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Balada agridulce del cine español

  • 'Balada triste de trompeta', 'Pa negre', 'También la lluvia' y 'Buried' acaparan las candidaturas para la XXV edición de los Premios Goya

Las candidaturas a los XXV Premios Goya llegan justo a tiempo para acallar, aunque sea momentáneamente, los debates sobre la crisis cultural, el doblaje o la controvertida ley Sinde y celebrar un año más la gran fiesta (endogámica) del cine español respaldado por las instituciones oficiales, la sacrosanta taquilla y las televisiones privadas, casi únicos paganinis de la función y responsables tanto de su precaria subsistencia en el mercado como de su preocupante deriva estética (en la que triunfa el modelo que representan filmes como Tres metros sobre el cielo).

Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, con 15 candidaturas, También la lluvia, de Icíar Bollaín, con 13, y Buried, de Rodrigo Cortés, con 10, eran más que previsibles aspirantes a acaparar nominaciones después de su (no tan exitoso) paso por taquilla y del respaldo de la propia Academia para representar a España en los próximos Oscar. Tan sólo una cinta como Pa negre, de Agustí Villaronga, singular cineasta difícilmente asimilable a las corrientes del último cine español, una cinta rodada en catalán que propone una personal mirada al viejo tema de la posguerra civil y que ha pasado muy discretamente por la cartelera, se nos antoja como convidada (14 candidaturas) de verdadera valía en un reparto muy limitado (la glamurosamente miserabilista Biutiful, de Iñárritu, y la inevitable Lope se unen al grupo selecto con cinco y seis candidaturas, casi todas de pedrea, respectivamente) que apuesta por esa malentendida buena factura como patrón sin demasiada identidad propia (o directamente copiada del amigo americano) con la que aparentar que las cosas van mejor de lo que realmente van.

El resto de apartados artísticos y técnicos corroboran la apuesta a caballo ganador con algunas sorpresas no tanto por los nombres como por las películas a las que representan. Descabalgados de su trono Medem y León de Aranoa (éste último totalmente fuera de juego con Amador), ante la ausencia flagrante de ese otro cine (pienso en La mujer sin piano, Aita, Guest, La vida sublime, Caracremada, Todos vós sodes capitáns o Familystrip) mucho más exigente con las formas y el espectador, que no así con el stablishment oficial y sus peajes, un cine invisible que, sin embargo, recibe los parabienes de los festivales y la crítica más exigente, o junto al desprecio hacia géneros con buena salud como la comedia (pienso en El Gran Vázquez o No controles), se cuelan en la función de este año algunos títulos destacables como La mosquitera (a través de Emma Suárez, candidata a mejor actriz junto a Elena Anaya, Nora Navas y una Belén Rueda que debe tener muchos amigos en la profesión), Todas las canciones hablan de mí, de Jonás Trueba (dos candidaturas) o Elisa K, de Judith Colell y Jordi Cadena, filmes que, a pesar de todo, apenas consiguen representar desde los márgenes la diversidad de lenguajes, asuntos y propuestas de nuestro cine reciente.

Condenados los apartados documental -Bicicleta cuchara manzana, Ciudadano Negrín, Mr. Foster, María y yo- e hispano -El hombre de al lado (Argentina), La vida de los peces (Chile), El infierno (México) y Contracorriente (Perú)- a cierto buenismo temático políticamente correcto o a extraños tejemanejes relacionados con las cuotas de coproducción, nuestros Goya miran hacia Europa con el mismo anhelo academicista por la calidad (ahí están El discurso del rey, La cinta blanca y El escritor para confirmarlo) que aquí amenaza con hacer tabula rasa de algo que, en una época, algunos consideraron como Séptimo Arte. Por supuesto, nadie se ha acordado de que Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas es una cinta española.

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