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Carmen de Burgos La primera inverosímil

  • La autora que entre muchos seudónimos firmó como Colombine cultivó el ensayo y la novela en una obra en la que dialogaron, con un estilo directo y bello, la realidad y la voluntad de narrar

Un libro existe porque antes existió otro libro. Cada libro existe porque quien lo escribe ha leído a otro, y ha captado un ritmo ajeno que hace suyo, o recupera una imagen que antes escribió otro alguien que escribe. Quizá Bodas de sangre existiría aunque Federico García Lorca no se hubiera encontrado con Puñal de claveles (1931), y quizá García Lorca se hubiera limitado para construirla a la información sobre el crimen de Níjar que apareció en los diarios de la época. Pero antes -unos meses antes- de Bodas de sangre existió la novela Puñal de claveles, de Carmen de Burgos, sobre los mismos hechos y con distintas palabras: el asesinato del Cortijo del Fraile.

"Había visto y conocido a José, o mejor, lo había adivinado. Era él quien le llevaba las flores. Ahora los claveles tenían un nombre, un rostro, un aliento. No era Antonio el que la hacía temblar de amor, era José el que la envolvía en su caricia con aquel perfume penetrante como un puñal que penetraba en su carne", escribió Carmen de Burgos; poesía menos evidente -sí cierto latido lírico en sus descripciones-, y sí el deseo de plasmar la realidad. De Puñal de claveles hay una edición de Concepción Núñez Rey, colgada en Internet por la Biblioteca Virtual de Andalucía, y de acceso gratuito.

La palabra de Carmen de Burgos se revela siempre diferente. Antes de las palabras, antes de los libros y de los otros libros, sin embargo, el inicio: Carmen de Burgos nace en Rodalquilar, en el municipio de Níjar, en 1867. Hija del vicecónsul de Portugal, perteneciente a una familia que posee tierras, minas y cortijos, Carmen de Burgos contrae matrimonio demasiado pronto: tiene dieciséis años cuando se casa -desobedeciendo a su padre- con un periodista que ronda los treinta. Carmen se queda embarazada -da a luz a cuatro hijos: tres de ellos morirán-, vive entre engaños y malos tratos, y mientras lee y comienza a escribir decide escapar de su situación. Se despoja del disfraz de ángel del hogar, estudia la carrera de maestra -obtuvo los títulos de Enseñanza Elemental Primaria y Enseñanza Superior-, aprueba una oposición y en 1901, cuando se despierta el siglo XX y el divorcio ni siquiera se sueña, Carmen de Burgos y su hija María -la única superviviente, que será escritora y actriz- abandonan Almería.

Carmen elige Madrid, pero obtiene su plaza de maestra en Guadalajara: se muda después de algunos meses en la capital, y allí trabaja, y desde allí comienza a escribir en los medios más importantes de la época. Sus artículos se publican en El País o en ABC; en este último medio se convierte en la primera colaboradora, un logro que superaría pocos años más tarde, cuando en 1903 se incorpora como redactora -la primera mujer, también- a la redacción del Diario Universal. En el Diario Universal estrena el más célebre de sus seudónimos: Colombine. Añadiría muchos otros: Gabriel Luna, Honorine, Marianela, Raquel, Perico el de los Palotes... Alguno masculino, otro sin marca de género, unos femeninos de manera decidida, ya sin disfraces, ya sin máscaras.

Carmen de Burgos recorrerá varios caminos. En el literario, en el ensayo y en la novela -los géneros que frecuentó-, con un diálogo continuo entre ambas expresiones: sus relatos beben de la realidad, influidos por su labor periodística, y al cruzar a otros discursos mantiene su voluntad de narrar. En la ficción debutará en 1905 con una nouvelle, Alucinación; la precedieron prosas de corte más divulgativo, y algunos otros títulos que apuntaron sus intereses: El divorcio en España, de 1904; La mujer en España, dos años más tarde... Carmen de Burgos conectó su vida con su obra, y su biografía -sin rasgos confesionales, eso sí- puede rastrearse en cuanto escribió: su separación, su compromiso feminista, su amor profundo por la libertad o su cosmopolitismo. Tradujo del italiano, dedicó un libro a Leopardi y siguió añadiendo obstáculos derribados a su lista: se desplazó a Marruecos para cubrir la guerra de 1909, enviada por Heraldo de Madrid, y sumándose a nombres como los de Sofía Casanova -nominada al Premio Nobel- en esa lista de mujeres corresponsales de guerra que han quedado fuera de la memoria, y que merecería la pena rescatar. Su escritura directa, sin rodeos, aunque no por ello seca o desaliñada, sino bellísima en su precisión, impregna todas sus decisiones: un artículo, un cuento o una investigación, todos compartiendo ese equilibrio en el lenguaje.

En paralelo, mientras viaja para vivir y contarlo, mientras aumentan los medios que requieren su firma -ya de prestigio internacional-, mientras es por sí misma, Carmen de Burgos se establece en Madrid, donde continúa escribiendo y donde transforma el salón de su casa en el centro de la intelectualidad madrileña. "Colombine es una mujer inverosímil en esta tierra de mujeres a ultranza". Así la definió Ramón Gómez de la Serna -veinte años menor que ella, y con quien mantuvo una relación de varios lustros, hasta que él se enamoró de su hija María- en un artículo de 1909. Gómez de la Serna destaca en él que Carmen de Burgos escapó "a todas esas idiosincrasias". Cada uno mantuvo su independencia, jamás convivieron, sí compartieron el amor por la escritura y el amor por la libertad en la escritura, y en cierto modo -como en tantas otras ocasiones- la figura de Gómez de la Serna eclipsó la de Carmen de Burgos.

Carmen de Burgos escribió sobre el divorcio en un país en el que no existe, y en el que su decisión de separarse le impuso los prejuicios; Carmen de Burgos escribió también, sobre los derechos de la mujer -al voto, a la decisión, a la igualdad- en un país en el que no existían. Predicó con palabras y con hechos. Su columna en el Diario Universal, Lecturas para la mujer, orientada en un principio hacia los temas domésticos de los que había huido, acabó transformándose en un altavoz para zarandear a sus lectoras y a sus -cada vez más- lectores: en ella hablaba -en la primera década del siglo XX- sobre el feminismo. Y en Heraldo de Madrid entrevistó a Azorín, Blasco Ibáñez, Pardo Bazán o Unamuno acerca de su opinión sobre el divorcio, abriendo un espacio para la participación de los lectores; intentó repetirlo con el voto de la mujer, pero el periódico decidió cerrar la sección y prescindir de Carmen de Burgos, tantos años y tantos pensamientos por delante.

Con los años, Carmen de Burgos sumó su militancia política, afiliándose al PSOE, a Unión Republicana y -finalmente- al Partido Republicano Radical Socialista. En 1932, un año después de que se proclamara la República, seis meses después de la aprobación de la primera Ley de Divorcio, casi un año después del reconocimiento del derecho al voto a las mujeres -y un año antes de poder ejercerlo-, Carmen de Burgos fallecía en Madrid. Sufrió un ataque al corazón durante una charla del Círculo Radical Socialista sobre educación sexual. Había publicado en 1931 una novela cuyo título sirve como resumen: Quiero vivir mi vida. Carmen de Burgos lo hizo.

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