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Arrastrados por la imaginación de La Fura

Programa. 'Carmina Burana', de Carl Orff. Dirección de escena y escenografía: Carlus Padrissa. Dirección Musical: Manuel Hernández Silva. Solistas: Beatriz Díaz (soprano), Xavier Sabata (contratenor), Toni Marsol (barítono), Luca Espinosa (actriz). Orquesta: Orquesta Joven de Andalucía: Coros: Coro de RTVE, Coro de la Orquesta Ciudad de Granada, Coro Joven de Andalucía, Coral Polifónica de la Basílica de San Juan de Dios, Coro Manuel de Falla de la Universidad de Granada. Coordinador: Juan Ignacio Rodrigo. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 10 julio de 2014. Aforo: Lleno total.

La Fura dels Baus cerró con su espectacular versión escénica de Carmina Burana, apoyada en una sobresaliente realidad musical -orquestal y coral- la 63 edición del Festival, tras tres años de triunfos en gran parte de España y Europa, desde que Carlus Padrissa y el Orfeón Pamplonés uniesen criterios, contándose por éxitos sus actuaciones en San Petersburgo, Italia, con la dirección musical de Zubin Mehta; Festival de Canarias, Gijón y el pasado mes de febrero en Almería. El recorrido por tantos lugares no le restaba el sello de acontecimiento a la clausura, como no se lo restó el pasado año a su lésbico Orfeo y Eurídice que nos llegó tras una larga historia de éxitos.

Es la primera vez que la conocida obra de Carl Orff se lleva a la escena, cosa que ningún aficionado puede perderse. Aunque más que montar un espacio teatral, lo que hace Padrissa es recrear en imágenes, vivas o utilizando proyecciones sobre el cilindro que rodea a la orquesta, lo que sugiere la música a la que le respeta el primerísimo plano que tiene por sí misma. Es muy sobria esa escenificación, limitada a las proyecciones y al deambular de los solistas y solistinas -bailarinas del conservatorio de Danza de Granada-, por el escenario, moviéndose por el patio de butacas o sumergidos en un fanal lleno de agua que se convierte en vino que el solista derrama en la bacanal báquica, salpicando incluso al público. O bien subiendo sobre brazos mecánicos a los cantantes para desde arriba, reclinados o flotando sobre el público, expresar en sus estrofas y sus voces lo que dicen estos cantos goliárdicos que no encuentran traducción en los programas de mano que se ofrecen, aunque sí están en la página web del Festival, cosa que no todos tienen la posibilidad o el tiempo necesario para acceder a ella.

De todas formas, desde el O fortuna con el que se inicia y concluye esta cantata profana, pueden atisbarse el retablo de pasiones, vicios, inclinaciones, sensualidad y amores que si bien tiene un origen medieval, Padrissa convierte en un retablo vivo, repleto de sugerencias, recreaciones estéticas subyugantes en muchas ocasiones, que pueden asociarse a cualquier situación en tiempo indefinido.

Carmina Burana es justo recordar -por su reciente fallecimiento- que musicalmente fue Rafael Frühbeck de Burgos quien la presentó en Granada, en julio de 1963, con la Orquesta Nacional y la Coral de Dusseldorf, con cerca de 200 integrantes, amén de un selecto grupo de solistas. Actuaciones que el mismo director ha ofrecido con otras orquestas y coros en otras ediciones, por ejemplo, la última el 3 de julio de 1995, con el New London Concert -que interpretó previamente ocho canciones del manuscrito original-, la Rundfunk Sinfonie Orchestra Berlin, el Orfeón Donostiarra y otro selecto grupo de solistas.

El conocimiento que todos tenemos de la ampulosa obra musical de Carl Orff nos exime de ningún otro análisis que no sea recordar el retablo picaresco, desenfadado, lascivo y crítico que constituye un retrato de la vida medieval europea, en el que sus autores, anónimos o no, en un latín arcaico, se instalan como notarios críticos de una realidad social, vista desde las capas más sensibilizadas de aquellos clérigos que vagaban por ciudades y monasterios, pero que tan vinculados estaban con el vivir, más o menos marginal, de las gentes. Orff, en 1937, hizo con los Carmina Burana una obra simplista, pero directa, sin las 'contaminaciones' de sus contemporáneos, de acuerdo con su ideología nacionalsocialista de cuya estética fue epígono. Obra lineal, no exenta de poesía e intencionalidad, como corresponde a los temas que aborda. Un primitivismo efectista, aunque sea a base de los voluminosos elementos que maneja, que no de su esfuerzo intelectual, limitado a conclusiones fáciles.

