fáciles", añade. Dicho eso, es incuestionable para él que el capitalismo -ya no como sistema económico o doctrina ideológica, sino "como cultura"- moldea inexorablemente nuestras relaciones con los demás. "El sistema no sólo nos afecta en forma de precariedad o submileurismo. La ansiedad, la aceleración, la obsolescencia, la insatisfacción y la decepción permanente que lleva a la búsqueda de novedad y recambio, todo eso, junto con la nostalgia, que no en vano es un sentimiento muy de nuestro tiempo, está muy presente en nuestras relaciones, y no deja de ser fruto del hecho de vivir siguiendo una lógica que es, en su raíz, puramente económica".

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