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  • 'El Niño', '10.000 km' y 'Vivir es fácil con los ojos cerrados', precandidatas españolas a la carrera por el Oscar

Pareciera que el cine español (el de la Academia) empieza a darse cuenta de que no puede negar o dejar fuera de juego la existencia de otro cine, o un cine distinto no necesariamente cortado por los patrones de la fórmula industrial, a la hora de promocionarse de cara al exterior, más aún cuando, año tras año, los grandes festivales y los premios le dan la espalda casi de manera sistemática a excepción de Almodóvar.

Nada de eso afecta a dos títulos como El Niño, de Daniel Monzón, producción de Telecinco Cinema y actual éxito de taquilla tras una abusiva campaña de promoción, y Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, una cinta cuyo tono, tamaño y ganas de agradar se ajustan perfectamente a las características del producto estándar para públicos amplios.

La primera nos trae una nueva demostración del músculo profesional patrio en un formato de género con mucha acción (y algún que otro cliché) que podría ser fácilmente exportable y, desde luego, de eso se trata, fácilmente asimilable por los académicos norteamericanos de los Oscar. Al fin y al cabo, la película confirma que sabemos copiar sus modelos más efectivos y trasladarlos a un paisaje propio con identidad, profesionalidad y calidad técnica.

La segunda, apuesta amable y complaciente con apuntes históricos y sociales que algunos podrán leer en clave contemporánea, desprende la luz mediterránea y las buenas intenciones justas para que también agrade a los votantes después de haberlo hecho en los Goya de este año, a lo que cabe añadir el peso del apellido Trueba, ya conocido (y premiado) por allí, y una banda sonora de un grande del jazz internacional como Pat Metheny.

Lo que sí nos resulta más sorprendente en esta terna previa, más allá de la ausencia de Garci o de otras ausencias para la polémica, es la aparición de una cinta como 10.000 km, de Carlos Marqués-Marcet, vencedora en el pasado Festival de Cine Español de Málaga; no tanto por su modestia, por el hecho de tratarse de un debut (de un director español afincado en Estados Unidos) o por la ausencia de rostros conocidos en su reparto, sino por esos apuntes de rigor formal (el largo plano secuencia de apertura, el sostenimiento de una trama de desamor a través una sucesión de videollamadas y elipsis) que la sitúan dentro de unos modelos narrativos, interpretativos y de puesta en escena bastante más contemporáneos de lo que habitualmente se sirve en estas bandejas de plata.

No podré negar mi simpatía y preferencia, con reparos, por ésta última, pero son los académicos y los profesionales, no los críticos, ni siquiera el público, los que, bien por verdadera predilección o gusto, bien por cuestiones gremiales o personales o bien por mera visión práctica de cara al futuro recorrido de la cinta, decidirán el próximo día 25 de septiembre aquélla que nos represente y sirva para generar expectativas y más titulares hasta el próximo 22 de febrero de 2015 en el Dolby Theatre de Los Ángeles.

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