Novedad editorial

California Dream

  • La editorial Minotauro está publicando todas aquellas novelas de Philip K. Dick no adscritas al género de la ciencia ficción; entre ellas, la muy recomendable Confesiones de un artista de mierda

California Dream

California Dream

Philip K. Dick publicó su primer relato a los veinticuatro años en la revista Planet Stories, “la más deleznable de las revistas baratas que se vendían en aquel tiempo”, según declaraciones propias. Por entonces, trabajaba como dependiente en una tienda de discos y se llevó varios ejemplares consigo para enseñárselos al personal. Al verlos, un cliente le preguntó: “Phil, ¿tú lees esta clase de basura?”. Dick añade: “Tuve que admitir que no sólo la leía, sino que también la escribía”. (Y siguió escribiéndola durante treinta años). Esta anécdota reverbera en el episodio que da título a esta novela, pues de una novela se trata: Jack Isidore (de Seville, California), un personaje maniático hasta la exasperación y proclive a abrazar las teorías más descabelladas, acepta irse a vivir una temporada a casa de su hermana Fay, casada y con dos hijas. Su cuñado Charley Hume, un mastuerzo de mucho cuidado, al oírle hablar de viajes espaciales, le espeta: “Isidore, está claro que eres un artista de mierda”. Él no se lo toma a mal; tanto Isidore como Dick estaban acostumbrados a tales exabruptos.

Confesiones de un artista de mierda no responde al tipo de narración que asociamos al nombre de Philip K. Dick. No hay sociedades que conceden la presidencia de la nación por sorteo (como en Lotería solar), ni centros psiquiátricos en los cuales los internos se han organizado por castas según sus respectivas enfermedades mentales (Los clanes de luna Alfana), ni un planeta reducido a escombros tras una Tercera Guerra Mundial que sobrevive como buenamente puede (Dr. Bloodmoney o cómo nos las apañamos después de la bomba), ni comunidades que esperan la llegada de un Mesías proveniente del espacio exterior (Nuestros amigos de Frolik 8), aunque aquí exista un grupo de visionarios convencidos de la llegada del fin del mundo el 23 de abril de 1959. (Ellos serán salvados in extremis por un platillo volante que descenderá de las alturas). Escrita a finales de la década de 1950, Confesiones… responde al deseo expreso de hacer algo distinto sin dejar de ser eminentemente personal. De hecho, la carga autobiográfica es fortísima.

Dick volcó su affaire con Anne Rubinstein, enmascarada tras el nombre de Fay Hume

En Confesiones de un artista de mierda, Dick volcó su affaire con Anne Rubinstein -enmascarada en la ficción tras el nombre de Fay Hume- que logró que el escritor abandonara a su primera esposa. En la novela, Fay está casada con Charley y tiene dos hijas -en la realidad, Anne era viuda y tenía tres niñas- y presume de una lujosa casa en mitad del campo, que ha convertido en símbolo de realización personal. Fay se fija en el joven matrimonio formado por Nathan y Gwen Anteil, que acaba de mudarse al condado de Marin, no muy lejos de San Francisco, tal como hiciera Anne con Dick recién casado.

Fay, harta del marido -un tipo violento en quien Dick también puso algunos rasgos propios- tiende una estrecha red en torno a la parejita hasta conseguir que Nathan caiga en sus brazos y envíe a Gwen de vuelta con sus padres. Confesiones de un artista de mierda nace, pues, del intento de exorcizar los demonios interiores del escritor y no gustó, no podía gustar a Anne Rubinstein, con quien Dick había terminado casándose. La novela estuvo guardada en un cajón hasta 1975.

La verdad es que si Anne Rubinstein no sale bien parada en su traspaso a la ficción, el autorretrato de Dick tampoco es favorecedor. (Los autorretratos, habría que decir, pues Dick se proyecta en al menos tres personajes distintos: Jack Isidore, Nathan Anteil y Charley Hume). Como artefacto narrativo, Confesiones de un artista de mierda es un laberinto de espejos muy atractivo. El escritor da voz al cuarteto protagonista -Fay, Jack, Nathan, Charley- intentando comprender las motivaciones de cada uno, sin juzgarlos. Su retrato de primera mano de cierta fauna californiana -burguesitos ignorantes empeñados en dárselas de intelectuales- es implacable e inapelable. Dick se revela como un incisivo observador de su entorno, que sabe elegir las situaciones más reveladoras y los gestos y los comentarios que mejor perfilan a los personajes. El resultado es sobresaliente y las conclusiones irrebatibles: Dick podía haber hecho una literatura muy diferente de la que hizo, una literatura menos extrema y marciana. Ahora bien, muy posiblemente no nos hubiera resultado tan intrigante.

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