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Clara en la revolución

  • Espuela de Plata publica una nueva edición ampliada de 'La revolución española vista por una republicana', el extraordinario libro que Campoamor dedicó a las causas y las primeras consecuencias de la Guerra Civil en el Madrid republicano

Clara Campoamor (Madrid, 1888-Lausana, 1972).

Clara Campoamor (Madrid, 1888-Lausana, 1972). / d. s.

Debemos al imprescindible Las armas y las letras de Andrés Trapiello, una de las obras críticas más valiosas y esclarecedoras que ha dado la literatura española de las últimas décadas, la primera noticia de este libro que estuvo mucho tiempo perdido y reapareció hace sólo unos años, para enriquecer la oceánica bibliografía sobre nuestra Guerra Civil desde una perspectiva verdaderamente insólita, tanto por su cercanía a los hechos como por la posición desde la que escribía su autora y -no lo menos importante- por la identidad de la autora misma. Aunque de forma tardía y hasta cierto punto vergonzante, la memoria de Clara Campoamor, que fue la principal defensora y responsable de la extensión del sufragio universal para incluir el voto femenino, contra la opinión, famosamente refractaria por razones de conveniencia, de Margarita Nelken y Victoria Kent, ha sido lógicamente reivindicada como una de las más destacadas integrantes de una generación que rompió moldes y tabúes antes de que la reacción impuesta por la dictadura franquista cortara en seco los logros alcanzados, en apenas unos años, por las mujeres españolas. Pero el perfil político de Campoamor, que se definía como liberal y por lo tanto ajena a los extremismos de la izquierda o de la derecha, la situaría, en la posguerra y hasta hace no tanto, en una tierra de nadie, como una figura incómoda que pagó, primero con el desdén y después con el olvido, su admirable independencia de criterio.

Decía Trapiello -en la tercera edición de su citado ensayo, de 2010, luego ha añadido a la lista Celia en la revolución de Elena Fortún y Democracias destronadas de José Castillejo, ambos inéditos hasta hace poco- que al margen de las contribuciones posteriores sólo encontraba tres libros, entre los escritos durante la guerra, que ejemplificaran la idea de la tercera España: los relatos de A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, los diarios -España sufre- del embajador chileno Carlos Morla Lynch y La revolución española vista por una republicana de Clara Campoamor, autores muy diferentes que tienen en común el haberse distanciado, desde la probada lealtad al régimen del 14 de abril, del sectarismo que dividió el país en dos bandos irreconciliables. Escrito tras su definitiva salida de España entre octubre y noviembre de 1936, esto es, en los inicios mismos de una contienda cuyo desenlace, que ella presumía desastroso en cualquier caso, aún tardaría mucho en definirse, y publicado en francés al año siguiente, el libro desaparecido de Campoamor -la propia autora lo eliminó de su bibliografía, sin duda para no dar argumentos a los enemigos de la República- no conoció una edición castellana hasta 2002, en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero ha sido el traductor y responsable de la edición de Espuela de Plata, Luis Español Bouché, que lo rescató, el primero, de la incuria, quien ha seguido ampliando su trabajo hasta llegar a imprimir seis ediciones de la obra.

Desde la inmediatez, la memoria de la autora vale como un testimonio de primera hora

Como hicieron al usar ciertos pasajes de los diarios de Azaña u otros textos de republicanos desengañados, los nostálgicos del franquismo pueden acudir -y por supuesto lo han hecho- a algunas afirmaciones de Campoamor para sostener sus tesis interesadas, pero no está en su mano cambiar la biografía ni las firmes convicciones de una autora feminista, demócrata y republicana hasta la médula. Partiendo de unos orígenes modestos y luego de ejercer los más variados oficios, la sufragista española, como la llamaron sus biógrafas Concha Fagoaga y Paloma Saavedra, logró estudiar y desarrollar, con mucho esfuerzo e indudable talento, una brillante carrera como abogada y jurista especializada en los derechos de la mujer. Frecuentó el Ateneo, entró en política con Acción Republicana y fue elegida diputada por Madrid en las filas del Partido Radical de Lerroux, que abandonaría tras la represión del levantamiento de Asturias. En el congreso defendió, además del derecho al sufragio -su "pecado mortal", como lo llamó con ironía en el título de su libro El voto femenino y yo-, la supresión del delito de adulterio, el final de la discriminación de los hijos naturales o la polémica ley de divorcio, pecado este último que adujeron los falangistas que intentaron asesinarla en el barco que la conducía al exilio, como invocarían después su pertenencia a la masonería para impedirle la vuelta a España o amenazarla si regresaba con largos años de cárcel. Tras dejar a los radicales, pidió y le fue negado el ingreso en Izquierda Republicana. No pertenecía a ningún partido cuando el golpe militar dio paso a la guerra y en la capital las milicias, armadas por el Gobierno, desataron el caos. Como Elena Fortún, que trasladó sus vivencias a su popular personaje, Clara Campoamor describió las suyas de una manera franca y honesta, sin ocultar, como harían tantos republicanos, que la democracia había sido la primera víctima del golpe tanto en la llamada zona nacional como en la que permanecía fiel a la legalidad vigente.

Hace tiempo que sabemos, no por los relatos tendenciosos de los franquistas o sus herederos sino por las obras de los historiadores independientes, que el trágico verano del 36 lo fue también en algunas zonas de la República y especialmente en Madrid, donde al tiempo que se resistía heroicamente al asedio de los facciosos fueron detenidos y asesinados miles de civiles. Desde la inmediatez, la memoria de Campoamor tiene el valor de un testimonio de primera hora sobre el alcance de ese terror consentido por las autoridades y justificado después por el estado de guerra. Pero la autora no se limita a contar lo que vio y aventura en caliente su juicio sobre las causas y las previsibles consecuencias del conflicto, extremo este último en el que avanzó un pronóstico asombrosamente atinado. La suya era una mirada parcial, pues no pudo conocer de primera mano los crímenes de los sublevados, y limitada o errónea en aspectos puntuales, pero sigue siendo válida para entender el difícil encaje de quienes se definían, por usar las palabras de Chaves Nogales en el ya célebre prólogo de A sangre y fuego, como ciudadanos de una república democrática y parlamentaria. También como Chaves, Campoamor se oponía por igual a la dictadura militar y a la del proletariado, a los fascistas y a los revolucionarios de unas izquierdas enfrentadas por la hegemonía. Este sentimiento de orfandad, que no aparece en los relatos idealizados ni interesa a quienes siguen alentando el guerracivilismo desde posiciones inamovibles, también forma parte de la memoria histórica.

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