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Celebrar a Langlois, celebrar el cine

  • La Cinématèque Française celebra el centenario del nacimiento de su fundador con una gran exposición que recupera su legado para la Historia del Cine y la cinefilia

Tiene algo de paradójico que la actual Cinématèque Française, integrada ya como institución de prestigio en el seno de la cultura oficial francesa, celebre con fastos, eventos, exposiciones y publicaciones el centenario del nacimiento de quien fuera su creador e impulsor casi único. Es la misma institución que, tras los acontecimientos y las revueltas de abril y mayo de 1968, que empezaron precisamente con su airada reivindicación y defensa como director de la institución ante los planes de relevo y burocratización de Malraux, le dio la patada simbólica que acabaría por apartarlo poco a poco de su criatura, verdadera casa del cine mundial, pieza esencial para entender el concepto de cinefilia y la importancia de las filmotecas (nacidas muchas al impulso de la FIAF creada por él mismo) en la labor de recuperación, preservación y transmisión del legado cinematográfico como patrimonio esencial de la cultura de nuestro tiempo.

Puede decirse que Henri Langlois (Izmir, Turquía, 1914 - París, 1977) montó aquella Cinématèque (fundada en 1936) con sus propias manos y medios, ayudado por algunos colegas como Georges Franju, por su compañera Mary Meerson, por viejas glorias como Marie Epstein o Musidora y generosos mecenas y colaboradores (como la historiadora alemana Lotte Eisner) que entendieron y compartieron, mucho antes del desembarco de la política cultural, sus peajes y sus gestores, el enorme valor de su gran proyecto visionario de situar al cine en el epicentro mismo del siglo XX, pero también en la tradición de la Historia del Arte, más allá del fetichismo o la memorabilia que habían alumbrado hasta entonces la mayoría de sus discursos.

Padre incuestionable de la cinefilia moderna, patriarca y valedor del nuevo cine de los jóvenes y valientes (de la nouvelle vague a Warhol o Garrel), erudito conocedor del periodo mudo y las vanguardias (de Griffith a Chaplin, de Murnau a Epstein, de Linder a Vigo, de Gance a Buñuel, de Stiller a Dreyer), amante del cine clásico americano y sus estrellas, precursor de la teoría de los autores, auténtico descubridor de perlas ocultas o perdidas en los sótanos y desvanes de medio mundo, Langlois no sólo concentró en su figura (grande, de ojos saltones, pelo desaliñado y grasiento y encanto arrollador) una suerte de santuario para los amantes del cine, que acudían a sus sesiones como quien acude a misa, sino que proyectó además, a partir de un peculiar y fructífero sentido de la poesía y el caos (a la manera de un Aby Warburg y su Atlas Mnemosyne), toda una estructura simbólica sin la que no se entiende hoy el devenir de la Historia del Cine, su relación con la crítica y algunos perfiles de la nueva cinefilia digital.

No es de extrañar así que la exposición que acoge hasta el próximo 3 de agosto la nueva sede parisina de la Cinématèque y que comisaría Dominique Païni, lleve por título El Museo Imaginario de Henri Langlois, ya que es precisamente ése el espíritu, transversal y en permanente diálogo, que presidió su trabajo incansable desde los años 30 hasta su muerte: recuperar y conservar el cine perdido u olvidado, exhibirlo y darlo a ver en las mejores condiciones posibles y lejos de toda censura, programar como un auténtico ejercicio crítico y de resistencia, con sentido del diálogo de las formas (en un modelo del que sin duda son deudoras las Histoire(s) du cinéma de Godard), acompañarlo de presentaciones, debates, publicaciones o exposiciones permanentes, como aquel Musée du Cinéma inaugurado en el Palace Chaillot en 1972 al que dedicó sus últimas fuerzas, y que sería finalmente desmantelado tras un incendio en 1998 después de años de abandono paulatino.

El recorrido por este hermoso museo imaginario se organiza ahora en cuatro grandes senderos: Langlois programador, donde se muestra, a través de extractos de películas, su peculiar método de aproximación al cine para establecer relaciones con la historia de las formas artísticas. Langlois explorador nos descubre su faceta de descubridor de nuevos talentos, su apuesta por la juventud apasionada dispuesta a hacer cine a toda costa, contra todas las circunstancias, también su gusto por un cine no necesariamente narrativo, sino por aquel que experimenta más allá de las convenciones. En Langlois artista podemos descubrir su pasión por la pintura y su amistad con Matisse, Chagall, Calder, Picasso o Léger a través de una selección de sus obras confrontadas a sus gustos cinéfilos. Ya por último, en Langlois arquitecto se pone de manifiesto que su museo imaginario era también un museo real, en un modelo expositivo y conceptual sin el que no entienden hoy todos esos espacios dedicados a la memoria del cine de medio mundo.

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