Andrés Cárdenas, periodista y escritor

“Si un vecino enviudaba, las vecinas se turnaban para hacerle la comida”

  • El escritor y periodista vuelve a las librerías con ‘Noviembre, dichoso mes’, una obra de “autoficción” en la que con humor y ternura repasa la infancia en su Bailén natal

“Si un vecino enviudaba, las vecinas se turnaban para hacerle la comida”

“Si un vecino enviudaba, las vecinas se turnaban para hacerle la comida”

Andrés Cárdenas (Bailén, 1954) es un referente para generaciones de periodistas. Su personal estilo,preciso, ameno y con su inconfundible toque humorístico, ha atrapado a generaciones de lectores. Pero no sólo ha lograrse hacerse con un número notable de seguidores y amigos gracias a los textos que empezó a publicar en prensa diaria desde que comenzó escribir siendo apenas un adolescente hasta su últimas entrevistas y artículos publicados en Grupo Joly, también con sus libros.

Como escritor, ha firmado varios libros de viajes, como Carriles de silencio, Crónicas de San Apolón, Tu tierra, tu gente y Crónicas de La Alpujarra. Como novelista, ha publicado El extraño caso de la leche en polvo y La vidente ciega, así como de las novelas de ambientación histórica El cántaro roto y Luna de Octubre. Igualmente es autor de los ensayos Dejaos de pollas, vayamos a pollas y Nuevo tratado sobre la malafollá granaína. Ahora regresa a las librerías con una obra de “autoficción”: Noviembre, dichoso mes, publicada en Talón de Aquiles.

–La novela comienza con su madre despiojándolo pero contándole cuentos para entretenerlo. ¿Es la imagen de una infancia humilde pero feliz?

–Bueno, esa puede ser una estampa de una infancia sin demasiados problemas. Pero hay más: los juegos en la calle con los amigos, las meriendas del pan con aceite, los paseos agarrado a la mano de tu padre, los panecillos en el potaje que ponía tu madre…

-¿A ella le debe el amor por contar historias?

-Sí. Ella no sabía leer ni escribir, pero contaba unas historias maravillosas que seguramente se las había oído a su madre o a su abuela. Tenía una voz dulce y sosegada que me dejaba extasiado. Así me quedaba quieto y ella podía quitarme mejor los piojos.

–¿Hay conceptos que parecen nuevos, por ejemplo el de sororidad, aunque en realidad las vecinas siempre se han ayudado entre ellas, como Trinidaica cuidaba de usted sin contraprestación económica cuando su madre se iba al mercado de abastos?

–Efectivamente. Aquella era una sociedad más solidaria y genuina, seguramente porque muchos habían pasado por una guerra civil y sabían a lo que podía llegar un enfrentamiento entre vecinos. Me acuerdo de que, por ejemplo, si un vecino se quedaba viudo, las vecinas de la calle se turnaban para hacerle la comida durante un tiempo. Además, estaba muy en boga el trueque, tú me das patatas porque la has sembrado y yo te doy harina, por ejemplo, porque tengo un haza de trigo.

–¿Volver a recordar la infancia es señal de que uno se hace mayor?

–Yo creo que cuando más viejo te vas haciendo más ganas te dan de hacer balance de tu vida. Si recuerdas la infancia, la vives otra vez, que es lo que me ha pasado escribiendo el libro.

–En algunos aspectos puede evocar a El camino, de Delibes. ¿Por qué las novelas y las películas en las que se recrea la infancia de sus autores es una constante? ¿Hay alguna que le haya servido de inspiración especialmente?

–He leído algunas novelas de autoficción y una que me ha gustado mucho es Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt.

–¿Cree que se volverán a vivir tiempos de necesidades como los que se atravesaron en la posguerra?

–Ojalá que no, pero a veces pienso que estamos de nuevo muy predispuestos a las dos Españas. Veo otra vez el egoísmo personal y la hipocresía reinando en el ambiente general. De todas maneras también creo que no seremos capaces de iniciar otro conflicto como aquel. Confío en la cordura de mis semejantes.

Noviembre, dichoso mes también es la historia de un niño que se acerca a la muerte a través de los ojos de su padre, funerario de profesión. Pero es una mirada que resta al fin su tinte trágico, tierna y con su habitual humor. ¿Está la sociedad actual menos preparada para la muerte?

–Antes la muerte era más natural. A los niños nos llevaban a ver al abuelo que se estaba muriendo a darle el último adiós. Hoy no queremos que los niños vean moribundos no vaya a ser que se traumaticen los pobres. Y la gente se comporta como si fuera a vivir siempre. Lo estamos viviendo con esta epidemia, que nos tiene acojonados. Y como he dicho alguna vez, ese miedo desmesurado a la muerte nos pasará factura.

"La gente se comporta como si fuera a vivir siempre. Lo estamos viendo con la epidemia”

–Es una obra de “autoficción”. ¿Qué parte es ficción y qué parte realidad?

–Si hubiese que dar un porcentaje diría que el 80 por ciento es realidad y el 20 por ciento restante es ficción. He cambiado alguna situación y algunos personajes por motivos puramente literarios.

–¿Es cierto que tenía más ganas de ver a la cigüeña en su casa que a su nuevo hermano?

–Sí, jajajaja. Estaba obsesionado con ver una cigüeña llevando a un niño. Mi hermano que ha leído la novela y nunca se lo había contado me ha retirado la palabra. No, es una broma. Mi hermano es una de las personas más importantes en mi vida.

–Como escritor, ¿qué le tira más el humor o la ternura?

–Las dos cosas. Al cincuenta por ciento. Si escribes algo con humor y ternura, has triunfado.

–¿Y cómo periodista?

–Como periodista me debería tirar más la realidad, lo que pasa es que a veces no me gusta y recurro a los sueños o a los recuerdos para solucionarlo.

–¿Cómo ve el presente y el futuro de la profesión que tantos años ha ejercido?

–El presente es malo y el futuro no lo sé. Lo que pienso es que la profesión periodística ha perdido gran parte de su efectividad. Las nuevas tecnologías permiten que se estén dando miles de noticias constantemente, muchas de ellas sin contrastar si quiera por personas que no son periodistas. Nuestra profesión cada vez goza de un menor crédito social y de un mayor desprecio por parte de las empresas de comunicación. Esta profesión necesita recuperar su función social.

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