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Cortázar dicta cátedra en Berkeley

  • España publica en octubre las clases que impartió el escritor en la universidad de EEUU

Julio Cortázar aceptó en 1980 la oferta de enseñar en Berkeley, donde se divirtió dictando cátedra alejado de las formalidades del mundo académico y de las vetustas jerarquías entre profesor y alumno. Clases de literatura, recientemente publicado en Argentina, recopila esa incursión del escritor argentino en las aulas universitarias.

En la cima de su carrera y tras años de negativas, Cortázar finalmente impartió su curso sobre literatura en octubre y noviembre de ese año en Estados Unidos. Lecciones magistrales que engloban temas como el cuento fantástico y el realista, la musicalidad y el humor, lo lúdico y el erotismo. Y que también abordan la génesis y evolución de su propia obra, marcada en las últimas décadas por su fuerte compromiso con Latinoamérica.

Clases de literatura (Alfaguara), a cargo del filólogo español Carles Álvarez Garriga -quien ya editó previamente junto con Aurora Bernárdez Papeles inesperados y los cinco tomos de las Cartas cortazarianas-, transcribe de manera minuciosa 13 horas de grabaciones. El libro llegará en septiembre a Uruguay y Chile, en octubre a España y en noviembre a México, Perú y Estados Unidos, poco antes de que 2014 marque un siglo del nacimiento de Cortázar en Bruselas y los 30 años de su muerte en París. "Cortázar logra una vez más que quien se acerque a él no se comporte pasivamente: ofrece, y consigue, la complicidad que es la clave de todo aprendizaje", sostiene Álvarez Garriga en el prólogo, donde también apunta que "el Cortázar oral es extraordinariamente cercano al Cortázar escrito". Ya desde la primera clase, el ilustre profesor se sincera con sus estudiantes: "Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones".

Un Cortázar en edad de balances considera que atravesó tres etapas como escritor: una estética, una metafísica y una histórica, las que no hay que entender de manera excesivamente compartimentada. "Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como (Jorge Luis) Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt", advierte sobre esa primera etapa.

Su extenso relato El perseguidor funciona como una suerte de bisagra hacia la segunda: "En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento".

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