De ahí que lo importante de esta obra colosalista musicalmente, radique en su interpretación sinfónico-coral y en este caso por el mundo que ha abierto con genialidad manifiesta La Fura dels Baus, para subrayar visualmente ese retablo contenido y sólo sugerido en la letra y la música, pero por vez primera contemplado. Hay que anotar, ante todo, la absoluta compenetración entre música y escena. Porque si original y de enorme fuerza era la visualización de los motivos sonoros, sin un protagonismo esencial de la interpretación musical el espectáculo se hubiera venido abajo totalmente. Por eso hay que destacar la fuerza, el sentido y la rotundidad con que orquesta y coros -se nota la vigorosa presencia juvenil-, junto con tres magníficos solistas y una actriz abordaron esta difícil labor, bajo la impecable dirección de Manuel Hernández-Silva, atentísimo a los matices, a los diversos planos sonoros, a la constante garra que exige la partitura. No ha desmerecido la versión musical escuchada de la conocida obra -cuyo O Fortuna repitió, una vez más el director al final, ante los aplausos- de las mencionadas versiones de conjuntos del máximo prestigio nacional e internacional. Coros profesionales y amateur -de RTVE, OCG, Coro Joven de Andalucía, Coral Polifónica de la Basílica de San Juan de Dios y el Manuel de Falla- hicieron una labor excelente, conjuntados y en universos diversos. Y, desde luego, la cálida voz de la soprano Beatriz Diaz, la rotundidad del contratenor Xavier Sabata y la fuerza del barítono Toni Marsol, que abordaron su papel de forma más difícil aún que en una interpretación convencional, enfrentados solos -deambulando por el patio, como decía, metidos en un tonel o elevados en el aire-, sin refugiarse en el espacio coral y orquestal. Destacable, igualmente, el vigor y entusiasmo que puso la Orquesta Joven de Andalucía, cantera que luego nutrirán conjuntos sinfónicos de diversos lugares, aunque en la obra siempre tiene un espacio más reservado que los coros, excepto en Uf dem Anger (Sobre el prado), donde es más nítido el protagonismo, dentro de ese simplismo, carente de contrapuntos ni excesivos contrastes. Por eso la alta valoración que se hace en la crítica -obvia por el trabajo de La Fura- tiene en cuenta esas características, como ocurre en el entusiasmo con el que agrupaciones corales no profesionales se unen, compactas, con otros compañeros en la tarea común. Como siempre que se escucha dignamente estos Buranas, el público reacciona con entusiasmo, en este caso justificado, no ya por la obra, fuera de toda idea romántica, pero efectista al máximo y que no está exenta de belleza y, sobre todo, de originalidad. Originalidad que subrayaba el espectáculo total a que nos tiene acostumbrado La Fura dels Baus sin utilizar elementos desconcertantes y hasta comedidos, para firmar lo que pueden sugerir unos sonidos al escenógrafo y al público, arrastrado ante una representación donde talento e imaginación se unen magistralmente para revelarnos, en esta rueda de la fortuna, de los contrastes y las pasiones que es la vida, que somos capaces de sentir el milagro de la creación artística, cuyo valor principal es que se renueva en cada ocasión que se interpreta o se traduce el mensaje que quiso transmitir el autor, mejorándolo si cabe, para convertir, en este caso, sus monumentos de cartón piedra, como las estatuas de la época que le tocó vivir, en seres animados, vivos y absolutamente renovados. El talento de una coreografía, en este caso, y el esfuerzo colectivo de orquesta y coros, se unieron en la formidable idea de atrapar al espectador-oyente en sus telas transparentes, más allá del escenario.

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