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Camba en Oriente

  • El gallego fue enviado en 1908 al Imperio otomano para cubrir la revolución de los Jóvenes Turcos; este gozoso libro recoge sus escépticas impresiones

A finales de 1908, el periodista Julio Camba fue destacado por La Correspondencia de España, "La Corres" famosa, para cubrir la revolución que, en el viejo imperio de la Sublime Puerta, había dado el poder a los Jóvenes Turcos. En un principio, Camba iba destacado para varios años, pero como se aclara en el estudio que abre el volumen, obra de José Miguel González Soriano, Camba permaneció sólo unos meses en Constantinopla, sin que se sepa con exactitud (hay varias versiones sobre el suceso, incluida la maliciosa de Cansinos-Asséns), cuál fue el origen de dicho cambio. Sí queda claro, en cualquier caso, que Camba iba a cubrir un tema de enorme interés para la época: nada menos que la instauración, siquiera formal, de una democracia en el Oriente. Un Oriente que, como supondrá el lector, era ese oriente misterioso y arcano, propicio a la crueldad del sátrapa, que habían glosado los escritores occidentales, desde Casanova a Pierre Loti, y cuyo magnetismo era proporcionado al desconocimiento de aquellas tierras.

Buena parte del encanto, de la actualidad, de la sutil eficacia de estas crónicas, escritas por un Camba joven y desvergonzado, un Camba en el que, a pesar de su juventud, se revela ya un invencible y educado escepticismo, buena parte del interés de estos artículos, repito, reside en el hecho mismo de que Camba no es y no quiere ser un orientalista. A pesar de que conoce bien la literatura viajera del Ochocientos, los artículos de Camba no se adhieren, en ningún caso, a la densa imagineria, entre, pasional y exótica, que han urdido los dos siglos anteriores. Camba es, en sentido estricto, un reporter moderno. Un reporter que, lejos de acudir al sensacionalismo, al estrépito, a la grandilocuencia, a un vago cosmopolitismo a la moda, penetra sus artículos de cierto costumbrismo en miniatura. Con esto quiere decirse que Camba no es, como dice Luis Bello, su antiguo compañero de El Mundo, un estilista que habla principalmente de sí mismo. De muy diverso modo, cabe definir a Camba como un fino observador de las pequeñas cosas; cosas y costumbres, atuendos y modas, de cuya observación Camba extraerá conclusiones perfectamente razonables. A este método inductivo, tan poco usado en el periodismo, y en el que se basa, no obstante, la civilización europea, Eugenio d'Ors lo definirá por aquellas fechas como el paso "de la anécdota a la categoría". Con lo cual, tenemos que este Constantinopla de Camba le debe más a Lord Verulam, al inductivo Francis Bacon, que a toda la sensual literatura que inundó Europa hasta los días de Lawrence de Arabia y sus Siete pilares de la sabiduría.

Por otra parte, debemos aclarar este "costumbrismo" de Camba no tiene relación alguna con el viejo costumbrismo de Mesonero Romanos y sus Escenas matritenses. El lector que acuda a estas páginas encontrará a un periodista informado, de escritura concisa, de genio alegre y humorístico, cuya confianza en los logros humanos y en las bondades del constitucionalismo turco son, sin embargo, escasas. Hoy vivimos acostumbrados a las predicciones de los economistas; y en consecuencia, vivimos acostumbrados a la vertiginosa caducidad de las opiniones y pronósticos que se recogen a diario en el papel prensa. En Camba, sin embargo, lo que prima es la cautela: cautela sobre la información de otros medios, cautela sobre las declaraciones gubernamentales y cautela, una radical cautela, sobre las propias especulaciones que desliza, con prevención, en sus artículos. A este respecto, dice Camba que una revolución que se declara democrática y, sin embargo, encierra a sus mujeres bajo siete llaves, tardará mucho tiempo en ser demócrata. Por otro lado, la bárbara matanza de armenios, llevada a cabo en el año 15, le dará la razón sobre aquel estremecido magma político, racial y religioso, insoluble a sus ojos, que había observado seis años atrás.

También acierta Camba en su concepto de las potencias occidentales, más interesadas en el comercio que en otra cosa, así como en la proximidad de una guerra en los Balcanes (Balkanes en la grafía de entonces), instigada por las ambiciones serbias (servias, en el español del año 9). Leídos, pues, con la distancia de más de un siglo, no hay mucho que reprocharle a sus atisbos periodísticos. Hay que celebrar, no obstante, su indudable eficacia literaria. En Camba es una conversación, un perro vagabundo, el robo de unos zapatos, quien reconstruye el clima y la sociedad de un país. Una reconstrucción, en cualquier caso, mucho más divertida y compacta, mucho más verosímil, que los gravosos informes que, ya entonces, afligían a la prensa europea.

Constantinopla

Julio Camba. Renacimiento. Sevilla, 2015. 344 páginas. 18 euros

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